![](https://lacronicadehoy-lacronicadehoy-prod.web.arc-cdn.net/resizer/v2/Y3ECYU4IIBGY5AJZD5LMIJ2I7I.jpg?auth=22ea4e5684e44474d44c39072246a8401ee8fc8ade08241bec41622fe228c855&width=800&height=533)
El dolor se vive y se asocia con muchas cosas. Definido como un sentimiento de pena o congoja, hay quienes lidian con ello de forma solemne y silenciosa, mientras otros lo evaden de forma hilarante o incluso narcisista.
Con el concepto de la pérdida como detonante del encuentro entre dos primos distanciados que buscan ahora volver a tener un lazo a partir de la muerte de un ser querido, Un dolor real, de Jesse Eisenberg, explora el duelo y la conexión con las raíces de nuestras penas de forma íntima en una historia que funciona como cierta catarsis para el actor convertido en director y guionista.
Aunque suele suceder que las cintas que aborden el delicado tema de la pérdida y el dolor sean dramas intensos que muchas veces pueden resultar en la exageración melodramática, Un dolor real depende de la dinámica de la tragedia que uno a dos personajes muy distintos en su haber.
Por un lado, tenemos a David (Eisenberg), un tipo de familia, ordinario y reservado, que se encuentra en un viaje acompañado por su primo, Benji (Kieran Culkin), un desfachatado y extremadamente sincero tipo que puede resultar tanto incómodo como empático a la vez.
Unidos por el pesar de la pérdida de su abuela, ambos se embarcan en una aventura a Polonia en busca de una conexión con ella, una sobreviviente del Holocausto, mientras trabajan en el reencuentro de una relación perdida desde hace años entre ambos.
Esa es una de las partes más interesantes del guión escrito por Eisenberg, creando un paralelismo entre el dolor del pasado cultural que, sepan o no, cargan en su legado familiar, así como las penas internas que los carcomen y que han provocado el desgaste en la relación que tenían antes de que la muerte los reuniera.
A través de un sentido tragicómico, Eisenberg depende de la química creada por David y Benji, quienes tienen sus encuentros y discusiones en medio de un tour donde se topan con otros viajeros que buscan, como judíos, esa conexión con el pasado y ese dolor que aún persiste en sus vidas, tratando de comprender el peso de ello mientras pasan por pasajes de este país, incluyendo una dura parada en el campo de concentración de Madjanek.
Pero el cineasta y guionista evita caer en el sermón histórico de lo sucedido en este lugar para centrarse en la dinámica que ambos tienen en el viaje y lo mucho que éste los afecta.
Con inteligencia, Eisenberg crea momentos profundos de reflexión entre los primos distanciados. Y es que, sabiamente, el contexto del pasado existe gracias al vínculo que tuvieron con su abuela y la familia que le sucedió hasta llegar a ellos.
Dotando de un sentido tragicómico a todo, son las pláticas entre el casi neurótico David y el siempre impredecible Benji que alimentan el filme, creando un estudio de personajes por demás interesante que causa empatía con el público.
Un dolor real enfoca su dirección en los estados de ánimo de sus protagonistas, creando un sentido de intimidad que entre ellos se había perdido pero que tampoco resulta algo tan estable. Son los matices que ambos rondan lo que es el verdadero viaje de la cinta.
Entre los exabruptos honestos e incómodos así como el despliegue de sentimientos y verdades que se mantuvieron ocultos dentro de las vidas de los primos, es esa transformación realista la que resulta encantadora en el filme.
Sin embargo, es el complejo carácter de Benji, interpretado por Kieran Culkin, quien se roba la cinta gracias, justamente, a su peculiar manera de lidiar con el dolor. Desde que se presenta, sabemos que es alguien a quien le cuesta entablar lazos.
Y aunque sea alguien que habla sin pelos en la lengua, esa es su manera de evadir lo que le hace daño por dentro. Si bien encuentra su perfecta contraparte en David, el rol de Eisenberg, es la devastadora soledad que vive internamente la que transmite un pesar más allá de su elocuente locura y carisma.
Es de aplaudir que el actor y cineasta logre un filme que le resulte tan eficientemente catártico y personal. No solo en la mano como director, en la que claramente se nota su eficiencia detrás del manejo de actores así como en tener una idea clara de lo que quiere contar.
Es la agitación de la vida misma que sucede entre los dos que hace que la cinta se sienta como una amable comedia de pareja dispareja, pero a su vez una búsqueda más que del pasado, de sus propios lazos y modos de sanar ese dolor que ambos cargan desde hace tiempo y a su manera.
Junto a ello, está la perfecta ambientación que reluce gracias a las selecciones musicales donde piezas compuestas por Chopin acompañan una edición bastante dinámica para acompañar el viaje a Polonia.
Curiosamente, es también en los momentos de total silencio en los que se desenvuelve un vacío compartido por ambos, quienes no son capaces de enfrentar sus crisis personales, compartiendo esa misma problemática con sus compañeros del tour.
Pero la incertidumbre del mundo y las heridas hacen que Un dolor real se sienta auténticamente como una exploración de una hermandad rota por las circunstancias de la vida, tanto como la que padeció la abuela de estos primos. Basta ver esa escena final con Kieran Culkin para saberlo.
Pero es también la oferta de una ligera luz de esperanza donde, a pesar de la soledad y las pérdidas con las que cargamos, siempre se puede encontrar a un amigo, un familiar o un lazo, al que aferrarse en este voraz y cruel realidad desoladora.