Gracias a una adaptación de la partitura especialmente realizada por la Orquesta Filarmónica de Londres con el director André de Ridder, la experiencia de cine concierto de 2001: Odisea del espacio llegó al Auditorio Nacional de la Ciudad de México en el marco de varios festejos como el aniversario 55 del lanzamiento de la película, así como los 45 años de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México y el centenario del nacimiento de György Ligeti, parte clave de esta musicalización de la obra de arte dirigida por Stanley Kubrick. Crónica Escenario estuvo presente en este concierto sinfónico visual que busca acercar este clásico a nuevos públicos.
Después de recorrer 34 ciudades del mundo, el Auditorio Nacional fue el recinto ideal para vivir una experiencia que suele llevar a los espectadores al infinito y más allá. En esta ocasión, la cita fue a las 6 de la tarde, donde el recinto lucía casi en su máxima capacidad para experimentar este viaje intergaláctico de ciencia ficción donde destacaba la dirección de Brad Lubman, invitado de lujo para guiar a la Orquesta Filarmónica por los recovecos estelares de la cinta. Acompañándolos, estaba el Ensamble Coral Cuícatl de Rodrigo Cadet, preparándose para la tercera llamada donde la oscuridad del lugar simulaba la del vasto espacio.
La melodía de la tarde comenzaba con “Atmospheres” (1961), composición de Ligeti que servía como acompañamiento a esa oscuridad donde la pantalla negra y el resonar de las vibras sinfónicas rodeaba al público para meterlo de lleno al viaje subjetivo de 2001: Odisea del espacio. Con una compleja composición sonora que hace honor al título de ‘enfant terrible’ dado al compositor húngaro, el ruido y el sonido se reconfiguran en una sola melodía que produce cierto timbre bautizado por él como ‘color del movimiento’.
De ahí, el retumbar se hizo inmenso al aparecer el crédito inicial, donde “Así habló Zaratustra” (1896) de Richard Strauss, sonaba mientras una peculiar alineación estelar marcaba el preludio de esta aventura. Una filarmónica en ascenso y los pulsos del tambor retumbaban para marcar el primer paso de este viaje al lado de Kubrick y su obra maestra, pues el despertar del hombre no podía recibir un mejor intro que esta soberbia melodía que estremeció a todos los presentes, causando algunos gritos incómodos de emoción entre algunos perdidos, finalmente recomponiendo el silencio necesario para que el cine concierto continuara.
Mientras los homínidos se encuentran, es la peculiar aparición del primer monolito que sirve de marco para el estruendo coro de voces y sonidos de Ligeti, ahora con Kyrie, parte extraída del Réquiem del húngaro, misma melodía atronadora que, cada vez que la enigmática piedra espacial aparece, le da un toque de solemnidad turbia, dotando al objeto de ese aire místico que coincide con sus apariciones en el relato de Kubrick. Así, la súplica de “Señor, ten piedad” a la que alude el coro es el perfecto acompañante para esta entidad que provocará el primer paso de la evolución de la especie.
La aventura musical continuaba con el “Adagio de Gayane” (1942), sacado de la composición de Aram Kachaturian así como “El Danubio Azul” (1866) de Johann Straus II, que son los principales acompañantes de la misión a Júpiter y la visita a este planeta donde un nuevo monolito haría su aparición, mostrando ya al humano en una faceta evolutiva que le permite el viaje al espacio. Ambas melodías lucen por lo adecuado de las metáforas que, a través de la conjunción musical ejecutada por la filarmónica y del mundo visual creado por Kubrick, reafirman la experiencia subjetiva que el director buscaba provocar en las consciencias de los espectadores.
Son esos factores los que hacen de 2001: Odisea del espacio algo transgresor en su época, mostrando que no se necesita componer una partitura original si se sabe usar las ya existentes, aquellas melodías clásicas o contemporáneas que transmitan la sensación necesaria conjunta con la maravilla visual de un director que, a pesar de su excéntrico genio y sus actitudes muchas veces reprobables, defendía. Mientras la aventura nos lleva a presenciar el constante avance de la humanidad hasta el punto de desarrollar una inteligencia artificial (HAL 9000) que busca el origen de una señal misteriosa con sus compañeros astronautas, el primer acto del concierto termina ante la brutal revelación de las intenciones de desconectar a la máquina perfecta.
Después de 90 minutos de experiencia, el show continuó después de un breve intermedio de 15 minutos para llegar al punto climático de la noche, el clímax en que el ser humano, acompañado de la música de Ligeti y otros más, trasciende las barreras de la carne y el espíritu para convertirnos a todos en niños estelares. Mientras los funestos hechos que confronta el astronauta David Bowman (Keir Dullea) van determinando el destino final de la travesía, la música, los coros y el silencio encuentran su punto culminante ante, nuevamente, el estruendo de Zaratustra, culminando con la experiencia y provocando no sólo el asombro del público sino un descomunal recibimiento de aplausos ante la correcta interpretación de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México.
Cincuenta y cinco años después de su primer lanzamiento, 2001: Odisea del espacio prueba la vigencia de un cine que, más allá de un objetivo de venta, ofrece una sensación como pocas cada vez que se mira, ya sea por la estupenda musicalización que, en vivo, le otorga otra capa al filme, como por la temática, una que sigue rompiendo la barrera del tiempo para mostrarnos una realidad acerca de nuestro destino como especie, nuestra evolución y capacidades de viajar más allá de la música y la imagen. Sin duda, las experiencias de cine conciertos merecen ser una experiencia que no sólo conecte con nuevas audiencias, sino que refuerce el poder de la música en la imagen y sus inmensos alcances.
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