En México, el Día de Muertos es una de las tradiciones más significativas y reconocidas, donde cada 1 y 2 de noviembre, la muerte se celebra con vida, colores y sabores. Altares llenos de flores de cempasúchil, veladoras que iluminan el camino de regreso, y ofrendas con la comida favorita de los difuntos, Los mexicanos celebramos a los muertos con desfiles, música, y, sobre todo, con la certeza de que la muerte no es un final, sino una continuación. Esta comunión entre vivos y muertos se convierte en un acto de amor que nos recuerda que nadie se va del todo mientras se le siga recordando.
LAS HUELLAS DE LOS MUERTOS EN ECUADOR
En Ecuador, cada 2 de noviembre, la gente camina despacio hacia los cementerios. El aire se llena del olor dulce de la colada morada y las guaguas de pan, y el silencio parece tener otro grosor. Pero en algunas ciudades, este homenaje se transforma: el luto se convierte en fuerza, las lágrimas en sudor, y los recuerdos se canalizan a través del movimiento. Se organizan carreras y maratones que, más allá de la actividad física, se vuelven una metáfora. Es como si los corredores empujaran, con cada zancada, a los muertos un poco más hacia la inmortalidad, llevándolos con ellos a través de caminos urbanos y montañosos.
· No faltan los torneos de futbol, donde los equipos son formados por familiares y amigos. El balón se convierte en el nexo, y los goles, celebrados o lamentados, parecen rebotar también en las tumbas. En Ecuador, recordar a los difuntos no es solo un acto solemne; es una carrera sin final, una jugada eterna que enlaza lo perdido con lo que queda.
SANTOS CORRIENDO EN ESPAÑA
El primero de noviembre, en España, las flores cubren las tumbas en un intento de vencer al frío de la muerte. Pero no todo es recogimiento. En algunas ciudades, el Día de Todos los Santos se celebra también con el bullicio de los atletas que corren por las calles, como si quisieran traer de vuelta, aunque sea por un instante, a aquellos que ya no están, una manera de mantener el cuerpo en movimiento mientras la memoria también se ejercita, recordando los rostros de quienes nos faltan.
· Hay quienes prefieren actividades recreativas menos formales, improvisadas en los parques. Tal vez juegan al baloncesto o simplemente saltan la cuerda, pero siempre con esa sensación de que en el aire flota algo más. Quizá es el peso ligero de la ausencia, o tal vez es el eco de risas y voces que ya no están, pero que por momentos parecen volver, atrapadas en el ritmo del deporte y el vaivén de la cuerda.
LOS ANCESTROS EN EL DOJO: OBON EN JAPÓN
En Japón, durante Obon, la muerte se vive con serenidad. Se limpian las tumbas, se encienden linternas, y los espíritus de los ancestros regresan por unos días. Pero también hay festivales deportivos: el sumo, el kendo, el judo, todas disciplinas que cargan con siglos de historia, se convierten en un puente entre el pasado y el presente. En los dojos y las arenas, se honra a los ancestros con cada lucha, con cada saludo, como si el deporte fuera una conversación entre los vivos y los muertos. Por ejemplo, en el kendo, el saludo inicial y final (rei) se realiza con una profunda reverencia, simbolizando el respeto hacia los oponentes y hacia los espíritus de quienes vinieron antes.
· En algunas ciudades, los maratones y las caminatas durante Obon recorren rutas que pasan por templos y cementerios. Los pasos de los corredores resuenan en el suelo, y es como si, con cada pisada, se enviara un mensaje al otro lado. “No olvidamos”, parece decir el ritmo constante de los pies sobre la tierra. En Japón, el deporte se convierte en una coreografía solemne que hace bailar a la vida y a la muerte, juntos, en perfecta armonía.
CORRIENDO JUNTOS, VIVOS Y MUERTOS
La comparación de estas festividades alrededor del mundo nos muestra que, al final, la frontera entre la vida y la muerte no es tan rígida. Cada cultura utiliza el deporte como un puente que une a los vivos con los muertos, se encuentra una manera de convocar a los ausentes, de integrarlos al presente. Los maratones, los torneos, las luchas no son solo actividades físicas: son rituales, gestos de amor y memoria que nos permiten mantener vivos a los muertos. Porque mientras sigamos corriendo, mientras sigamos jugando, ellos también estarán ahí, corriendo y jugando con nosotros.