Presentada en competencia en el pasado Festival Internacional de Cine de Morelia y en el Festival Internacional de Cine de Los Cabos, Sujo llegó recientemente a salas de cine mexicanas la segunda película del dúo de directoras Fernanda Valadez y Astrid Rondero quienes desde su debut han construido una filmografía que invita a confrontar la violencia sin ceder a sensacionalismos.
En 2020, año en que fue estrenada Sin señas particulares, la ópera prima de Fernanda Valadez y en que fue galardonada en Sundance con el Premio del Jurado a mejor guión y el Premio de la Audiencia de la competencia internacional; en Guanajuato (hogar de su directora) era encontrada una fosa clandestina por colectivos de búsqueda de personas desaparecidas en el municipio de Salvatierra que apuntaba a ser la más grande de la que se tenía registro en aquel momento, con poco más de 80 cuerpos en su interior.
La violencia también ocupaba nuestro cine. Ya en esos premios Ariel en los que Sin señas particulares arrasó con 16 nominaciones y 9 premios, los documentales Volverte a ver de Carolina Corral Paredes y Las tres muertes de Marisela Escobedo de Carlos Pérez Osorio, ambos con nominación en la categoría a mejor documental, hablaban también del tema.
Sea Noche de fuego de Tatiana Huezo o Perdidos en la noche de Amat Escalante en los últimos años el cine nacional ha decidido dejar de ignorar las ausencias. Sin señas particulares destacó del mar de producciones que abordan la problemática porque le hablaba a la audiencia nacional, porque a diferencia de La civil de Teodora Mihai o Ruido de Natalia Beristaín se preocupaba por donde colocar la cámara y no solo exponer cuerpos masacrados o de convertir a las madres buscadoras en heroínas que esquivan balas, a fin de conseguir un par de premios en el extranjero.
Valadez no buscaba asustarnos ni emocionarnos y aun así su cinta más que cualquier otra en lo que va de la década ha aterrado por su desolador retrato de un México en que nuestro principal vínculo es la violencia.
Suena inverosímil pensar que un migrante deportado, una madre que se niega a reconocer el cuerpo de su hijo en la morgue y un hombre que sobrevivió a una masacre del narco confluyen todos con Magdalena, la protagonista de Sin señas particulares y quien recorre el norte en busca de su hijo, pero así mismo mujeres de extremo a extremo del país se encuentran entre sí con palas y picos a buscar a sus hijos, a veces encontrándolos en las mismas zanjas. Suena inverosímil pero no lo es, sucede a diario.
Ahora en Sujo compartiendo la dirección con Astrid Rondero, guionista de Sin señas particulares, retoman el tema del reclutamiento forzado y los efectos en la juventud, sin embargo, prefiriendo en este caso abonar a la esperanza.
Sujo (Juan Jesús Varela) es el hijo de un sicario que tras su asesinato es resguardado y aislado del mundo por su tía Nemesia ante las inminentes represalias. Al cumplir la mayoría de edad en compañía de sus amigos Jai y Jeremy comienza a abrirse al mundo y a descubrir el pasado de su padre.
Siguiendo el mismo tratamiento, Valadez y Rondero sugieren la violencia y evitan mostrarla en pantalla. Tratando de escapar de las prácticas poco éticas de la mayoría de los cineastas mexicanos que convierten las agresiones en un espectáculo o revictimizaciones de quienes han sufrido violencia, nosotros sabemos de las muertes por los gritos, los disparos y las casas en fuego.
Al crecer queda Sujo entre la presión masculina, el pasado de su padre y la falta de oportunidades del pueblo orillándolo a enlistarse en los grupos de narcotráfico. Como en su obra predecesora, Valadez y Rondero rehúyen de explicaciones simplistas a la violencia que aqueja al país o de retratar a los agresores como los salvajes que pintan los noticieros y la nota roja. Muestran cómo la violencia muchas veces es el resultado de quien se queda sin opciones, una imposición más que una elección.
Tras una tragedia Sujo termina escapando a CDMX y trabajando como cargador en la Central de Abastos, usando su tiempo libre para deambular por Ciudad Universitaria. Ajeno al clima estudiantil entra a los salones, escucha algunas clases por fuera de las aulas, toma algunas lecturas aspirando poder en algún momento formar parte.
Susan, una profesora se percata de su presencia y le extiende la mano para regular su situación académica pero el pasado que dejó atrás en Michoacán lo alcanza. A la frivolidad y reduccionismo de producciones y medios que miran la violencia de los grupos armados desde arriba como actos de salvajes, las directoras ponen a un par de universitarios a mirar narco ejecuciones en su teléfono mientras con condescendencia y desdén dicen “esa gente siempre se está matando” en una escena que condena a quienes activa o pasivamente colaboran a hacer de la violencia su entretenimiento.
Corren los créditos y aparece en pantalla una dedicatoria “A los huérfanos de este país en llamas”. Valadez y Rondero han hecho de su obra y de su carrera una vocación dedicada a denunciar la violencia, contar nuestras historias y luchar por atenuar las llamas, no reavivarlas.
Entre todas las alternativas posibles al recrudecimiento de la violencia, por más cliché e ingenua que parezca, la educación sigue siendo el mayor indicador de movilidad social en el país y el más efectiva.
A cuatro años de Sin señas particulares y del descubrimiento de la fosa de Salvatierra todo número ha sido superado, tan solo en Jalisco se ha llegado a cantidades de 1,753 cuerpos encontrados, a la par que teniendo un sólo 10% de admisiones de quienes presentan el examen, entrar a la UNAM se ha vuelto más difícil que entrar a la Universidad de California en Berkeley o la Universidad de Nueva York.
Es decepcionante el panorama de Sujo y que sus soluciones queden reservadas a una clase y a la geografía capitalina sin embargo, Valadez nos pone a personajes como Susan, Nemesia o Rosalia, quienes resuenan en todos los que fuimos criados por madres solteras, en los estudiantes de escuelas rurales y que contra todo se movieron a estudiar en la ciudad, en quienes fueron los primeros en acudir a una universidad o quienes venimos de padres que dieron ese paso y nos abrieron las puertas, en los que tuvimos profesores que nos mantuvieron en las aulas, en los que los libros, el deporte o, en algunos las películas, nos alejaron de las calles, a los que la universidad pública nos mantuvo y nos mantiene alejados de la violencia.
Pero sobre todo ahora nos responsabiliza porque, como los que nos cuidaron, ahora queda en nosotros trabajar en arropar a estos huérfanos y apagar estas llamas. Este es el testimonio de que Fernanda Valadez y Astrid Rondero trabajan por hacerlo.