Escenario

CORTE Y QUEDA. El más reciente filme de la documentalista Luciana Kaplan llega a las salas nacionales tras un exitoso recorrido festivalero

‘Tratado de invisibilidad’: La toma del espacio público y de los reflectores

‘Tratado de invisibilidad’ de Luciana Kaplan Fotograma del filme (Cortesía)

Tras su triunfo en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara donde se hizo con el premio del jurado joven, una mención honorífica y el premio FIPRESCI de la crítica internacional y su paso por cuánto festival de cine documental hay en México como el DOQUMENTA, DOCS MX, la sección oficial de documental del FICM y el Festival Zanate, llega por fin a salas de cine del país el más reciente documental de Luciana Kaplan, quien ha cedido la cámara y la luz para que volteemos a ver a quien colectivamente hemos decidido ignorar.

A través de la fotografía en blanco y negro de Gabriel Serra Arguello nos adentramos a la vida de 4 mujeres que se dedican a limpiar los espacios públicos: el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, las calles de la capital, los pasillos y vagones del metro y la Cineteca Nacional.

Alejada de la tortura visual, Luciana Kaplan retoma la estrategia de La vocera al permitir que la crueldad cotidiana se problematice, se vuelva anormal y despierte furia entre los espectadores.

Frente a nosotros 4 mujeres nos cuentan anécdotas laborales de terror desde heridas en el área de trabajo, sanciones económicas, salarios de miseria hasta despidos injustificados de los que aún luchan por recibir una compensación y pagos atrasados que les debían. Todo ello en una ciudad con las rentas más caras del país y de Latinoamérica.

La directora a fin de proteger a una de las protagonistas de su película que se dedica a limpiar en las líneas del metro decide que un grupo variado de actrices la represente en pantalla y pongan bajo sus voces su testimonio.

Con todo y lo que oímos y vemos en pantalla, Kaplan se extiende en cada una de ellas para evitar la reducción de nuestras protagonistas a su empleo de limpieza.

Filma a Elena quien, entre risas, dice a Kaplan no gustar del cine y menos del que ponen ahí (Cineteca Nacional) y su compañera cuenta haberse encontrado en las salas ropa interior de mujer; a Gregoria que, portando unos cuernos, cuenta como para hacer reír a la gente y divertirse en el trabajo se pone las cosas que va encontrando en la basura como botargas, máscaras y sombreros; a Aurora que se describe como “ingeniera trapeologa” mientras se maquilla y espera con ilusión el regreso de su marido para sus bodas de plata y a una más que barriendo en medio de la marcha del 8M dice que “gracias a Dios no ha pasado por violencia” pero que “se siente cercana a lo que le pasa a las mujeres y a su situación”.

Incluso donde el género divide, la clase une. A cuadro aparecen hombres y mujeres de limpieza marchando por sus derechos laborales, con todo y el miedo a las represalias. En una administración que presume como logro la eliminación del outsourcing y haber subido el salario mínimo, vemos pues que, aquello no ha alcanzado a todos ni siquiera a los que tienen frente a sus narices, a los que limpian sus oficinas y sus calles.

En La vocera Kaplan distribuía extractos de archivo de las entrevistas entre periodistas o comunicadores y la candidata a la presidencia Marichuy para ejemplificar el racismo que a solo dos años de distancia del estreno del documental había sufrido a nivel nacional por ser indígena.

Aquí no hace falta recurrir a material adicional, el discurso oficial y el estigma social que pesa sobre las personas que se dedican a la limpieza están tan interiorizados; justamente escucharlas decir sus salarios, sus condiciones de trabajo y de vida son suficientes para tirar la cortina de intolerancia, tumbar prejuicios y en especial, para enfurecer hasta al más inhumano.

Hacia su final la directora vuelve a capturarlas barriendo las calles, arriba de los camiones de basura, cuidando los pasillos y parques. Las pone en el centro de la toma y con sus rostros a cámara a aquellos que muchas veces no le concedemos ni el saludo ni la mirada.

Ya logramos que la palabra “pueblo” se pasee por nuestras bocas, ahora la lucha es porque no nos quedemos en el discurso político sino en la acción pública. La que nos suba salarios, la que nos baje las horas laborales y nos devuelva la visibilidad, pero para eso tenemos que reconocernos todos como obreros a los que nos aplasta la misma piedra que solo nos lograremos quitar obteniendo la dignidad para todos, de quien opera desde una cafetera, un ordenador hasta una escoba.

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