Escenario

CORTE Y QUEDA. El más reciente filme del chileno Niles Atallah ha cautivado en festivales del mundo por su creatividad y visión postapocalíptica minimalista

‘Animalia Paradoxa’, un cuento de hadas posmoderno sobre la capacidad de soñar

‘Animalia Paradoxa’ de Niles Atallah Fotograma del filme. (Cortesía.)

En el libro Systema Naturae de 1735, escrito por Carl Linneau, fue introducido el término Animalia Paradoxa, que ponía en una lista a animales que tenían un origen un tanto místico o mágico y eran vistos en algunos libros mitológicos como parte del Reino Animal, entre los que estaban especies como los dragones, unicornios y hasta los pelícanos.

Retomando ese elemento fantástico que abrazaba el término, en el marco del Festival Fantasia 2024 se presentó la cinta con este mismo título del realizador, animador y artista visual chileno Niles Atallah, que ofrece una visión postapocalíptica minimalista y experimental sobre un mundo devastado.

Animalia Paradoxa trata sobre la búsqueda de agua de un humanoide anfibio en un paisaje postapocalíptico laberíntico. En el primer plano del iris, una mano de maniquí decrépito descorre una cortina de plástico. En una máquina de edición polvorienta, aparece un poema: “La extinción masiva se deslizó sin ser escuchada. El dominio de la muerte comenzó sin una palabra...” La imagen es cruda y agrietada y pronto un montaje de desastre marca el tono de esta extraña y desconcertante historia de anhelo.

Atallah, que produjo la imaginativa y espeluznante animación de Cristobal León y Joaquín Cociña, La casa lobo (2018), recurre a la creatividad similar en estilo de sus compatriotas para intensificar la sensación del fin del mundo y la vida posterior al mismo.

Desde la introducción, que parece regalarnos una breve historia de la autodestrucción del planeta en que vivimos a base de cintas de archivo, Animalia Paradoxa funciona como una metáfora acerca de nuestra existencia, aquella que ponemos en riesgo por nuestra necesidad predadora que es exaltada por la guerra o las creencias religiosas.

La guía de este pasaje artístico es un peculiar ser que, evocando aquel concepto de Linneau, parece un híbrido entre lo humano y lo anfibio que busca sobrevivir día a día encontrando su mayor anhelo en sus sueños líquidos.

Este ser circula cerca de lo que es un edificio abandonado lleno de escombros, destruido por lo que sea que haya causado la aparente extinción de nuestra especie como la conocíamos. Su constante sueño es rodeado por ciertas actividades para poder conseguir un poco del preciado líquido que le da paz dentro de un universo que representa todo menos eso.

Ese diseño de arte acentúa la sensación de desolación que rodea a nuestro personaje principal. Y es que, como en La Casa Lobo, Atallah explora el crear a partir de elementos prácticos al abrazar lo que le rodea para ofrecer una experiencia plástica y sensorial que se potencia a través de la gran pantalla.

Su vena como artista visual le da forma a una historia que no necesita muchas palabras para explicarse. Es en ese punto donde Animalia Paradoxa destaca, pues el director no duda en mezclar todo tipo de expresiones artísticas para contar este relato de esperanza y desolación.

El espectador es testigo no sólo del uso de stop motion, sino también la danza contemporánea, los performances, incluso el teatro de marionetas tétricas que recuerdan a la escuela del venerado realizador Jan Švankmajer aderezado con pedazos de filmes analógicos.

Todo eso se une para crear esta forma interesante que atrapa al más curioso espectador mientras se va sumergiendo paso a paso en la aventura distópica de este anfibio humanoide de tez plateada que sueña con conocer el mar, esa frontera azul vista solamente en blanco y negro, acentuando el asunto del sueño eterno que parece eludirle siempre.

El choque entre estos factores, encontrados en los restos que rodean la vida de nuestro protagonista, recrean la sensación de un cuento de hadas que hasta los Hermanos Grimm estarían orgullosos de conocer.

Y es que Animalia Paradoxa crea esta sensación envolvente alrededor de nuestro acompañante mutante con ese mensaje entre líneas de la importancia de no terminar aplastando a nuestro Reino Animal, ese al que el ser humano, irónicamente de forma inconsciente, termina por renegar e ir acabando poco a poco, hasta los elementos más puro como el agua, ese líquido vital para nuestra especie que aquí adquiere un significado especial no sólo por la falta del mismo elemento, sino por lo que significa para el anfibio humano y el relato mismo.

De alguna forma, esta analogía es conocida en cuentos como La Sirenita de Hans Christian Andersen, pero a la inversa. Ella desea ir a tierra y vivir, mientras que nuestra criatura mutante necesita del mar. Pero esto no implica que Atallah se incline por darnos una aleccionadora cinta que se rige por los ideales naturalistas o medioambientalistas del presente.

La reflexión de Animalia Paradoxa integra también la integración involuntaria de dos mundos: el natural y el artificial, marcando cómo ambos alimentan el alma distópica que vivimos en el filme a través también de seres antropomórficos en un fin del mundo en el que los fanatismos religiosos persisten pero la naturaleza reside aparentemente muerta.

A través de este performance montado de manera brillante y experimental, Atallah ha creado una cinta que raya en el onirismo apocalíptico en el que la libertad de pensamiento y los sueños parecen ser prohibidos, creando una metáfora de nuestra vida real y de aquellas miradas casi oscurantistas que residen en la actualidad que buscan censurar en vez de permitir la crítica o, peor aún, la capacidad de soñar.

Todo esto a través de un montaje y una fotografía gris, sin vida, en donde el extrañamiento es común en medio de una variedad de texturas que dotan a este filme de una esencia estética con una trama aparentemente sencilla pero llena de capas ocultas que, uno como espectador, deberá descifrar.

Con una originalidad como pocos, no cabe duda de que Animalia Paradoxa es capaz de crear todo menos indiferencia a través de esta mirada cinematográfica única que tiene su realizador, que teje una mágica y moribunda historia que funciona como un cuento de hadas posmoderno que trasciende en su forma y fondo.

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