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''La creencia anterior era que Zedillo no servía. Actualmente se dice que Fox no sirve y el que venga después de Fox tampoco servirá. Por eso se sospecha que el problema no está en lo ladrón que haya sido Salinas o lo hablador que es Fox. El problema está en nosotros, como pueblo y materia prima de un país donde “ser vivillo” es una moneda tanto o más valorada que el dólar, y donde hacerse rico de la noche a la mañana es una virtud más apreciada que formar una familia a largo plazo, basada en los valores de respeto a los demás”.
Probablemente usted ya haya leído lo anterior. Es el inicio de un escrito difundido por Internet que intenta explicar cómo somos y por qué no avanzamos, y bien podría ser la versión popular de una letrada disección hecha el día 15 de agosto pasado por Enrique Krauze que inicia así:
“Los mexicanos somos buenos para vociferar, abuchear, monologar, predicar, pontificar, descalificar, pero no para dialogar. El doctor José María Luis Mora —padre, como se sabe, del liberalismo mexicano— creía que nuestra incapacidad para el diálogo era casi congénita: ‘Desde los primeros años se les infunde a los jóvenes el hábito de no ceder nunca a la razón ni a la evidencia por palmarias que sean las demostraciones... en nuestros colegios se hace punto de honor el no ceder nunca de lo que una vez se ha dicho’... (Mora) sentó las bases de una cultura liberal que no pudo afianzarse debidamente por falta de tiempo, de un clima propicio y de interlocutores. En un contexto de intolerancia religiosa, inestabilidad política y naciente caudillismo, su opción vital fue el exilio, condición que lo amargó. Hacia 1840 un joven mexicano lo visitó en París, pero el encuentro con su admirado autor fue una decepción. Mora, el apóstol del liberalismo, se había vuelto intolerante:
“’El padre Mora es sentencioso como un Tácito, parcial como un reformista y presumido como un escolástico... no lo frecuentaré... me parece un apóstol demasiado ardiente para creerlo desinteresado en sus doctrinas y un partidario tan exclusivo que no ha de hacer buenas migas sino con quien en todas sus conversaciones se sujete a no tener opinión propia’”.
Esta decepción correspondió a Melchor Ocampo, otro gran liberal mexicano que andando los tiempos, recordó Krauze, también le enfermó el virus de la intolerancia.
Ayer asistí a un encuentro del naciente grupo plural de políticos y de intelectuales denominado Enlace, con nuevos miembros de los diversos partidos y con un mensaje ampliado “en torno al desencanto generalizado con el comportamiento de los actores políticos y sociales, orientados incluso a cuestionar la democracia misma”.
Varios temas plantearon mis colegas a los miembros de Enlace. Las principales respuestas, en síntesis, quizás hayan sido que “será un grave error no actuar (ante ese desencanto) antes del 2006” pues “no queremos una ruptura del orden democrático que provoque el retorno al autoritarismo; no somos cómplices de esa fatalidad para México”.
Concluido el encuentro le pregunté a Rolando Cordera qué tanto consideraba que en las circunstancias actuales la política propositiva de esfuerzos como Enlace pudiera lograr frente a la política real —si a eso se le puede llamar política— de los personajes que tienen al país convertido en licuadora. “Muy poco -respondió Rolando-, muy poco...” y éste, creo, es un buen día para recordar al personaje aquel del viejo libro intitulado El Huevo de la Serpiente —un relato de la Alemania prehitleriana—, cuando decía que ahí tenían todos ante sí la realidad que se adivinaba cuando se tomaba el huevo del reptil y se acercaba a una luz intensa. “Ahí dentro se puede ver nítidamente al peligro que está por nacer...”
Esta noche comenzará la conmemoración oficial número 194 del inicio de la lucha independiente que andando ya casi dos siglos, bien lo sabemos, sigue inconclusa por no decir que perdida; pero aún peor, porque esos peligros que intentarían los miembros de Enlace ayudar a atajar, ahí están a la vista de todos. El reflector de la realidad tiene la potencia suficiente para convertir casi en transparente el cascarón del huevo, y para permitirnos mirar ahí dentro la ominosa figura de lo que está por nacer sin que haya quien haga lo necesario para frenar la amenaza. Por el contrario, todos los que manejan en función de sus intereses la política real están incubando el huevo mientras que los mexicanos descritos en el párrafo inicial de esta entrega, con su —o con nuestra— irresponsabilidad y con su —o con nuestra— imprudencia, los dejamos avanzar.
Hoy no puedo desear felices Fiestas Patrias a nadie, porque sería como aplaudir a quien está por suicidarse. El tiempo se va y las alarmas suenan. ¡Escuchémoslas..!
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