La gloria invisible
Hay algo casi trágico en ser el cuarto lugar, el quinto, o el octavo. Estás tan cerca de la gloria, que puedes tocarla, pero al mismo tiempo, tan lejos que la distancia se convierte en un abismo. Es fácil pasar por alto a estos atletas, porque al final, la historia solo recuerda a los que suben al podio.
Para llegar a los Juegos Olímpicos, estos atletas han pasado por un proceso extenuante, un viaje que los ha llevado a desafiar no solo a sus competidores, sino a sus propios límites. Han superado pruebas de clasificación, competencias nacionales e internacionales, han sacrificado años de su vida y, en muchos casos, han puesto en riesgo su salud física y mental. Y, aun así, cuando hablamos de ellos, lo hacemos en términos de lo que no lograron: “no consiguió una medalla”, “se quedó a las puertas”. La cultura del éxito en la que vivimos se alimenta de estas narrativas que, en su afán por simplificar, terminan por borrar el esfuerzo titánico que supone estar entre los mejores del mundo, pero quizás, en ese olvido colectivo, estemos cometiendo una injusticia.
La justicia de las proporciones
Consideremos un momento lo que significa ser uno de los ocho mejores en cualquier disciplina a nivel mundial. Imaginemos que uno de cada mil millones de personas en el mundo logra calificar a los Juegos Olímpicos. De esos pocos, solo unos cientos llegan a la final de su disciplina, y aún menos logran posicionarse entre los primeros ocho. ¿Cómo es posible que dejemos de ver la hazaña que representa?
No es que la medalla no sea importante. Al contrario, es un símbolo de excelencia, de una superioridad indiscutible en un momento dado. Pero también es cierto que la diferencia entre el primero y el octavo lugar puede ser mínima, casi imperceptible. Un pestañeo, un pequeño desliz, una racha de mala suerte, y todo cambia. La distancia entre la victoria y el olvido es tan estrecha que, en ocasiones, parece casi arbitraria.
En este sentido, la justicia debería radicar en reconocer el valor de estar ahí, de participar, de ser parte de esa élite mundial. No se trata de restar méritos a los ganadores, sino de ampliar la visión para incluir a aquellos que, aunque no se llevaron una medalla, han alcanzado un logro igualmente monumental. En un mundo de casi 8 mil millones de habitantes, estar entre los ocho primeros debería ser motivo de celebración, no de lástima o indiferencia.
La verdadera victoria
Quizás sea hora de repensar lo que entendemos por éxito en el deporte. Quizás deberíamos comenzar a ver las cosas no solo en términos de victorias y derrotas, sino en términos de participación, esfuerzo y superación personal. Los Juegos Olímpicos no son solo una competencia; son una celebración de lo que el ser humano puede lograr cuando se lo propone.
La verdadera victoria, entonces, no siempre se encuentra en el podio. Está en el viaje, en la lucha, en la perseverancia. Está en ser uno de los mejores, aunque ese "mejor" no venga acompañado de una medalla.
- Y es ahí donde reside la otra medalla, la invisible, la que no se cuelga del cuello, pero que brilla con la misma intensidad.
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