Reyna Paz Avendaño
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En sus inicios, cuando la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) era la Real y Pontificia Universidad de México había prisiones en sus instalaciones, algunos alumnos asistían con sus esclavos y armas, los rectores podían ser estudiantes y hubo varias movilizaciones para denunciar corrupción en la asignación de plazas. Esos son algunos datos que plasma Humberto Musacchio en su libro “La Universidad de México, 1551-2001” (FCE).
“La Real y Pontificia Universidad de México nació por cédula real como un organismo público a diferencia de otras universidades de Latinoamérica aunque, por supuesto, las órdenes religiosas tenían mucha presencia dentro de la Universidad y se peleaban por los cargos”, señala el autor en entrevista.
Algo que le sorprendió a Musacchio es que desde la fundación de la Universidad hasta 1640, los rectores podían ser alumnos, sin embargo, pocos lo fueron ya que las órdenes religiosas se disputaban esos cargos.
“Esa participación múltiple en la vida universitaria generó muchas tensiones, problemas, movimientos estudiantiles, pero la Universidad ha sobrevivido. La Universidad siempre ha sido una entidad muy política y se nos olvida. Ésa es la vida de toda institución plural como es la universidad, es una vida entre tensiones y distensiones”, indica.
Quienes asistían a la Universidad, en los siglos anteriores al XIX, eran hijos de gente importante, sobre todo de aristócratas, añade el autor.
“Llegaban a la universidad acompañados de sus esclavos que los iban custodiando, solían llevar armas porque eran hijos de fijodalgos; la Universidad prohibía portar armas dentro de la institución pero una y otra vez lo tuvo que prohibir porque al parecer no le hacían mucho caso”, detalla.
Otro dato de la máxima casa de estudios es que nació con una cárcel porque el rector podía imponer penas.
“Había delitos en que la autoridad civil tenía que intervenir y en ese caso debía de pedirle permiso al rector o a las autoridades universitarias para sacar al presunto delincuente. Todavía existe una cárcel en la vieja escuela de medicina, frente a la Plaza de Santo Domingo. Desapareció la Real y Pontificia Universidad en tiempos de Maximiliano pero la cárcel de las diferentes escuelas seguían existiendo, tardaron varios años para suprimirlas”, indica Musacchio.
- ¿Por qué no fueron bien vistas las cátedras de lenguas indígenas y extranjeras?
En el caso de las lenguas indígenas hubo patrocinios privados para que la Universidad abriera esas cátedras, fueron muy inestables, podían durar años o muy poco tiempo.
Otras cátedras como la enseñanza del griego, había sectores de las órdenes religiosas que se oponían, nunca he entendido bien por qué. El latín era obligatorio, las cátedras eran en latín no español, sólo para la sesión de preguntas y respuestas al final de clase se hablaba en español, pero la cátedra tenía que ser en latín, entonces otras lenguas que se impartieron fueron como flor de un día porque no era el interés principal de las órdenes religiosas.
Un viejo problema de la Universidad es la poca cantidad de alumnos titulados que en sus inicios se debía al alto costo.
“Era muy caro titularse y por esa razón siempre hubo un gran déficit de titulados. La Universidad, en sus mejores tiempos, tenía poco más de mil estudiantes, aunque hubo otros años en donde cayó la matrícula de manera vertical, por ejemplo, a principios del siglo XVII cuando hubo una gran inundación en la Ciudad de México, la Universidad no suspendió del todo sus actividades pero sí muchas de ellas y los profesores y alumnos a veces no asistían”, señala.
Musacchio afirma que la Universidad necesita orden para la transmisión del conocimiento pero también necesita renovar ese conocimiento, “y renovar el conocimiento se opone a la quietud que implica la transmisión del conocimiento, esa es una contradicción sobre la que está montada la Universidad siempre”.
José Vasconcelos, un orgullo
La Universidad Nacional nació en 1910, dos meses antes de que estallara la Revolución Mexicana, entonces se convirtió en un páramo, los profesores no podían cobrar, no había dinero, no se pudieron abrir cátedras nuevas, no se pudo invitar a eminencias, fueron años muy difíciles”, narra el autor.
Pero llegó José Vasconcelos en 1920 y le dio “un levantón formidable”, puso a los estudiantes a participar en las tareas de alfabetización e incorporó a muchas mujeres en esa labor, le dio seriedad, disciplina, rigor, añade.
“Es una figura de la que debemos de estar orgullosos los universitarios; para la Universidad, Vasconcelos debe ser un héroe”.
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