En las cintas de acción de los 80 y 90, el exceso, la bravuconería y, muchas veces, el excesivo absurdo, creaban una atmósfera adecuada para el héroe (o heroína) inmortal. La fórmula era en sumo sencilla. Un buen tipo tenía que detener a un villano por razones personales como el sentido imparcial de justicia o la mera venganza mientras todos aquellos en contra del sistema correcto del mismo merecían morir, desaparecer, ser extintos de la faz de la tierra.
Fue en ese contexto que Mel Gibson se volvió una figura. Si bien tuvo papeles más interesantes en dramas o comedias, para el australiano la violencia excesiva y los papeles de “Mad” Max Rockatansky y Martin Riggs forjaron realmente su leyenda. Ese estilo lo ha trasladado a su trabajo de director, ya sea en los dramas de época como La pasión de Cristo (2004) o las epopeyas históricas como Corazón valiente (1995).
Si bien sus proyectos han sido mucho más serios e incluso ganadores del Premio de la Academia, esta vez Gibson decide volver a explorar ese lado salvaje que lo convirtió en estrella en un filme de bajo presupuesto que raya en la comedia absurda y la acción demencialmente torpe con Amenaza en el aire, proyecto que se siente en todas formas como una de aquellas cintas noventeras de acción tan malas que resultaban entretenidas.
La premisa sigue a la Agente Madelyn Harris (Michelle Dockery) quien debe llevar a un testigo protegido, el hacker y experto en sistemas Winston (Topher Grace), fuera de Alaska y hasta Nueva York pues es pieza clave en el juicio contra un importante líder de la mafia. Pero su viaje en avión se verá amenazado por la presencia del piloto (Mark Whalberg), que parece tener una agenda completamente diferente.
El elemento más absurdo recae en Mark Whalberg, cuyo piloto pasa de ser un afable y platicador tipo a un calvo asesino sádico que gusta de torturar a sus víctimas. Desde su apariencia, pasando por las líneas del guión bastante ridículas hasta la forma casi indestructible que tiene de sobrevivir y reponerse a como dé lugar para salirse con la suya que no veíamos desde los tiempos de Terminator, es su juego y mal parecido lo que provoca la primer línea del absurdo del relato.
Por otra parte, Topher Grace hace de una versión más adulta pero igual de ñoña y torpe que en That 70s Show. Su Winston tiene momentos realmente hilarantes que, por momentos, rompen con el tono serio del filme para entregar bromas y comentarios de risa loca. Ni qué decir de Dockery, que nuevamente hace de una mujer de acción bastante aceptable que toma las peores decisiones para ser una agente experta en rastrear criminales.
Gibson propone un enfrentamiento de gato y ratón en un espacio cerrado como lo es la cabina de un aeroplano. Es prácticamente ahí donde casi toda la acción sucede. Aunque existen algunas buenas secuencias, pareciera que el thriller nunca encuentra su ritmo, terminando por estar más cercano a una comedia torpe de los hermanos Zucker, específicamente ¿Y dónde está el piloto? (1980).
Amenaza en el aire enfrenta una complicada definición en el tono que busca. A pesar de que los destellos de acción son buenos y demuestran la buena mano que tiene el actor y director para ello, la cinta enfrenta otros problemas, especialmente en su ritmo pues por momentos el vuelo se siente pesado y está a punto de estrellarse estrepitosamente en el terrible aburrimiento.
Y es que, por instantes, el guión de Jared Rosenberg, primero de ficción que realiza, parece tomar muy en serio la locura aérea de Gibson y compañía, lo cual provoca que la turbulencia argumental tambalee el gran absurdo detrás del filme. Es esa irregularidad la que provoca que Amenaza en el aire no se vuelva un platillo tan disfrutable sino una cinta atorada en los años 90 que, definitivamente, se convierte en la historia más floja de la ilustre carrera de Gibson.
Más allá de lo predecible de la historia, la más reciente cinta de Gibson apuesta por el espectáculo sin sentido sobre la congruencia de un relato bien armado. A pesar de ello, el uso del espacio confinado es bien llevado por el cineasta y sus actores, aprovechando todo con tal de crear una tensión o suspenso entre los tres con una que otra sorpresa ligera pero entretenida.
Aunque las leyes de la física no existan en este vuelo y el villano sea el cliché de la vida eterna hasta su irreverente final, Amenaza en el aire funciona como un mero divertimento a la antigua, encontrando un nicho en los fans de hueso colorado de la vieja acción que buscan poner en neutral su cerebro. Ese público encontrará un vehículo entretenido y sin pretensiones. Pero si la expectativa es disfrutar de un thriller de acción intenso y complejo, este vuelo no es para ustedes.