Cultura

El villano exculpado

Cuando tenía 18 o 19 años, tomé una llamada al teléfono familiar; una mujer, preguntaba por mi papá, el maestro Nicolás Loza. Era Cristina Pacheco, la misma entrevistadora que con bastante regularidad y admiración veía por canal 11

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El mismo día del fallecimiento de Cristina Pacheco, Fernando García Ramírez escribió para Letras libres que dos rasgos que la definieron fueron la empatía y la solidaridad: “se ha dado a la gente, sin servirse de ella. Les ha dado voz. Les ha dado rostro”; se ha quitado la cobija propia para dársela al que tiene frío, añadía (aquí).

Cuando tenía 18 o 19 años, tomé una llamada al teléfono familiar; una mujer, preguntaba por mi papá, el maestro Nicolás Loza. Era Cristina Pacheco, la misma entrevistadora que con bastante regularidad y admiración veía por canal 11. Por ahí de los años 60’s mi papá heredó un terreno y una sencilla casa de un piso en la colonia Independencia, en la delegación Benito Juárez en el Distrito Federal. En esa década, junto con mi mamá, construyó un segundo piso al que nos mudamos mientras las hermanas de mi papá y sus hijas vivían en la planta baja en donde también tenían una miscelánea. Poco tiempo después nos fuimos al sur de la ciudad y cada vez supe menos de esas tías, salvo que vivían allí sin pagar renta, mantenimiento mayor o predial.

Entrados los años 80’s las tías murieron pero sus hijas siguieron ocupando la casa, por lo que mi papá les ofreció ayuda para que la dejaran y él pudiera disponer de la propiedad. Una de las dos primas, aceptó mudarse a una casa que también había heredado su mamá, hermana mayor de mi papá, pero la otra prima, se mantuvo allí, lo que pronto se convirtió en pleito familiar y legal. Lástima. La prima, que se consideraba la débil en el conflicto aunque para entonces era licenciada en derecho enfrentando a un profesor de secundaria, decidió buscar a Cristina Pacheco.

Y Cristina Pacheco acudió al llamado, recogió -supongo- el testimonio de la prima, pero de manera profesional, buscó al villano. En su primera llamada, el hijo adolescente del mismo nombre que el malvado profesor, contestó, y al saber que era Cristina Pacheco, “le sacó” plática.

Cuando me enteré del motivo de la llamada, empecé a contarle a la periodista lo que sabía de la historia de la propiedad y del conflicto. Fue mucho tiempo conversando; me recuerdo caminando en el jardín trasero de la casa de mis papás para explicarle los detalles. Ella escuchó, preguntó, cuadró información y parece que concluyó que el asunto no era tan simple como quizá se lo presentaron o lo había pensado.

Días después habló con mi papá. Le dijo por qué lo buscaba, le pidió más información y antes de colgar le comentó que no haría reportaje público del caso, que entendía las razones del ya no malvado profesor, al que, para terminar la llamada, felicitó por la elocuencia de su hijo al que le pidió saludar. Pocas veces me sentí tan útil en la vida familiar y mi admiración por la periodista Pacheco pasó del reconocimiento de sus capacidades empáticas y solidarias, a la constatación de su profesionalismo a prueba de caricaturas.