Deportes

Columna: ‘Para entender el deporte’

El enano que llevamos dentro: la fuerza invisible de ser deportista

. Quien lleva a ese enano dentro no necesita que nadie lo valide.

UNA CONQUISTA EN SILENCIO

Nadie se convierte en deportista de la noche a la mañana. No es algo que se anuncie con trompetas ni que venga con diplomas o certificados. Es un enano que se cuela, sigiloso, en el cuerpo y en la mente, y empieza a tallar la voluntad en esos momentos de duda, en los que uno se pregunta si vale la pena seguir adelante. Es ahí, en esa pequeña pelea interna, donde se va forjando el verdadero deportista.

EL DULCE DIÁLOGO ENTRE EL DOLOR Y EL PLACER

El enano no huye del dolor; lo transforma. Poco a poco, convierte cada molestia en una especie de testimonio, en una cicatriz invisible que solo uno puede leer. El dolor deja de ser un enemigo y se convierte en un compañero de viaje, en una prueba de que se está haciendo algo que realmente vale. Es un amor extraño, una especie de pacto en el que uno acepta el cansancio y el sacrificio porque sabe que, sin ellos, no hay recompensa posible.

MÁS ALLÁ DEL RECONOCIMIENTO

Quien lleva a ese enano dentro no necesita que nadie lo valide. No hace falta el aplauso, la foto o el trofeo. El enano sabe que las verdaderas victorias son invisibles, esas que suceden en silencio, cuando nadie más está mirando. Ser deportista no es una cuestión de títulos o medallas; es un diálogo íntimo, casi secreto, entre uno mismo y ese impulso inquebrantable que le dice que puede seguir un poco más. Porque al final, el enano no está ahí para ganar competencias, sino para recordarnos que somos capaces de superar cada día, de ser un poco mejores que ayer, aunque nadie más lo sepa.

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