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El partido de la vida y el futbol
El futbol es un reflejo de la sociedad. En el campo, como en la vida, hay talento, esfuerzo, injusticia y trampa. Se aplauden las jugadas limpias, pero también se admiran las picardías si llevan a la victoria. En los estadios, los hinchas celebran los goles sin preguntar demasiado cómo se consiguieron. En la política, la economía y la vida cotidiana, muchas veces pasa lo mismo: el fin justifica los medios.
Cada semana, la sección de deportes y la de sociedad parecen espejos. En una, un jugador es idolatrado pese a estar envuelto en escándalos personales; en la otra, un empresario o político evade impuestos sin que nadie lo cuestione demasiado. La diferencia es que, en el futbol, al menos, hay un árbitro (aunque a veces falle); en la vida, muchas veces ni siquiera eso.
LAS TRAMPAS QUE APLAUDIMOS
Pensemos en los jugadores que se tiran en el área para simular un penalti. La afición del equipo beneficiado lo defiende con pasión: “Es parte del juego”. Del mismo modo, cuando un político reparte favores a cambio de votos, muchos lo justifican con un “al menos hace algo”. La trampa, cuando nos beneficia, se convierte en una jugada maestra.
Las redes sociales amplifican este fenómeno. Se viralizan las imágenes de futbolistas que engañan al árbitro con astucia, igual que se glorifican las estrategias turbias de ciertos empresarios que logran el éxito. En ambos casos, se premia la inteligencia por encima de la ética.
Pero, ¿qué pasa cuando nos toca estar del otro lado? Cuando es nuestro equipo el perjudicado por un penalti injusto, gritamos al cielo. Cuando un político corrupto nos afecta directamente, pedimos justicia. La moral, al parecer, es flexible según la camiseta que llevemos puesta.
EL VAR DE LA SOCIEDAD
El VAR (Video Assistant Referee) ha traído justicia al futbol, aunque no siempre funcione de manera perfecta. En la sociedad también tenemos nuestro propio VAR: los medios de comunicación, las redes sociales, la opinión pública. Sin embargo, su uso es selectivo. Hay jugadas que se revisan al milímetro y otras que pasan desapercibidas.
Un futbolista es analizado hasta el cansancio si su vida personal se sale de los estándares, pero un empresario que explota a sus trabajadores rara vez se convierte en trending topic. Un árbitro es crucificado por un error, pero un juez que deja libre a un criminal por tecnicismos apenas ocupa un breve en la prensa. La revisión de las jugadas sociales es, en el mejor de los casos, caprichosa.
GANADORES O TRAMPOSOS
¿Nos importa más ganar que jugar limpio? Esa es la pregunta central. En la cancha, en la política, en los negocios y en la vida diaria, muchas veces se admira más al que triunfa que al que respeta las reglas. El problema es que, si seguimos celebrando victorias obtenidas con trampa, terminaremos en una sociedad donde el reglamento es solo un adorno.
El futbol y la vida deberían enseñarnos que el verdadero triunfo no es solo meter goles, sino hacerlo con justicia. Un equipo que gana con un penalti mal cobrado puede celebrar hoy, pero al día siguiente nadie se acordará de su juego sucio, solo de la mancha en su historial. Lo mismo pasa con las sociedades que premian la trampa: tarde o temprano, terminan perdiendo el partido más importante.