Escenario

CORTE Y QUEDA. El más reciente filme de Francis Ford Coppola ha dividido a la comunidad fílmica pero también contribuye al contexto político y social de la actualidad

‘Megalópolis’: No permitir que el ahora destruya el para siempre

Fotograma de 'Megalópolis' Fotograma de 'Megalópolis'. (CORTESÍA)

Francis Ford Coppola regresa a los grandes circuitos de cine luego de trece años de haber estrenado la película de terror e investigación detectivesca sobrenatural Twixt. Y regresa con una muy personal y bellísima obra que ha dividido al espectador promedio en los extremos del amor o el odio a su propuesta fílmica.

Es importante dejar en claro que Ford Coppola auto-financió este proyecto que llevaba cocinando seriamente desde 1980 y que, por circunstancias ajenas a su indiscutible talento creativo, no le fue posible realizar sino hasta varias décadas después.

Por lo mismo, el resultado final de Megalópolis es una visión profundamente personal de su sentir hacia la sociedad estadounidense (y que roza sin proponérselo a los gobiernos populistas de todo el mundo) en una propuesta de 138 minutos dejando al final la libre interpretación del espectador para que pueda abordarla desde las múltiples lecturas puestas sobre la mesa para bien o para mal. y eso ya no es competencia de ningún director.

PRIMER ACTO: DEGENERATUM

Megalópolis no es una propuesta sencilla y menos en el primer acto.

Más allá del hecho histórico de La Conjuración de Catilina (año 63 A.C.), que sirvió como fuente de inspiración del argumento para aterrizar la metáfora de los Estados Unidos convertidos en un sistema socio-político y económico a la usanza de la Roma de los Cesares, Coppola se fue por el desarrollo filosófico, por un lado, de los temas relacionados con el populismo, la banalidad, corrupción, la profunda depravación del poder y por el otro la belleza de las estructuras, del arte y la cultura como una forma de sensibilizar al individuo, el estoicismo, el humanismo y el aprendizaje que deja el estudio de la historia.

El director nos muestra en este primer acto una extravaganza desbordada donde vamos conociendo a los personajes principales en el punto más insensato de su existencia. A la manera de la comedia del absurdo, la película lleva un ritmo desenfrenado donde entran y salen los personajes en situaciones que no terminan de encajar en el intento del espectador de entender lo que sucede en pantalla.

Esta es la parte más complicada pero, una vez que la película entra en calma con un ritmo más centrado en lo que Coppola nos quiere contar mediante diálogos e interpretaciones teatrales, vamos entrando en la filosofía de Cesar Catilina, personificado por un histriónico y desenfadado Adam Driver, quién es el que lleva el peso de toda la argumentación de lo que significa Megalópolis en una superviviente sociedad donde conviven la mayoría de los ciudadanos con las necesidades básicas para subsistir y la minoría boyante y poderosa con todos los excesos de vivir sin limitantes económicas.

Es también en este acto donde conocemos las entrañas del poder político de Nueva Roma y sus velados nexos en las esferas del poder económico y los medios de comunicación afines a ambas partes; con los representantes del gobierno encabezados por un preciso Giancarlo Esposito como el Alcalde Francis Cicero, un renacido Jon Voight como el banquero Hamilton Crassus III, tío de César y padre del frívolo pero ambicioso Clodio Pulcher que es interpretado por un rebosante Shia LaBeouf en uno de sus mejores papeles y cerrando con Nathalie Emmanuel como Julia Cicero, hija del Alcalde e interés afectivo de Catilina.

Fotograma de 'Megalópolis' 2 El filme es protagonizado por Adam Driver. (CORTESÍA)

SEGUNDO ACTO: CONSEQUENTIA

Una vez que se establece todo lo que ocurría en una emergente Megalópolis libertina y dominada por la clase empresarial y bancaria; es que aparece un discurso que cae en la hipocresía (woke por momentos) de quién puede hablar de la esperanza desde la comodidad de una vida sin carencias ni privaciones; pero que al enfrentar al Statu Quo en igualdad de circunstancias es que vamos entendiendo a Catilina que navega entre sus dependencias como resultado de sus debilidades emotivas y la genialidad de buscar un mundo mejor solo por el reconocimiento de ser quién lo creó.

Es también en este acto que Coppola suelta la más severa crítica al populismo y los sinsentidos ultra-violentos del enfrentamiento entre opuestos respecto a sus posturas políticas no sólo con diálogos elaborados sino con secuencias en las que no podemos sino rememorar justamente a El Padrino (1972) o Apocalipsis Ahora (1979) en sus momentos más agresivos.

Todo este caos como consecuencia de la búsqueda de poder ya no solo económico sino además político como arma para, literalmente, eliminar adversarios etiquetados como “opositores a las necesidades del pueblo” para poder controlar no solo a las clases más necesitadas sino a las instituciones para que les permita afianzarse en la cúpula mediante leyes a modo.

Por supuesto, la violencia vuelve como un absurdo extravagante donde el ritmo retoma velocidad para dejar claras las consecuencias de la pasividad frente al avance de la iracunda insensatez.

TERCER ACTO: REDEMPTIO

Para cerrar esta última parte, Coppola aborda la filosofía de la evolución en vías de estructurar el discurso final resaltando la diferencia entre la caída de los imperios y el desarrollo de los mismos; donde el pilar es la sociedad que aprende y se adapta.

En voz de un renacido (luego de una epifanía) Catilina, el director ofrece un discurso esperanzador lleno de simbolismos apoyado en impresionantes y hermosas imágenes cargadas de alegorías igualmente optimistas sobre lo que resulta de aprender y superar la barbarie de la violencia, el separatismo y la destrucción en todas sus aristas.

Un final que algunos interpretaron como un mea culpa pero que resulta más cercano a un grito de alerta de lo que fue y puede llegar a ser la sociedad si se da un giro realmente humanista de 180 grados donde se valore honestamente la dignidad, la autonomía, la creatividad y la libertad del individuo.

Francis Ford Coppola en el set de 'Megalópolis' Francis Ford Coppola en el set de 'Megalópolis'. (ESPECIAL)

SUMMARIUM

Desde luego que ya queda en cada quién la lectura que se quiera o pueda tomar de los múltiples acercamientos socio-políticos y filosóficos que Ford Coppola presenta en Megalópolis; incluso si esta película resultó para algunos algo sin rumbo ni sentido en la carrera del director.

Y más allá de gustos personales (que desde luego no son un parámetro de apreciación estética), la realidad es que Megalópolis es una obra que encara al espectador contra su pasividad al motivarlo a ver más allá de lo superficial y enfrentarse a su ideología y criterios para reconocerse como un ser pensante y humanista.

Es decir, podrá gustar o no, pero, ni por error es la peor obra de Coppola cómo se maneja en ciertos sectores.

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