Deportes
'Para entender el deporte...' ///
Dr. Mario Antonio Ramírez Barajas

El ritmo del crecimiento

"El cuerpo de un niño no entiende de prisas; crece a su propio ritmo, si le das el espacio para hacerlo."

Niños en movimiento, cuerpos en desarrollo

En el parque, un niño de ocho años corre detrás de un balón con la misma determinación que un adulto corre hacia un sueño. Pero la diferencia es evidente: sus piernas aún son cortas, su respiración aún suena agitada demasiado pronto y sus movimientos, aunque llenos de energía, carecen de esa precisión pulida que solemos asociar con los deportistas profesionales. No obstante, ahí está, corriendo como si en su corta vida no hubiera habido nada más importante que alcanzar esa esfera de cuero.

Es fácil, a veces demasiado fácil, olvidar que los niños no son adultos en miniatura. No es cuestión de tamaño, de habilidades o de fuerza. Es de desarrollo. Cuerpos que crecen a ritmos distintos, mentes que procesan el esfuerzo físico de maneras únicas, huesos y músculos que se van formando a lo largo de etapas cuidadosamente sincronizadas por la biología. Es como si cada niño llevara dentro un reloj invisible que marca su propio tiempo, un tiempo que, si lo respetamos, les permitirá llegar a su máximo potencial sin poner en riesgo su salud.

El peligro de tratarlos como adultos pequeños

Por eso es importante que cuando hablamos de entrenamiento físico para niños y jóvenes, pensemos en ellos como lo que son: seres en crecimiento. No se trata de replicar las rutinas que los adultos seguimos en el gimnasio o de imponerles la misma disciplina rígida que quizá nosotros mismos hemos aceptado en nuestra vida diaria. Tampoco de convertirlo en un prodigio del deporte a la fuerza, como si el talento se fabricara bajo presión.

La Organización Mundial de la Salud lo deja claro: los niños necesitan al menos 60 minutos diarios de actividad física moderada o vigorosa. Sin embargo, más importante que la cantidad es la calidad de esta actividad. No estamos hablando de entrenamientos extenuantes o de levantar pesas que desborden sus capacidades, sino de jugar, de moverse libremente, de desarrollar habilidades motoras básicas: correr, saltar, trepar, lanzar. El cuerpo infantil se fortalece a través del juego, y cada juego es una lección, un paso más hacia un cuerpo más resistente, pero también más flexible y adaptado.

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Iustración AI.

¿Qué ocurre cuando apresuramos ese reloj? Cuando tratamos a un niño como si fuera capaz de soportar las mismas cargas que un adulto, estamos ignorando que su sistema musculoesquelético no está preparado. Los huesos en desarrollo, los cartílagos aún tiernos, los músculos en formación... todo eso puede verse afectado si no se respeta el proceso natural. Las lesiones en niños que practican deporte de forma intensa o sin supervisión adecuada son más comunes de lo que se cree: fracturas por estrés, problemas de crecimiento, desbalances musculares. En lugar de estar potenciando su desarrollo, lo estamos frenando.

Jugar, la clave del crecimiento saludable

¿Y qué decir del impacto psicológico? Para un niño, el deporte debe ser una fuente de disfrute, una experiencia lúdica que le permita conectar con su cuerpo, con sus amigos y con el mundo que lo rodea. Pero si convertimos el entrenamiento en una obligación o en una forma de cumplir con expectativas ajenas, podemos romper ese vínculo. El placer se convierte en presión, y la autoestima puede verse afectada si no alcanzan ciertos niveles de rendimiento que ni siquiera son adecuados para su edad.

Así que la clave es esta: respeto. Respeto por el cuerpo que está creciendo, respeto por los tiempos internos de cada niño, respeto por el proceso natural que no puede ni debe acelerarse. Hay etapas para todo, y en cada una de ellas hay un tipo de actividad física que es más beneficiosa. En la infancia, el movimiento debe ser libre, exploratorio, centrado en el desarrollo de habilidades motrices amplias. En la adolescencia, cuando el cuerpo comienza a madurar, se pueden introducir ejercicios más estructurados, pero siempre con la supervisión adecuada y sin olvidar que aún están en formación.

Nutrir su capacidad de disfrute

Entrenar a un niño no es solo cuestión de fortalecer su cuerpo, es también nutrir su capacidad de disfrute, su confianza en sí mismo y su amor por el movimiento. No se trata de crear futuros campeones olímpicos, sino de darles herramientas para que crezcan sanos, tanto física como emocionalmente. Y si en el camino descubren que tienen una pasión por algún deporte en particular, mejor aún, pero siempre desde un lugar de disfrute y no de exigencia.

Así que, cuando veas a un niño corriendo en el parque, con sus movimientos aún torpes y su energía aparentemente inagotable, recuerda que ese es su tiempo. Su cuerpo sabe lo que hace, sabe cómo crecer. Y si lo acompañamos con el mismo respeto y paciencia que la naturaleza le ha otorgado, el niño de hoy se convertirá, sin prisa, en el adulto fuerte y sano que algún día llegará a ser.