Deportes

Columna: ‘Para entender el deporte’

La mentira del esfuerzo; no todos corren en la misma pista

Nos han dicho que el deporte es la gran metáfora de la meritocracia. Que gana el que más entrena, el que madruga, el que no se rinde. Que, si alguien llega a la cima, es por su tenacidad, y si otro se queda en el camino, es porque no lo intentó lo suficiente. Nos han dicho muchas cosas, pero olvidaron mencionar lo esencial: la línea de salida no es la misma para todos.

Algunos niños crecen con entrenadores personales, tecnología de punta y suplementos diseñados para optimizar su rendimiento. Otros entrenan en canchas improvisadas, con zapatos rotos y pelotas cosidas con hilo dental. Sin embargo, cuando compiten, la sociedad finge que el talento y el esfuerzo son las únicas variables en juego.

Si la meritocracia fuera real, el punto de partida sería idéntico para todos. Pero la vida, como las competencias, está llena de carriles preferentes.

EL ESPEJISMO DEL SACRIFICIO

El deporte es el escaparate perfecto para vender la fábula del esfuerzo individual. Cada cuatro años, los medios nos cuentan la historia de un atleta que salió de la pobreza y llegó a la gloria. Nos conmueve el relato del niño que corrió kilómetros para llegar a su entrenamiento, del gimnasta que practicó en una sala de estar, del boxeador que usó costales de harina como saco de golpes.

El mensaje es claro: el que quiere, puede. Pero la excepción se presenta como regla, y así se normaliza la injusticia. No es lo mismo nacer en un país con infraestructura deportiva que en otro donde los atletas deben hacer rifas para costearse un torneo. No es igual crecer en una familia que paga entrenadores, fisioterapeutas y psicólogos que en otra donde el deporte es un lujo imposible.

Aun así, el discurso del sacrificio persiste. Si un deportista no alcanza el podio, se le acusa de no haber entrenado lo suficiente, de no haberse exigido más. Se le olvida que, muchas veces, entrenó con menos recursos, menos apoyo, menos certezas. Pero en el deporte, como en la vida, el fracaso se privatiza y el éxito se colectiviza. Si ganas, es mérito de la nación. Si pierdes, es culpa tuya.

REFLEJO DE LA SOCIEDAD. Unos corren con zapatillas de última generación y pista de tartán; otros, descalzos, sobre tierra y piedras.

EL ENGAÑO FUNCIONA PORQUE QUEREMOS CREERLO

Nos encanta la historia del atleta que triunfa contra todo pronóstico porque nos reafirma la ilusión de que cualquiera puede lograrlo si se esfuerza lo suficiente. Es un consuelo, un placebo. Si aceptáramos que el éxito no depende solo del talento y la disciplina, sino también de las condiciones materiales, nos veríamos obligados a cuestionar el sistema.

El problema no es solo deportivo, es ideológico. Si asumimos que todo es cuestión de empeño, entonces el pobre lo es porque quiere, el desempleado porque no se esfuerza, el excluido porque no luchó lo suficiente. Y así, la responsabilidad de la desigualdad se traslada al individuo, mientras las estructuras que la perpetúan permanecen intactas.

El deporte podría ser la prueba de que la igualdad de oportunidades es posible, pero sigue siendo un reflejo de la sociedad. Unos corren con zapatillas de última generación y pista de tartán; otros, descalzos, sobre tierra y piedras. Lo paradójico es que, a veces, gana el que menos tenía. Y ahí, en ese instante, la meritocracia sonríe, se aplaude a sí misma y presume su mentira.

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