Deportes

Columna: ‘Para entender el deporte’

La vida en shorts y con cronómetro

UNA REALIDAD. Al final, en el deporte y en la vida, no gana el más fuerte, sino el que tiene más aguante.

A veces pensamos que el deporte y la vida son cosas distintas: que una privilegia el esfuerzo físico y la otra el trámite emocional. Pero no, son lo mismo con distinto uniforme.

En ambas hay derrotas, remontadas, entrenamientos agotadores y gradas llenas de gente opinando sin sudar una gota. Y lo más curioso es que muchas de las reglas que aplican en la cancha, el ring o la pista también sirven fuera de ellas.

Por eso, me puse a pensar en cómo el deporte nos deja pistas, metáforas y aprendizajes que podríamos usar en el día a día. De ahí salieron estas frases, como una brújula para intentar conectar la lógica del esfuerzo físico con la del esfuerzo cotidiano. No garantizo que te ayuden a ganar un maratón ni a evitar que te ganen en el minuto 90, pero al menos podrían evitar que te tropieces con tus propios cordones.

SI CORRES SIN RESPIRAR, TE MUERES SIN AVISO

La vida es como correr: si sales disparado sin saber a dónde vas, lo más probable es que termines en el suelo, con los pulmones en huelga y el orgullo por los suelos. No hay que ser un genio para entenderlo, pero aun así insistimos en vivir acelerados, sin plan, sin aire, como si todo se tratara de llegar antes que los demás.

En el atletismo, los corredores saben que sin una buena respiración, la meta es un espejismo. Lo mismo pasa en la vida. Vas corriendo de reunión en reunión, de relación en relación, de deuda en deuda, hasta que un día, sin previo aviso, te desmoronas en el kilómetro 30 de la maratón personal. Entonces alguien te dice: “Es que no sabes administrar tu energía”. Y tú, que te creías un velocista, te das cuenta de que siempre fuiste un fondista mal entrenado.

Respirar, pausar, regular el ritmo… conceptos básicos en el deporte y en la vida, pero que olvidamos cada vez que nos entra la prisa por vivir todo en modo sprint. Y después nos extraña que terminemos exhaustos a mitad de camino, viendo cómo otros nos pasan con una sonrisa y el aire suficiente para celebrar.

LA GRADA NO METE GOLES, PERO DECIDE PARTIDOS

Seamos honestos: si no tuviéramos público en nuestra vida, muchas decisiones serían diferentes. Lo mismo pasa en el deporte. Un jugador puede ser un dios en los entrenamientos y un tembloroso aficionado el día del partido, solo porque hay gente mirándolo. En la vida, el equivalente son los suegros en la cena de presentación o el jefe evaluando tu trabajo con los brazos cruzados.

El problema es que a veces le damos demasiado poder a la grada. Queremos que nos aplaudan, que nos coreen, que nos cuelguen una medalla por levantarnos temprano. Pero el público es voluble: hoy te ama, mañana te olvida. Y lo peor es que hay gradas que, en lugar de animarte, esperan tu fallo para decir “te lo dije”.

Así que elige bien a tu público. Rodéate de fans que te griten “¡Vamos!” cuando sientas que no puedes más y no de esos que solo aparecen para hacer la ola cuando las cosas van bien. Porque la grada no mete goles, pero puede hacer que falles el penalti más importante de tu vida.

EL MÚSCULO QUE MÁS PESA ES LA VOLUNTAD

Hay gente que vive obsesionada con el gimnasio. Entran flacos, salen marcados, pero siguen sin poder levantar el peso de sus propias decisiones. Entrenan los bíceps, las piernas, el abdomen, pero nadie les dijo que el músculo más difícil de fortalecer es la voluntad.

La voluntad es esa parte del cuerpo que te levanta a las cinco de la mañana para entrenar cuando podrías seguir dormido. La que te obliga a rechazar la dona cuando llevas semanas a dieta. La que te hace seguir estudiando cuando Netflix te susurra al oído. Pero como cualquier músculo, se atrofia si no se usa.

Y lo peor: la voluntad tiene competencia. Está el músculo de la pereza, que es naturalmente más fuerte y más tentador. El músculo del “mañana empiezo”, que ha derrotado a más atletas que cualquier rival. Y el músculo del “¿para qué?”, que convierte a cualquier aspirante a campeón en un espectador más.

Al final, en el deporte y en la vida, no gana el más fuerte, sino el que tiene más aguante. Y si crees que esto no aplica para ti, solo pregúntate cuántas veces te rendiste antes del último asalto. Porque sí, la vida es como un ring, y quien sobrevive hasta el último round, ya es un campeón. Aunque salga con un ojo morado.

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