Deportes
Para entender el deporte

​Dr. Mario Ramírez Barajas

"En cada golpe de pelota, resuena el eco de una identidad que trasciende fronteras"

En las polvorientas canchas de Oaxaca, el sonido de la pelota golpeando los guantes de cuero resuena como un eco de tiempos inmemoriales. Es el juego de pelota mixteca, una tradición ancestral, un susurro de los dioses que antaño decidían el destino de los mortales con cada golpe y rebote.

Hoy, en pleno siglo XXI, este juego late con fuerza en el corazón de las comunidades mexicanas, especialmente en aquellas que han dejado atrás su tierra natal en busca de un futuro mejor. La pelota, en su incesante ir y venir, teje un hilo invisible que conecta a los migrantes con sus raíces, con ese pedazo de tierra que llevan tatuado en el alma. Es un vínculo con el pasado que se renueva en cada encuentro, un lazo que trasciende fronteras y distancias.

Un guante, una pelota, una identidad

Para los mixtecos que han tenido que emigrar, el juego de pelota es más que un simple pasatiempo: es un ritual, una manera de mantener viva su identidad en medio de culturas ajenas. Cada domingo, en parques y terrenos baldíos de ciudades lejanas, se reúnen para revivir este fragmento de su herencia.

Los guantes de cuero, gastados por el uso y el tiempo, parecen contener en cada arruga una historia, un recuerdo de la tierra que dejaron atrás. La pelota, al elevarse en el aire, lleva consigo las esperanzas y sueños de toda una comunidad. En cada golpe se revive un pedazo de historia, un eco de las montañas y valles de Oaxaca que se niega a desvanecerse.

La resiliencia hecha juego

El juego de pelota mixteca es también un acto de resiliencia, una forma de sobrevivir y prosperar en un mundo a menudo indiferente a su lucha. En cada partido, en cada punto disputado, los migrantes mixtecos demuestran la fortaleza de su espíritu, su capacidad para adaptarse y superar adversidades.

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Es como si la pelota, al rebotar contra los guantes, les recordara que son capaces de enfrentar cualquier desafío, que tienen la fuerza de sus ancestros corriendo por sus venas. Con cada juego, cada victoria y cada derrota van construyendo una nueva identidad que amalgama su herencia mixteca con las experiencias de su nueva vida. El juego se convierte así en una metáfora de su existencia, un reflejo de su lucha diaria.

Un puente entre generaciones

En las canchas improvisadas, no es raro ver a abuelos, padres e hijos jugando juntos, compartiendo este legado ancestral. Para los jóvenes nacidos lejos de la tierra de sus ancestros, el juego es un puente hacia sus raíces, una manera de conectar con una identidad que a veces puede parecer difusa.

Para los mayores, es una forma de asegurar que su cultura y su historia no se pierdan en las brumas del olvido. Es una ceremonia de transmisión, un rito de paso que asegura que la llama de su identidad siga viva, encendida por las manos y corazones de los más jóvenes

Un grito de unidad

Es un testimonio del poder del deporte y la tradición para unir a las personas y mantener viva la llama de la identidad en tiempos de cambio y desafío. Cada partido jugado en una cancha lejana es un grito de unidad, una afirmación de que, sin importar dónde estén, los mixtecos siguen siendo un pueblo, una comunidad unida por algo más fuerte que las fronteras o las distancias.

Mientras la pelota siga rebotando y los guantes de cuero sigan atrapándola en su vuelo, la identidad mixteca seguirá viva, indestructible, eterna. En cada juego, en cada punto, se teje la historia de un pueblo que se niega a ser olvidado, que encuentra en su tradición la fuerza para seguir adelante.