Escenario

CORTE Y QUEDA. La película dirigida por Colm McCarthy y protagonizada por Sam Claflin llegó recientemente a las salas nacionales como una olvidable propuesta de la cartelera

‘Bagman: Espíritu del mal’: Terror sobre los miedos infantiles sin pena ni gloria

‘Bagman Espíritu del mal’ de Colm McCarthy Fotograma del filme. (Cortesía)

El cine de terror ha encontrado en la materialización de los miedos un recurso recurrente para conectar con el público. Bagman: Espíritu del mal se suma a esta tradición al explorar la fobia infantil al llamado Hombre del Saco, una entidad que ha formado parte del folclor durante siglos.

Sin embargo, en la película dirigida por Colm McCarthy y protagonizada por Sam Claflin, esta mítica leyenda no logra consolidarse como un referente del género al no hacerle el honor suficiente a la figura que representa.

Y es que El Hombre del Saco es un personaje ampliamente reconocido por una gran variedad de culturas. En algunas de ellas se le describe como una entidad que secuestra a niños desobedientes, convirtiéndose en una representación del miedo inculcado por los adultos para disciplinar a sus hijos.

En España y América Latina, esta figura suele aparecer como un anciano siniestro que lleva un saco al hombro, mientras que en otras culturas se asocia con criaturas sobrenaturales o espíritus vengativos.

Pero en esta versión cinematográfica, se intenta construir una versión moderna de este mito, convirtiéndolo en un ente que no sólo aterroriza a los niños, sino que persiste en la mente de sus víctimas hasta la adultez. A pesar de sus nobles intenciones, la cinta no desarrolla completamente el trasfondo del personaje, dejando un vacío en la mitología del filme.

Desde un punto de vista temático, la cinta recuerda a aquella criatura que se alimenta exactamente de los miedos y despierta cada cierto ciclo para aterrorizar el pueblo de Derry en Eso, la obra maestra de Stephen King, donde el terror se sustenta en la confrontación de las fobias personales. Ahí, Pennywise representa los temores más profundos de cada personaje, transformándolos en pesadillas vivientes.

Pero aquí, el Bagman intenta seguir este camino al encarnar el miedo infantil de su protagonista (Claflin) en una criatura acechante, pero no logra sostener por completo su impacto.

Mientras que en otras historias hay un equilibrio entre terror y desarrollo de personajes, en este caso se apoya en exceso en los sustos facilones, consiguiendo momentos de sobresalto sin una atmósfera de miedo persistente. La tensión existe, pero se disipa rápidamente debido a una narrativa que no profundiza en el pavor latente.

El film plantea de manera efectiva la idea del miedo como un trauma persistente. Patrick, interpretado por Sam Claflin, es un hombre que nunca superó su encuentro infantil con la susodicha figura maligna, lo que le lleva a revivir sus pesadillas cuando regresa a su antigua casa.

El actor de Los juegos del hambre y Enola Holmes, ofrece una interpretación convincente, aunque su personaje podría haber sido más desarrollado para generar mayor empatía. Aunque es su lucha interna el motor de la historia, tristemente, la historia no profundiza lo suficiente en su psique como para que el espectador se sienta realmente inmerso en su angustia.

Uno de los puntos débiles de la película es su final abierto, que deja la sensación de una historia inconclusa. Si bien esto podría indicar la intención de una secuela, el desenlace no genera suficiente impacto como para justificar esta decisión. Un cierre más definido habría fortalecido la narrativa, permitiendo que el viaje de Patrick tuviera un sentido de resolución más satisfactorio.

En cuanto al diseño del Bagman, la criatura no consigue una presencia tan icónica. Su apariencia y ejecución en pantalla carecen del retorcido encanto aterrador que hace memorables a otras entidades del cine de terror. La dirección de arte y el diseño de producción pudieron haber explotado más la idea como una figura ominosa y perturbadora en lugar de limitarse a breves apariciones para asustar a lo fácil.

A nivel técnico, la cinematografía y el uso de la iluminación juegan un papel clave en la creación de la atmósfera. Sin embargo, no se arriesga lo suficiente en su puesta en escena y, en ocasiones, cae en una estética genérica que no aprovecha del todo su potencial. La banda sonora refuerza algunos momentos de tensión, pero en otros pasa desapercibida sin lograr un verdadero impacto que ayude a la creación de un miedo natural.

Y es aquí donde vemos las debilidades del guión, mismo que si bien introduce elementos interesantes sobre el trauma y el miedo infantil, en ocasiones se siente apresurado y deja cabos sueltos que pudieron haber sido mejor explicados. Aunque los diálogos cumplen su función, realmente no aportan una profundidad significativa a los personajes secundarios, lo que resta peso a la narrativa.

Bagman: Espíritu del mal es un intento interesante de abordar el miedo infantil y los traumas del pasado, pero se queda a medio camino en su ejecución. Con una atmósfera más trabajada y un desarrollo más profundo de sus personajes y su criatura, podría haber alcanzado un mayor impacto dentro del género.

Al final, el Hombre del Saco se va sin pena ni gloria en un relato mínimamente disfrutable, con momentos de tensión efectivos, pero que no logra consolidarse como un referente del terror moderno.

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