15 abr 2025 - 07:15 PMLogo La Crónica
Destino C

El cantautor español del momento ha lanzado su séptimo disco, el cual ha resultado ser un manifiesto que confirma que el exPereza no tiene miedo de mirar hacia atrás... ni hacia adentro

Tenemos que hablar de: “Gigante” el álbum más íntimo, valiente y brutalmente humano de Leiva

Tenemos que hablar de... "Gigante", el álbum más íntimo de Leiva

José Miguel Conejo Torres, más conocido como Leiva, ha vuelto a ponerse los guantes (y el alma) para lanzar “Gigante”, un disco que no solo es su trabajo más introspectivo hasta la fecha, sino también un salto cuántico en su carrera. Tal como el propio nombre del álbum lo dicta, es una propuesta amplia y ambiciosa, pero que no le queda nada grande en lo más mínimo.

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Después de más de dos décadas rodando entre continentes y escenarios, premios y corazones rotos, Leiva lanza este autorretrato emocional que huele a polvo del desierto, a cicatrices bien llevadas y a libertad creativa.

En general, el español siempre suele presentar propuestas profundas, pero lo que hizo esta ocasión fue tocar el fondo, resurgir y mostrarse desnudo en letras y portada. Este séptimo viaje es emocional, una catarsis sonora y un testimonio brutalmente honesto de su madurez artística. Spoiler: no es solo un disco, es un manifiesto que confirma que el ex-Pereza no tiene miedo de mirar hacia atrás... ni hacia adentro.

Este músico y cantautor español ha dejado una huella imborrable en la escena del rock español. Desde sus inicios con la banda Pereza hasta su consolidación como solista, Leiva ha demostrado ser un artista versátil, comprometido y profundamente apasionado. Pero empecemos como se debe.

¿Quién es realmente Leiva?

Detrás del sombrero, la barba y ese estilo clásico inconfundible, se encuentra José Miguel Conejo Torres, nacido en Madrid, el 30 de abril de 1980. Creció en Alameda de Osuna, al norte del estado, muy cerca del aeropuerto, en un barrio alrededor de las ruinas del Castillo de la Alameda, una fortaleza del siglo XV que ahora es un círculo mágico con caminos de madera.

Cabe mencionar que en su día tuvo un dúplex por ahí, pero lo vendió. Años después, volvió a la zona y se hizo de un chalé adosado de varias plantas, a un paso de la casa donde se crió con sus padres. Y no fue casualidad. En uno de esos momentos en que la vida da un giro (justo cuando se separó Pereza y tuvo que dejar atrás los escenarios grandes para tocar en cruceros y seguir presente forjándose como solista), Leiva volvió a sus orígenes. Volver a casa es crear una reconexión con el confort porque, a veces, cuando todo tiembla, lo único que queda firme es el lugar donde empezaste a soñar.

El futbol ha formado parte importante de su vida desde siempre, en particular el Atlético de Madrid. Durante su infancia, mientras practicaba en un equipo de niños, sus compañeros le encontraron una intensa similitud con Leivinha, un futbolista brasileño muy popular en los años 70 que llegó a jugar en la Canarinha y en el Atlético, bautizándolo hasta el día de hoy con el apodo que ha llevado orgulloso por todo el mundo y en cientos de escenarios.

La familia, algunas pasiones y un ojo de vidrio

Tal como para muchos de nosotros, la familia ha sido siempre un pilar fundamental en la vida de Leiva. Su madre, ama de casa, y su padre, un escritor, poeta y periodista con alma, que además fue director de comunicación del PSOE y del Ministerio de Agricultura, siempre estuvieron ahí, apoyándolo desde el minuto uno con el sueño loco de ser cantante que le nació en la adolescencia.

En su barrio de toda la vida sigue teniendo a sus amigos de siempre, esos que conocen su historia desde el principio y quienes hasta el día de hoy le han apoyado, guiado, aconsejado y acompañado. Fue allí, en ese rincón tan suyo, donde empezó a tocar la batería. Su padre, con esa mezcla de ternura y visión práctica, lo animó a meterse en algo “útil” para aprovechar el tiempo libre… y sin saberlo, le abrió la puerta a todo lo que vino después.

Con apenas 12 años, tuvo uno de los momentos más duros de su vida. Un accidente con una escopeta de perdigones que desencadenó en la pérdida del ojo izquierdo. Desde entonces, ha llevado un ojo de cristal.

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Aunque él siempre ha sido muy discreto con este tema, no fue hasta hace poco, en una entrevista en el pódcast de Farid Dieckr y Diego Ruzzarin, que se abrió de verdad sobre todo lo vivido, asegurando que el peso no fue tanto para él, sino para sus padres. “Yo perdí el ojo izquierdo con 12 años. Fue un accidente muy traumático para ellos, no tanto para mí. Dejé de ver por ese ojo para siempre”, dijo con una calma que solo da el tiempo.

Y es que, ¿qué niño pequeño puede dimensionar lo que eso implica? Él ni siquiera entendía del todo lo que pasaba. Le dijeron que no iba a ver más por ese lado, pero no le cabía esa idea en la cabeza. Así que, como cualquier niño, salió a jugar. Se dio cuenta de que la percepción era distinta, que el mundo tenía otra profundidad... pero él solo quería seguir viviendo, seguir jugando. Y eso hizo.

Durante dicho pódcast revela que “en el trayecto desde Urgencias hasta el quirófano me tocó un celador que me dijo ‘Qué tipo con suerte eres, Miguel’. Yo no entendía y le pregunté por qué. Me dice: ‘Piensa, de todas las cosas que puedes perder que tengas dos, cuál es la menos importante: el ojo. Tu vida va a ser exactamente igual que era antes de ayer. Solo te va a costar un mes de adaptación, eres un tipo con suerte’. Tengo esas palabras clavadas, son una lección de vida, fue una ayuda para toda la vida”, recordó.

De “Pereza” a una carrera de solista consolidada

Antes de convertirse en el poeta del pop-rock español, Leiva, ya tenía kilómetros recorridos. Para quien ande un poco perdido, el flashback más concreto sería que en los 2000 fue el vocalista del dúo Pereza, banda que conquistó al público con su mezcla de rock y descaro madrileño. Junto con Rubén Pozo, lanzó seis álbumes que marcaron una generación, con éxitos como “Todo” y “Estrella Polar”. Fue hasta 2012 cuando decidieron buscar fortuna como solistas y así fue como arrancó su carrera en solitario. Desde entonces no ha parado de crecer como artista y como persona, según nos cuenta en este nuevo disco.

Como solista, Leiva no ha dejado de cosechar éxitos. Temas como “Terriblemente cruel”, “Sincericidio” y “Como si fueras a morir mañana”, se han convertido en himnos para miles de personas a nivel mundial e incluso, han brotado casos como el de “La Llamada”, que lo ha llevado a ganar un Goya a Mejor Canción Original, demostrado su capacidad para reinventarse y conectar con el público.

“Gigante” es el disco como el artista

En palabras del propio Leiva, “Gigante” es un autorretrato sin complacencias.

Grabado en los míticos Sonic Ranch Studios, en Tornillo, el pleno corazón de Texas, en un espacio considerado el templo sagrado del indie internacional, donde también han grabado desde Bon Iver, Yeah Yeah Yeahs, hasta Animal Collectiv, este material permite una exploración de sus propias luces y sombras. No hay poses. No hay artificios. Solo él, su voz rasgada y una producción que acaricia el alma mientras la revuelca un poco en la depresión, el desamor, la reflexión, la melancolía y el autoconocimiento.

“Es mi disco más personal, más honesto. No quería adornarlo demasiado. Necesitaba hablar de mí, incluso de las partes que no me gustan”, ha dicho Leiva en varias entrevistas.

El lugar es un oasis sonoro rodeado de nogales y vacas felices, y parece haberle dado a Leiva ese aire crudo, polvoriento y honesto que necesitaba para atravesar cada track.

Según ha contado recientemente, grabar en Sonic Ranch fue “una experiencia casi espiritual”. No es para menos: las canciones suenan a carretera infinita, a noches sin fin y a guitarras que raspan como papel de lija.

Él mismo ha ejecutado gran parte del arte instrumental de este proyecto, en concreto de las guitarras, tanto acústica como eléctrica, el bajo y la batería. Por otro lado, aunque Robe Iniesta, excomponente de Extremoduro, sea la única colaboración, a “Gigante” le han metido mano tremendos artistas y amigos de confianza como Adán Jodorowsky, Mateo Sujatovich, Bernardo Rodríguez, Aurora García y Julien Boyé.

El renacer emocional tras la tormenta

De forma personal, podría considerar que este disco huele a reinicio. A nuevo ciclo. A cerrar heridas que aún duelen. “Gigante” no solo suena distinto, se siente distinto. Es como si Leiva se hubiera quitado un peso de encima y, en lugar de esconder sus cicatrices, las hubiera puesto en el centro del escenario con un foco bien potente.

Recientemente, en un mundo donde la gente pasa de largo de las emociones y las purezas que los sentimientos ofrecen, tener un artista que venga y diga: “esto soy en mis mejores momentos, pero también en los más flacos. Este es mi autoconcepto y estas son las yagas que aún me curo a veces”. Es plausible en todas las formas en las que uno pueda imaginar.

La pérdida del miedo a la vulnerabilidad es el reflejo del trabajo duro en uno mismo, ese al que pocos se enfrentan y del que aún menos salen bien librados.

Letras que golpean suave pero hondo

Más que pensar en este material como un álbum en el que un artista logra conectar, considero que ha sido un confesionario. En “Gigante” nos encontramos con distintas “líneas de puntos” que nos van a mantener en un viaje de poesía urbana: hay nostalgia, dolor, redención, y sí, también amor… pero sin el filtro de Instagram.

Aquí nadie sonríe para la foto. Aquí se llora con dignidad y se ama, a veces con miedo, pero se ama con las creencias más férreas de quienes nos entregamos demasiado.

Recientemente, Leiva ha confesado estar en un momento de su vida donde prefiere la verdad al artificio, la vulnerabilidad a la pose. Y eso se nota. “Gigante” no es solo un título irónico, sino también una declaración de intenciones: ser gigante no es gritar más fuerte, sino haberse atrevido a ser pequeño cuando hizo falta.

Tracklist y joyas escondidas

Tras el lanzamiento de algunas probaditas, fue este 4 de abril de 2025, el día en el que Leiva lanzó por fin su séptima gema. Para celebrar el lanzamiento, Leiva ofreció una emotiva actuación en el programa ‘La Revuelta’ de RTVE, acompañado por reconocidos artistas como Dani Martín, Iván Ferreiro y Amaral. Juntos interpretaron “El polvo de los días raros”, en una presentación que destacó por su mensaje de belleza y amistad en tiempos de conflicto.

1. Gigante

La canción que da título al álbum es un viaje introspectivo sobre una emoción inmensa por la lucha interna entre el amor y el resentimiento. Leiva utiliza diversas metáforas con las cuales se apoya para describir la confusión que implica una ruptura abrupta y posiblemente imprevista que lo está haciendo mantenerse en “un constante estado de shock”.

Con frases como “temblor gigante” y “rencor gigante” nos expresa emociones intensas y contradictorias, pero en donde también se asume como “un lobo solitario”. Esta dualidad tan complicada que vivimos en donde la reciente soltería te mantiene motivado ante lo sexy de lo nuevo y la exploración, pero así mismo agobiado, enojado e incluso incomprendido, está perfectamente ubicada, y la forma que Leiva encuentra para describirla me parece sublime: “En el transcurso del día puedo tocar dos veces la gloria y el fango”.

2. Bajo presión

Esta melodía es una reflexión sobre la lucha interna ante las expectativas sociales, la presión de la vida moderna y la búsqueda de autenticidad en un bucle que te hace ir rumbo a la pretención generalizada más que a la belleza de “ser quien eres”. El peso de la incertidumbre emocional por la que atravesamos todos ante la duda de si somos con el exterior, quienes realmente somos dentro.

3. Ángulo muerto

Aquí, Leiva se mete de lleno en un viaje emocional cargado de vulnerabilidad, amor complicado y mucha introspección. La letra está llena de metáforas potentes que convierten una historia personal en algo con lo que cualquiera podría conectar: ese amor que te atrapa, te sacude y te deja preguntándote si estás cayendo o volando.

Lo más interesante es cómo describe ese punto ciego o “ángulo muerto” que todos tenemos en las relaciones. Ese lugar donde no ves venir lo que te va a romper, lo que te va a cambiar y por ello, lo dejas llegar hasta que impacte y rompa lo que le plazca romper. Aun así, te lanzas al vacío con bandera de “a ver qué pasa...”.

La comparación del bienestar romántico con el “veneno de sapo” y “la fuga del Chapo” como formas de explicar lo tóxico y adictivo que puede ser el amor cuando se vuelve intenso y fuera de control es una forma contemporánea y preciosa de mostrar una obra maestra algo tenebrosa. No es solo drama, es una forma creativa (y muy suya) de mostrar cómo algo puede ser tan fascinantemente peligroso.

4. Ácido

En esta radiografía emocional en plena tormenta escucharemos que, desde el primer verso, Leiva se lanza a explorar ese lado oscuro y confuso que todos atravesamos alguna vez. Hablándonos desde un lugar muy íntimo, donde la realidad se desdibuja y todo parece más un delirio que un camino claro, la frase “me quema como ácido” se repite como un mantra, como si intentara convencerse de que ya se ha acostumbrado al dolor... pero sin dejar de sentirlo. Esa imagen lo dice todo: una mezcla entre quemazón emocional, desgaste y esa resignación que llega cuando te das cuenta de que no todo se puede arreglar.

Esta es una carta de advertencia. Leiva reconoce que está lidiando con sus propias guerras y que, a veces, lo más sano es no arrastrar a nadie a ese torbellino personal en el que no puedes cuidarte tú mismo y, mucho menos, hacerte cargo de otros. Hay una tensión muy fuerte entre querer conectar y querer proteger, incluso si eso implica aislarse, algo que muestra mucho en sus letras.

“Ácido” es Leiva con el corazón en carne viva, entregándonos una canción que arde, pero que también invita a mirar hacia adentro.

6. El polvo de los días raros

El punto exacto en donde se mezclan la pérdida, el vació, la melancolía y esa sensación de estar un poco fuera de lugar en tu propia vida. Leiva, fiel a su estilo, nos mete de lleno en el corazón de una etapa rara, confusa, donde todo parece haber cambiado... y no para bien.

Desde el primer verso, se nota que el protagonista está completamente desconectado. Esa frase de que “el mundo de ayer ya no me pertenece” no solo suena potente, sino que te deja claro que algo se rompió, cambió y nada volverá a ser igual. Y lo peor: todo lo que antes era familiar, como la ciudad, ahora se ha vuelto incómodo, casi insoportable. Lo que antes era hogar, ahora huele “demasiado a ti”, y eso duele.

Lo del “polvo de los días raros” habla de ese residuo emocional que se va acumulando cuando pasas por días difíciles, esos que parecen no acabar nunca. No es un drama explosivo, es ese dolor sutil que se instala en lo cotidiano y no te suelta.

Leiva habla también de ese “luto medio extraño” que todos conocemos, ese en el que ni siquiera estás seguro de cómo sentirte y donde las emociones simplemente se apagaron. Sabes que algo se fue, que falta alguien, pero seguís buscando consuelo en los lugares donde antes te sentías bien… solo para encontrarte con más vacío. Leiva logra que esa tristeza suene bonita, como solo él sabe hacerlo.

7. Leivinha

“Maniaco, inestable, obsesivo y currante; hiperaprensivo, ensimismado y leal”, son las palabras con las que ha decidido describirse en una canción que le realiza una autopsia profunda.

Esta es, sin duda alguna, una de las canciones más personales (y crudas) en la carrera de Leiva. Desde que arranca, la bomba de llamarse a sí mismo “farsante”, no por pose, sino porque se nota que hay una lucha interna entre lo que es de verdad y lo que el mundo espera ver de él, hace que “se muera por tener las sensaciones de antes”.

Usa la imagen de una “carambola” para hablar de su éxito, como si todo lo que ha logrado hubiera sido una mezcla de casualidades más que una estrategia maestra. Esa sensación de que está ahí, en el foco, pero que en el fondo preferiría ser invisible. Lejos del ruido, lejos de los reflectores, volviendo a conectar con la música desde un lugar más puro.

Hay una nostalgia brutal en esta canción. Se evidencia que extraña esos momentos en los que subirse a un escenario no venía cargado de ansiedad ni de expectativas. Ahora parece más un juicio constante que una celebración, y él lo cuenta sin filtros. Pero no todo es sombra: también reconoce que esas mismas sombras lo empujan a salir adelante. Como si ya hubiera aprendido a usar sus miedos como gasolina.

El estribillo es una joya. Esa imagen de “deshilachar los recuerdos buenos” y “ver el vacío medio lleno” es oro puro. Habla de crecer, de dejar atrás algunas cosas (aunque duelan), y de entender que a veces lo que no fue, también enseña. Leiva nos dice, sin decirlo del todo, que volar también puede ser descansar.

8. Nueva misión

Desde el primer verso ya se nota que va en picada hacia su lado más oscuro, ese rincón donde uno se enfrenta consigo mismo, sin filtros ni excusas. Se desliza por “su lado más dark”, como si lo estuviera reconociendo por primera vez... o como si ya fuera un viejo conocido.

La canción es un tirón de orejas a sí mismo, una especie de intento por mejorar, pero con ese tono ácido de quien ya ha probado mil caminos sin resultados mágicos. Habla de haber pasado por “mil terapias de shock”, como si la paz mental fuera una puerta cerrada con siete llaves. Todo el tiempo da la sensación de que está buscando algo: ¿identidad, sentido, equilibrio?, pero no tiene claro si lo va a encontrar.

Lo más potente es cuando aparece esa figura de “alguien peor”. No está hablando de otro, en realidad está hablando de sí mismo, O mejor dicho, de una versión de sí mismo que no quiere ser. Ahí es donde entra la idea de “química y demolición”, como si su proceso de transformación implicara echar todo abajo para poder empezar de nuevo. Intenso, sí, pero muy real.

El eco de: “Hasta aquí la luz no creo que ahora pueda entrar”, insinúa estar atrapado en una zona donde ni siquiera la esperanza se asoma. Aunque menciona una “nueva misión”, no parece del todo claro si está listo para emprenderla o si es solo una forma de no rendirse del todo. Esta no es una canción de superación, es una fotografía del momento exacto en el que todavía estás luchando por levantarte.

9. Cometas y estrellas

En esta charla íntima que Leiva tiene consigo mismo bajo la luna, desde el principio, la imagen es clara: él, solo en un tejado, sintiéndose como un “extraño a tiempo completo”. Y ya con eso te das cuenta de que esta no va a ser una canción liviana. Es ese tipo de introspección que incomoda, que remueve cosas viejas que uno creía enterradas.

La mención a “Django”, que suena como una referencia a Django Reinhardt, le suma una capa especial: un tipo distinto, fuera de molde, con una voz propia. Como si Leiva también estuviera buscando eso: autenticidad en un mundo donde todo parece tan prefabricado.

Después se suelta y se define como un “sociópata trabado y discreto”. Fuerte, ¿no? Es como si estuviera diciendo: soy un conflicto, pero callado. Atrapado en esa versión de sí mismo que arrastra desde la adolescencia, con miedos, bloqueos y un montón de cosas que duelen en silencio. Y ahí aparecen las “cometas y estrellas”, que más que cosas bonitas del cielo, parecen ser esos sueños grandes que nunca terminan de despegar.

La canción va y viene entre el deseo de irse de todo, incluso de uno mismo, y la realidad que lo detiene: “maletas a medias”, “vendedores de humo”, decepciones envueltas en promesas. Todo muy de la vida misma.

10. Shock y Adrenalina

Leiva arranca con una imagen brutal en la que todos hemos estado alguna vez: flotando en medio del caos, tratando de no hundirnos. Es una metáfora poderosa para describir ese momento en el que todo se tambalea por dentro y uno solo quiere un poco de estabilidad.

La letra no se queda en la superficie. Se mete en esa zona donde parece que todo está bien por fuera, pero por dentro hay un vendaval. Leiva lo dice sin rodeos: se siente como “la golosina de su psicoanalista”, una frase que, aunque suene graciosa, encierra un montón de dolor, porque puede tener los focos encima, pero eso no apaga sus tormentas internas. Y ahí está la clave: esa contradicción entre lo que mostramos y lo que realmente sentimos.

De forma personal, lo que más me pega del tema es el estribillo: “Tú y yo flotando a velocidad normal, el resto de la humanidad a cámara lenta”. Es una manera preciosa de hablar de la conexión con alguien que te hace sentir en sintonía, aunque todo lo demás esté en pausa o fuera de lugar. Como si en medio de toda la locura, encontrar a esa persona fuera el único lugar seguro. El dulce deseo de todos los amantes del buen sentir.

En el fondo, esta canción no es solo una confesión de heridas emocionales, también, es una oda a esa búsqueda de alguien que nos mantenga a flote. Tu tabla en medio del océano. Leiva no tiene miedo de mostrarse vulnerable, y eso es justamente lo que hace que esta canción cale tan hondo a pesar de su ritmo ameno y hasta divertido. Porque al final, todos andamos buscando lo mismo: un poco de verdad, y si hay suerte, alguien con quien flotar.

11. Cuarenta mil

Es de esas canciones que no solo cuentan una historia, sino que te agarran de la mano y te arrastran al centro de un proceso emocional que se siente universal. Al inicio, Leiva nos mete en un camino de aprendizaje personal, de esos que no se recorren con libros ni consejos ajenos, sino a punta de tropiezos, decisiones mal tomadas y noches largas.

Esa imagen del “rebaño como un gato” me encanta porque habla de rendirse, pero en el buen sentido: De dejar de pelear contra cosas que antes no entendías, y simplemente empezar a aceptar. Porque sí, con el tiempo uno gana algo de sabiduría… aunque se escape rápido.

Hay momentos en la canción que suenan casi cinematográficos: “bajando en bici como un rayo”, “volando como un ángel…" Leiva pinta escenas que, más que hablar de libertad, parecen gritos de alguien que quiere escapar de sí mismo. Pero justo cuando sientes que se va por completo, aparece la necesidad de volver, de amar, de morder “un pedacito del cielo de tu boca”. Y ahí está esa tensión tan real: querer ser libre, pero, al mismo tiempo, necesitar a alguien que te abrace fuerte cuando todo se cae.

El estribillo tiene esa honestidad que solo se dice cuando uno está agotado de fingir: cambió de nombre (otra vez), perdió la fe en sí mismo, pero se aferró a la terapia como a un salvavidas. Y esa cuenta interminable, “hasta cuarenta mil”, suena como si estuviera enumerando todas las veces que se tuvo que reconstruir desde cero.

Lo más lindo (y lo más duro) de Cuarenta Mil es que no pretende tener las respuestas. Solo muestra la herida, la cura parcial, y el deseo constante de seguir avanzando, aunque sea a ciegas. Porque al final, crecer, duele, pero también libera.

12. Barrio

Hace un homenaje a sus orígenes en Alameda de Osuna, donde recuerda con melancolía su infancia y expresa que aquel pueblo es su escuela, su origen y su bandera. El hogar cobija, y es un reflejo claro en la construcción de quienes realmente somos. Podemos mentirle a todos, menos a nosotros mismos y a quienes, bien o mal, han acompañado nuestra historia, incluso quienes ahora “descansan en paz”.

“Fueron años de buena cosecha” en donde retoma a los amigos que aún conserva y, como ahora, todos adultos, aún les sonríe como siempre, pues como se dice aquí, en México: “Uno puede salir del barrio, pero el barrio nunca sale de ti”.

13. Cortar por la línea de puntos

Es una especie de manifiesto emocional para los que vivimos pegados al móvil, pero, nos sentimos solos igual. Desde el primer verso, esa imagen de una “mano que tiembla encima del botón” ya te pone en un lugar incómodo, de ansiedad contenida, de esa tensión que todos hemos sentido alguna vez, pero, que casi nunca admitimos. Y sí, la frase que se repite como un eco “Nadie, nada, cero” es demoledora. Porque, a veces, aunque estemos más conectados que nunca, no sentimos nada.

La letra está llena de metáforas que no solo decoran, sino que te transitan. Leiva habla de gente que va como “animales al matadero”, y no puedes evitar pensar en esa rutina donde muchos seguimos lo que se espera de nosotros, sin cuestionar. La “doble personalidad” y ese intento desesperado de “gustarle al inframundo de una red social” es tan real, que incomoda. Vivimos repartidos entre lo que mostramos online y lo que en realidad somos, y eso, con el tiempo, pasa factura.

La “línea de puntos” del título no es casual. Es esa idea de corte, de querer poner un freno, de pedir una pausa al ruido mental. Pero claro, no es tan fácil cuando el “regalo envenenado” de las redes te sigue tentando a cada rato.

14. Nevermind

Este track me tocó en un lugar sensible. Es de esas canciones que se sienten como una conversación con uno mismo en voz baja. Una especie de confesión. Desde que arranca, se nota ese vacío incómodo que aparece cuando algo que parecía “perfecto” o exitoso, ahora solo es ese suspiro raquítico de cuando el amor agoniza.

Es como si, detrás de cada logro, todavía hubiera un “¿y ahora qué?, ¿cuál será la batalla siguiente?”, o ese momento en el que se reconoce la terrible costumbre de estar en constante lucha por permanecer y “hacer funcionar”, una necesidad constante de algo más, de que sea más, de vivir más, de amarle más e ir a más, pero no hay nada. Y eso... eso pesa.

Leiva le habla a su versión más joven, y no lo hace con condescendencia, sino con melancolía. Trae a escena Nevermind, el disco de Nirvana, como un guiño a esa etapa de rebeldía y caos emocional que todos tuvimos. Es ese momento donde sentías que ibas a comerte el mundo, y de pronto te das cuenta de que muchas cosas simplemente se te pasaron. Me pegó fuerte esa parte porque te enfrenta con lo que eras, lo que esperabas ser… y lo que quedó en el medio.

La frase “ódiame si al menos te hace fuerte” es brutal. Es como aceptar que en un duelo de heridas compartidas con alguien, tal vez, de algún modo torcido, eso también pueda servir para crecer. Leiva se hace cargo, pero no desde el lugar de víctima, sino desde una honestidad cruda que no intenta justificarse. Es ese momento en el que le dices a alguien que si para salir adelante debe “aferrarse a lo malo” e incluso, inventárselo, a pesar de ser una estrategia cobarde, se acepta.

Y después, está esa línea que duele más de lo que admite: “me he acostumbrado a nombrarte sin querer”. Porque cuando alguien te atraviesa así, no hace falta pensarlo para que aparezca. Está en el fondo de todo, incluso cuando no debería. La canción es eso: una pelea interna entre querer soltar y seguir aferrado, entre culpa, deseo, memoria y ese intento constante (y a veces torpe) de redimirse.

Para mí, Nevermind es un retrato sincero de cómo el amor deja cicatrices, de esas que no se ven, pero que siguen ahí, apretando, suave cuando menos te lo esperas y, en lo personal creo que todos tenemos un “Nevermind”, al mío curiosamente le encanta Nirvana y justamente eso, hace que esta canción arda con más conciencia.

El track 5: Caída libre

Como lo habrás notado, dejé la pista 5 para el final. Y es que como no hacerlo si además de conseguir la difícil y codiciada colaboración de Robe Iniesta, Leiva creo un himno a la depresión y la lucha diaria para entenderla y salir de ella; además, de sacar el lado más involucrado, profesional y comprometido de Robe, quien, de acuerdo con Leiva, trabajó codo a codo con él por meses para hacer llegar esta canción a la joya que representa a desde su lanzamiento para el rock en español.

“En cuanto me dé un rayo de sol, voy a hacerme una foto en un fotomatón”, ese es el poderoso fragmento que, desde el 28 de febrero, no me puedo sacar de la cabeza. El día del estreno me desperté con el tema en mente antes de que sonara el despertador y, como muchos, corrí a escucharlo entero, apenas abriendo los ojos.

Lo que me encontré fue más que una colaboración entre dos españoles muy queridos, fue una sacudida emocional, una canción que pone luz, incluso tenue, sobre un estado emocional tan complejo como la depresión.

Desde el arranque, el videoclip te mete en ese universo íntimo. Vemos cómo comenzó todo, con llamadas entre ambos artistas (algo que ya nos habían dejado ver Leiva en su Instagram), y después se van intercalando imágenes de ambos en sus estudios, metidos en su mundo.

Detalles muy cuidados: un reloj de arena, flores secas que arden, un ventilador… todo tiene un simbolismo que acompaña y refleja el pasar del tiempo, el peso de cada segundo y el bochorno que puede generar la letra y el clima. No es hasta casi el segundo minuto que los vemos juntos, compartiendo espacio creativo, y ese momento ya es historia del rock en el mundo entero.

La verdad, que Leiva colabore con Robe no es poca cosa. Es entrar en una lista muy corta y muy especial, pues esta unión que surgió durante el verano, justo antes de que Robe tuviera que suspender su gira por motivos de salud.

Lo que emociona todavía más es cómo surgió la canción: Leiva compartió que uno de sus mejores amigos estaba pasando por una depresión, y que, al leerle el fragmento: “Hay un millón de muebles que mover y no sé detrás de cuál está lo que he perdido”, sintió que había algo poderoso ahí, algo que le hacía pensar en Robe y conectar con la dolencia de su amigo de una forma profunda.

No lo dudó. Le mandó el boceto al fundador de Extremoduro y, días después, Robe le estaba cantando el estribillo por teléfono. ¡Imagínate ese momento! Desde ahí, se embarcaron en un proceso larguísimo de trabajo conjunto, debatiendo palabras, verbos, melodías, puntos y comas. Leiva lo dijo tal cual: “Ha sido de esos procesos que no se olvidan. Me deja un gran aprendizaje: su entrega”.

Caída Libre no es solo una gran canción, es una historia de amistad, de profundo respeto emocional, de admiración y también de esperanza. Leiva lo resumió hermoso cuando dijo: “Mi amigo hoy levanta las persianas como un acto mecánico más, sin importancia. Él siempre fue incondicional de Robe. Me gusta pensar que su voz vino a sacarle del hoyo”.

Me parece que pocas veces una canción logra tanto en tan poco tiempo. Esta, definitivamente, lo hizo. Le vino a dar un apapacho a todos los aquellos a quienes de momento nos encontramos en la zona cero del huracán, pero más que como recordatorio, llegó como esperanza para cuando las cosas no van como uno quiere.

La depresión acorta. Acorta vidas, emociones, risas, ciclos. Pero al mismo tiempo magnífica. Vuelve eterno el tiempo, la incertidumbre, la tristeza y la incomprensión del proceso. Encontrar refugio en colapsos como esos, vuelve la vida llevadera. Los poemas, la terapia, los libros y los amigos son el soporte que uno más necesita.

SEO-friendly y directo al corazón: por qué “Gigante” importa

En un panorama musical saturado de beats prefabricados y letras genéricas, Leiva se planta con un disco auténtico, poético y profundamente humano. Eso no solo lo vuelve relevante artísticamente, sino que también lo coloca en una liga distinta: la de los que no hacen discos para sonar en TikTok, sino para acompañarte cuando el mundo se te viene encima.

Y, si estás buscando un disco para escuchar de principio a fin, sin saltarte ni un tema, “Gigante” es esa joya. Ponte los audífonos, sube el volumen, permítete sentir y prepárate para una travesía emocional que te va a dejar pensando. Y mucho.