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Columna: ‘Para entender el deporte’

El cerebro que corre : la neurona que no sabía que tenía

NEUROCIENCIA. La novedad no es que el ejercicio haga bien, sino que lo hace de un modo más quirúrgico de lo que imaginábamos: repara circuitos, lubrica engranajes, pone en marcha un laboratorio bioquímico dentro del cráneo.

Hay una neurona en mi cabeza que no sé si me pertenece. La descubrí ayer, mientras subía las escaleras en lugar de tomar el ascensor. No sé si fue la falta de oxígeno o el esfuerzo torpe de mis piernas, pero algo en mi interior emitió un chispazo, una especie de fogonazo químico que me hizo sentir, por un instante, invencible. Luego volví a ser yo, es decir, un ser humano con una lista de pendientes en la mano y un cansancio existencial a la espalda.

Últimamente, la neurociencia no deja de decirnos cosas que ya sospechábamos, pero con más elegancia. Nos habla de la dopamina, la serotonina, el BDNF, acrónimo casi alienígena que en realidad es una proteína con superpoderes: regenera neuronas, refuerza la memoria, nos vuelve más listos, más ágiles, casi felices. La novedad no es que el ejercicio haga bien, sino que lo hace de un modo más quirúrgico de lo que imaginábamos: repara circuitos, lubrica engranajes, pone en marcha un laboratorio bioquímico dentro del cráneo.

Me pregunto si mi cerebro es el mismo antes y después de salir a caminar. Si esa neurona rebelde que descubrí ayer existía ya o si nació al cuarto peldaño, cuando mis pulmones entendieron que no les quedaba más remedio que cooperar. Se dice que el cuerpo humano produce nuevas neuronas toda la vida, pero solo si se las merece. Y para merecérselas, hay que moverse. ¿Cuántas ideas brillantes habrán muerto en la inmovilidad de un sofá?

PENSAR CON LOS PIES

La paradoja es inquietante: para pensar mejor hay que hacer algo que, en teoría, no tiene nada que ver con pensar. Como si la mente fuera un motor que se oxidara con la quietud y el único lubricante posible fuera el movimiento. Lo interesante es que este hallazgo neurocientífico es antiguo. Lo supieron los peripatéticos, que discutían mientras caminaban, y lo intuían nuestros ancestros, que resolvían problemas de supervivencia mientras huían de depredadores. Pensar y moverse siempre fueron la misma cosa, aunque la modernidad se haya empeñado en separarlos.

Esto explicaría por qué las mejores ideas aparecen mientras paseamos sin rumbo, por qué las preocupaciones parecen más manejables después de correr una cuadra, por qué el insomnio, que es una parálisis del sueño, se alivia a veces con una simple caminata. Hay algo en el cuerpo en movimiento que ordena el caos mental, como si el cerebro, al verse sacudido, encontrara repentinamente un sentido a las cosas.

Los neurólogos lo llaman neuroplasticidad, pero bien podríamos llamarlo justicia: el cerebro premia a quien se esfuerza, como si fuera un maestro estricto que solo reparte caramelos a los alumnos aplicados. Un paseo de media hora puede liberar más neurotransmisores que una tarde de terapia. La pregunta es si estamos dispuestos a aceptarlo.

LA FELICIDAD, UN TROTE DIARIO

Tal vez la clave de la salud mental no esté en la reflexión, sino en la carrera. No en la introspección, sino en el salto. No en la terapia, sino en la zancada. Hay algo casi ofensivo en esta idea, como si la solución a muchas angustias existenciales estuviera en algo tan rudimentario como mover las piernas. Como si la felicidad no fuera una epifanía, sino un trote diario alrededor de la manzana.

Nos cuesta admitirlo porque nos gusta la complejidad. Preferimos creer que el bienestar es un acertijo sofisticado y no una reacción química que se activa al ritmo del corazón. Pero ahí están los estudios: hacer ejercicio no solo mejora el ánimo, sino que cambia literalmente la estructura del cerebro. Nos vuelve menos ansiosos, más creativos, incluso más valientes. Como si el simple acto de caminar, correr o bailar nos recordara, en lo más profundo, que estamos vivos.

Mañana voy a volver a tomar las escaleras. No por convicción, sino por curiosidad. Lo haré con el entusiasmo de quien busca un milagro, aunque solo sea la confirmación de que esa neurona sigue ahí, vibrando, diciéndome que aún hay esperanza.

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