LA INFRAESTRUCTURA QUE MUESTRA NUESTRAS CARENCIAS
Hay una metáfora en cada campo deportivo abandonado, en cada cancha de básquetbol con el aro roto, en cada pista de atletismo llena de grietas. La infraestructura deportiva es el espejo de nuestra sociedad; muestra sin maquillaje cómo están distribuidos los recursos, cuáles son nuestras prioridades y a quiénes dejamos al margen. Los espacios deportivos, o la falta de ellos, cuentan la historia de la desigualdad que se respira en las calles, pero también del potencial sin aprovechar que yace dormido en cada rincón del país.
En las zonas más favorecidas de la ciudad, los parques y centros deportivos lucen impecables. Los niños juegan en canchas de pasto sintético y las piscinas relucen bajo el sol. Pero a medida que nos alejamos de estos centros urbanos privilegiados, el panorama cambia. En muchos barrios, los espacios deportivos son poco más que terrenos baldíos, con porterías oxidadas y suelos de tierra. Esos lugares que deberían ser puntos de encuentro y desarrollo se convierten en recordatorios de todo lo que falta. La diferencia es tan grande que uno no puede evitar preguntarse: ¿acaso no somos todos parte del mismo país?
SOLIDARIDAD
ENTRE EL OLVIDO Y LA RESISTENCIA
La calidad y disponibilidad de la infraestructura deportiva son un reflejo de lo que como sociedad consideramos importante. Cuando un niño crece sin un lugar seguro para jugar, cuando los jóvenes no tienen dónde entrenar, les estamos diciendo de manera implícita que su desarrollo no importa tanto como el de otros. Es una exclusión sutil, pero efectiva. El deporte no es solo una actividad física; es un derecho, una oportunidad para aprender valores como la disciplina, la resiliencia y el trabajo en equipo. Negar ese acceso es robarles a los niños y jóvenes la posibilidad de soñar, de imaginar un futuro diferente.
Sin embargo, a pesar de las carencias, siempre hay quienes resisten. En muchos de estos barrios olvidados, la comunidad se organiza. Padres, vecinos y entrenadores improvisados se unen para reparar las canchas, para pintar las líneas en el suelo, para construir con sus propias manos aquello que el gobierno ha decidido no proveer. Son gestos pequeños, pero llenos de significado. Porque el deporte, al final, no solo se trata de infraestructura; se trata de voluntad, de ganas de transformar la realidad, aunque sea a pequeña escala. Esas personas que se arremangan y hacen el trabajo que no les corresponde son los verdaderos héroes de estas historias.
EL REFLEJO DE NUESTRAS DESIGUALDADES
La infraestructura deportiva, o su ausencia, es un indicador claro del desarrollo social. En las zonas rurales, donde la pobreza y la falta de servicios básicos son la norma, un campo de futbol puede ser la única oportunidad para los niños de experimentar algo parecido a la normalidad. Allí, el deporte se convierte en una válvula de escape, una manera de olvidar, aunque sea por un rato, las dificultades del día a día. Pero cuando esos espacios no existen, el mensaje es desolador: no hay lugar para los sueños, no hay espacio para el juego.
Las autoridades suelen hablar de la importancia del deporte, de sus beneficios para la salud y la cohesión social, pero esas palabras no siempre se traducen en acciones. Es fácil hablar de inclusión y desarrollo mientras se inauguran canchas en las zonas más acomodadas, donde ya existen múltiples opciones. Lo difícil es llevar esas oportunidades a donde más se necesitan, a esos lugares donde el deporte podría ser la diferencia entre la esperanza y la desesperanza. ¿Qué tanto valoramos, realmente, el impacto del deporte en la vida de las personas?
TENER VISIÓN DE FUTURO
La desigualdad en la infraestructura deportiva no es solo una cuestión de justicia social, sino también de visión de futuro. Cada cancha abandonada, cada gimnasio que nunca se construyó, es una oportunidad perdida para cambiar la vida de alguien. El deporte tiene el poder de transformar comunidades, de unir a las personas y de darles un propósito. Pero para que eso suceda, necesitamos invertir en esos espacios, necesitamos creer que todos, sin importar dónde vivan, merecen tener un lugar donde correr, saltar y soñar.
El deporte puede ser un gran igualador, pero solo si decidimos hacerlo accesible para todos. La calidad de la infraestructura deportiva en una comunidad dice mucho de lo que esa sociedad considera importante. Y por ahora, parece que hemos decidido mirar hacia otro lado, olvidando que, al final del día, todos somos parte del mismo juego.