Escenario

COBERTURA. La noche del sábado se vivió un concierto histórico de la mano del artista estadunidense que ofreció lo mejor de su historia musical

Lenny Kravitz se arrodilla ante México

El cantante Lenny Kravitz (ARCHIVO)

El Palacio de los Deportes tembló. A las 21:10 horas del pasado sábado, la oscuridad invadió el recinto y, como un presagio, el rugido del público estalló en un clamor que marcaba el inicio de una noche histórica. Lenny Kravitz, tras seis años de ausencia, volvía a México, no sólo para ofrecer un concierto, sino para rendir homenaje a un país que, en sus palabras, le ha dado propósito, vida y sanación.

Desde los primeros acordes de “Are you gonna go my way”, quedó claro que esta no sería una velada cualquiera. El neoyorquino, acompañado de su impecable banda, transformó el infame “Palacio de los Rebotes” en un templo donde el rock, el funk y el alma se entrelazaron para crear algo sublime. Cada nota, cada palabra y cada gesto de Kravitz parecía diseñado para conectar profundamente con su audiencia, una multitud que no dejó de ovacionarlo durante las más de dos horas de espectáculo.

El concierto fue más que música: fue un encuentro espiritual. “¡Somos libres esta noche! ¿Pueden sentirlo?”, exclamó Lenny al saludar al público antes de interpretar “TK421”. Ese sentimiento de libertad colectiva se respiraba en cada rincón del Palacio, donde matrimonios, amigos, jóvenes y familias enteras vibraban al unísono. Desde los asistentes en las primeras filas hasta los más alejados, todos se dejaron envolver por la energía magnética del artista.

Durante “I’m a believer”, las palmas resonaron con fuerza, y aunque muchos no conocían esta canción, nadie pudo resistirse al ritmo contagioso. Kravitz, consciente de la energía que emanaba de su audiencia, recorrió el escenario con su guitarra miel, saludando a cada sector mientras los gritos de “¡Lenny, Lenny!” retumbaban como un mantra.

El momento más emotivo de la noche llegó cuando, tras terminar “Believe”, el público coreó a una sola voz: “¡Lenny, hermano, ya eres mexicano!”. Visiblemente conmovido, Kravitz se arrodilló en el centro del escenario, llevando las manos al pecho mientras las lágrimas corrían por su rostro. Esa conexión genuina, ese amor mutuo entre el artista y sus seguidores, marcó el punto álgido de una noche que ya era inolvidable.

México significa tanto para mí”, confesó con voz temblorosa. “Desde el principio, ustedes han estado conmigo. Me han dado vida y propósito. Siempre me he sentido en casa aquí, porque el amor que siento es auténtico. Ustedes son una cultura hermosa, llena de amor y autenticidad. Gracias por todo”.

Kravitz no solo ofreció música; también desplegó su icónica sensualidad y presencia escénica. Durante “Low”, el cantante desató gritos ensordecedores al desabotonarse ligeramente el cinturón mientras sus movimientos llenaban las pantallas gigantes. Con “The chamber”, se quitó los lentes oscuros en un gesto íntimo que parecía dirigido a cada persona en la audiencia.

El momento más anecdótico llegó cuando le entregaron un Dr. Simi caracterizado como él, gesto que recibió con una amplia sonrisa y palabras de gratitud. “¡Wow! Esto es hermoso. Gracias por compartir esto conmigo”. Luego, presentó a su banda, destacando a cada músico como si fueran parte de su familia, lo que provocó una nueva ola de aplausos, especialmente para la baterista Jas, quien recibió una de las mayores ovaciones de la noche.

La noche avanzaba, pero la energía nunca decayó. Con “Fly away”, el público se entregó por completo, cantando cada palabra como si fueran himnos. Poco después, Lenny se despojó de su emblemática chaqueta para lucir un top con estampado de tigre, un cambio que desató gritos y aplausos mientras brindaba con una botella que describió como un regalo de sus fans en Chihuahua.

“Todos sabemos que somos diferentes, y Dios nos hizo así para ser hermosos. Esta noche, celebremos esas diferencias. Sintamos el amor dentro de nosotros y compartámoslo con los demás”, dijo antes de regalar una última interpretación cargada de energía y pasión.

El gran cierre llegó con “Let love rule”, un himno que encapsula la filosofía de vida de Kravitz. En un gesto inesperado, descendió del escenario y recorrió el recinto hasta la cabina de audio, saludando y cantando con los fans. Aunque el caos se desató momentáneamente cuando dos mujeres le jalonearon la melena, el artista, con una calma envidiable, continuó su trayecto hasta regresar al escenario, donde se despidió con una sonrisa y un corazón lleno de gratitud.

El regreso de Lenny Kravitz a México fue mucho más que un concierto: fue un acto de amor, una celebración de la humanidad y una demostración del poder transformador de la música. A lo largo de su carrera, Kravitz ha demostrado ser un maestro del escenario, pero esta noche, bajo las luces del Palacio de los Deportes, dejó claro que también es un ser humano profundamente conectado con su público.

Entre lágrimas, risas y energía desbordante, Lenny Kravitz se arrodilló ante México, no solo en señal de gratitud, sino como un recordatorio de que, a través del amor y la música, podemos trascender cualquier frontera. Una noche mágica que quedará grabada para siempre en el corazón de quienes tuvieron la fortuna de vivirla.

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