Si hay algún monstruo o criatura que ha ofrecido interesantes visiones sobre la dualidad entre el ser racional y el salvaje que tenemos dentro del humano es, sin duda, el hombre lobo.
Partiendo del principio de la licantropía, que detalla la mitológica habilidad o poder que tiene cualquier persona para transformarse en lobo o licántropo proveniente del griego antiguo lycanthropos, desde la literatura hasta el cine, han experimentado con simbolismos, transformaciones y diversos géneros como el terror, la comedia o hasta el coming of age, para ofrecer visiones que van más allá del salvajismo y se relacionan con la naturaleza misma de nuestra genealogía.
Habiendo textos como el del francés Boris Vian en El Lobo Hombre, donde el animal sufría una transformación inversa derivado de los poderes del Mago del Siam para pasar de la figura del lobo a ser un hombre que no conoce límites ni comportamientos racionales, hasta la figura siempre memorable del Lon Chaney Jr. convertido en una peluda criatura feroz que solamente puede ser librado de la maldición que le pesa por su ser más amado, el Hombre Lobo ha sobrevivido junto a los vampiros como una figura longeva en la cultura.
Por eso no era de extrañar que Leigh Whannell, guionista convertido en director y gran amigo de James Wan, tomara la mítica figura del Hombre Lobo como la siguiente en reinterpretar después de hacer lo propio con El Hombre Invisible (2020), llevándolo no sólo por los terrenos del peligroso poder de hacer lo que quieras sin ser visto, sino dotándolo de una mirada sobre la violencia de género, el patriarcado y el empoderamiento femenino que resultó eficiente y refrescante.
Ante ese panorama, ¿qué podría salir mal con la actualización de la mitología de los licántropos? Lamentablemente, la respuesta es: nada bueno.
Hombre Lobo de Whannell nos presenta la historia de Blake Lovell, a quien conocemos de pequeño viviendo en las cercanías de los bosques de Oregon con su padre Grady, quienes por azares del destino en una tarde de cacería descubren que una misteriosa figura los tiene al acecho.
Al sobrevivir a esta experiencia, un Blake con 30 años más (Christopher Abbott) tiene sus propios problemas. Ya es padre de una pequeña, Ginger (Matilda Firth) y discute constantemente con su pareja, Charlotte (Julia Garner). Ante la noticia del aparente paradero final de su padre y con ganas de reunir a la familia en una bella experiencia, los Lovell deciden viajar a Oregon sin saber que esta aventura cambiará para siempre sus vidas.
Si bien la premisa no suena mal, la cinta constantemente se siente como un intento frustrado de reinterpretar las reglas y mitología de una criatura que no necesita de ello. El guión de Whannell se tropieza constantemente al querer manejar tantos temas a la vez en su reinvención que los deja abiertos o terminan por no tener sentido.
Esto, sumado a un nulo manejo de un suspenso decente o de una atmósfera adecuada para lo que va a plantear con su “licántropo”, hace que la cinta transcurra de manera lenta, casi como un horror elevado pero sin sentido de profundidad en donde durante más de una hora prácticamente no sucede nada. Es ahí donde la mordida de este lobo comienza a fallar.
Al inicio del filme, Whannell establece lo que podría ser la mitología detrás de su visión: un virus conocido como “la fiebre de las colinas”, término que la gente que vive en esas zonas le daba a una enfermedad que le daba a ciertas personas que pasaban mucho tiempo en el bosque y que terminaba por hacer lucir sus rostros como “caras de lobo”.
El problema es que el cineasta y guionista jamás vuelve a tocar el tema, ni desarrollar las reglas del mismo. Simplemente existe, pasa y no hay forma de saber las consecuencias. Si bien ese podría ser el afán para crear un halo de misterio alrededor, no termina por funcionar, terminando en un completo absurdo de criatura que luce más como un perro enfermizo que como un hombre lobo en sí.
Existe otra metáfora acerca de la enfermedad y el aislamiento en la que las fiebres extremas y el cambio físico lo azota que podría interpretarse como una alegoría a la crisis sanitaria vivida en el pasado, pero nuevamente el guión de Whannell, coescrito con Corbett Tuck, palidece al simplemente dejarlo al libre albedrío y jamás concretando las consecuencias o efectos del mismo, por lo que resulta incomprensible para el espectador lo que está pasando o viviendo Blake y su familia.
Así, muere entonces la posible empatía que pudieron tener los protagonistas que, dicho sea de paso, dejan mucho que desear con sus interpretaciones.
Y es que, empezando por Christopher Abbott, jamás logra transmitir la dualidad de lo salvaje y feroz con su lado humano. No existe ningún contraste que nos muestre realmente amenazadora a esa transformación, aspecto clave de la licantropía.
Ni qué decir de Julia Garner que, lamentablemente, no deja de lucir pálida y sin emociones de miedo o temor ante la cuestión que está enfrentando con su hija. Resulta incluso exasperante ver la inutilidad del personaje que parece tomar una serie de decisiones desafortunadas que ponen más en riesgo a su familia que el mismo monstruo detrás de ellos.
Ni siquiera la música de Benjamin Wallfisch resulta atractiva, lo cual resulta increíble debido a los anteriores trabajos realizados en Alien: Romulus o la misma colaboración previa con Whannell, El Hombre Invisible.
Aunque bien compuesta, jamás se siente que corresponde con el drama absurdo familiar terriblemente planteado por el director, que en el afán de reinventar a un clásico, lo aleja por completo de lo que debería ser y lo despoja de todo el salvajismo o siquiera de una atractiva transformación, algo que es sello de fábrica de cualquier cinta referida a hombres (o mujeres) lobo, siendo una burla a lo hecho en la legendaria Hombre Lobo Americano en Londres (Landis, 1981).
No todo es tan horrible en la cinta, pues si existe un factor que resultaría muy interesante de explorar si Whannell le diera algún sentido o lógica en su trama, y ese es el punto de vista de Blake mientras se transforma, donde no entiende lo que su familia le dice.
Estéticamente bien logrado y ofreciendo un punto de vista que, en efecto, es lo más original y salvable que ofrece la cinta, es tal vez de lo poco o nada que sobrevive de una propuesta que nunca se logra transformar, dejando al Hombre Lobo sin fuerza en su mordida y con una alopecia drástica que da más miedo que risa.
Tal vez todos esos pecados que tiene esta versión podrían ser perdonados si la cinta no se tomara tan en serio o resultara, al menos, una locura entretenida llena de sin sentidos. Pero no, tristemente esta reinvención de la mítica criatura se olvida por completo del principio básico de la licantropía, haciendo que uno termine por preguntarse ¿y dónde está mi hombre lobo?
Tal vez espera una mejor luna llena para poder mostrar sus verdaderos colmillos y fuerza metafórica que carga desde su origen y que aquí es borrada por completo en una de las cintas más malas del personaje, compartiendo honores con aquel Drácula del 2000 de Gerard Butler o La Momia de Tom Cruise como las peores versiones de monstruos jamás hechas. Ni modo.