Escenario

CORTE Y QUEDA. La ópera prima del cineasta Christopher Andrews llegó a las salas de cine nacionales con una historia que destaca en la cartelera

‘Acaba con ellos’: Una reflexión sobre detener la violencia interna y expiar los pecados del pasado

Fotograma de Acaba con ellos (CORTESÍA)

Irlanda es un país dividido cuya historia se ha marcado por los problemas internos. La ‘cuestión irlandesa’, que incluía originalmente a los nacionalistas y los unionistas, derivó en una cruenta guerra civil que terminó por crear a Irlanda del Norte y del Sur.

A cien años de haber firmado la misma, el cineasta Christopher Andrews, en su ópera prima, decide llevar este conflicto de una forma más salvaje y diferente con Acaba con ellos, donde el pleito entre dos vecinos de territorio es el terreno fértil para demostrar que todo enfrentamiento tiene solución sin necesidad de estallar.

Con ecos de la obra de Martin McDonagh, Los espíritus de la isla (The Banshees of Inisherin, 2022), Andrews nos presenta a Michael (Christopher Abbott), un solitario pastor de ovejas que vive con su violento pero anciano padre, Ray (Colm Meaney) que después de los hechos de una noche y la aparente desaparición de dos animales de su rebaño, visita a su vieja conocida, Caroline (Nora Jane Noone), su pareja y su misterioso hijo, Jack (Barry Keoghan) para preguntarle sobre las mismas.

Pero después de violentos e inesperados giros, la violencia contenida en ambas partes comienza a brotar, provocando que el conflicto escale sin posibilidad de concilio.

EL PODER DEL SIMBOLISMO

Una de las situaciones más destacadas es el simbolismo que ambos, Michael y Jack, representan en el relato. No sólo es una vieja generación de una Irlanda que acarrea la violencia y marca de los conflictos de su país que ha sangrado con tal de tener su independencia varias veces, sino también de la voz de los jóvenes que son capaces de hacer cualquier cosa con tal de zafarse de esa carga para conseguir una mejor oportunidad de vida.

Estas dos miradas, junto con los esqueletos escondidos en cada uno de sus clósets como parte de su pasado y presente turbios, crean una pelea innecesaria que es similar a lo sucedido en su país antes de la separación del mismo.

Si bien el camino de la violencia convierte el enfrentamiento en una guerra territorial absurda, la virtud de Andrews resalta en resolverla de una forma que para muchos será anticlimática pero efectiva en su trasfondo.

Mientras ambos escalan en sus líos, es notorio que el verdadero problema reside en el interior de los involucrados pero toman una decisión clave antes de que los sobrepase, ofreciendo una interesante moraleja donde la prudencia y el diálogo vencen al desenfreno de venganza y sed de sangre que siempre ha marcado a esa nación.

ACTORES DE GRAN NIVEL

Otro de los puntos interesantes recae en la dinámica actoral. Michael Abbott se quita de encima la decepcionante sombra del Hombre Lobo de Whannell y aquí demuestra una cara completamente diferente.

Su papel en este relato es de alguien contenido por obligación, un ser humano que se ha guardado su sentir por mucho tiempo y constantemente parece a punto de estallar pero no lo hace. Es cuando el problema estalla que, como olla de presión, libera poco a poco todo ese dolor interno y lo desquita en sobremanera, aún sabiendo que esa no es la posible solución al asunto.

En contraparte, está el siempre eficiente Barry Keoghan, que sigue mostrando una gran calidad en los proyectos que decide tomar y, en este caso, producir. Su Jack es no sólo alguien que busca constantemente una oportunidad de salir de donde está y dar un cambio a su vida tomando las peores decisiones.

Es la falta de atención de su padre y los conflictos entre él y su madre que detonan en él ciertas actitudes que termina por rechazar pero de las cuales ya es tarde para arrepentirse. Es el juego de estos dos que refuerza el lema popular: uno cosecha lo que siembra.

UNA BANDA SONORA QUE BRILLA

Pero las virtudes de esta ópera prima no descansan ahí. Otra gran aportación recae en la banda sonora del filme, compuesta por Hannah Peel, con vasta experiencia musicalizando en televisión, teatro, danza y cine.

Su música ofrece una sensación constante de tensión que, por momentos, estalla violentamente gracias al pulso de la misma y resulta un factor determinante para desarrollar la atmósfera del filme de Andrews. Aunado a ello, el trabajo en el sonido es también clave, especialmente en una escena donde el cineasta irlandés utiliza como recurso una olla de presión para uno de los momentos climáticos del filme, sirviendo como un detalle estupendo para ello.

También, la fotografía de Nick Cooke ayuda a que este paraje irlandés se convierta en una zona de batalla que, más allá de explorar los paisajes de este país, se enfoca en explotar tomas íntimas donde las reacciones de cada personaje son la llave para este pleito.

UNA REFLEXIÓN HUMILDE SOBRE LA VIOLENCIA

Las miradas, las persecuciones con cámara en mano y la paleta de colores siempre fría acompañan la decisión narrativa de Andrews que no es necesariamente lineal, sino que sostiene la perspectiva de ambos personajes hasta es inevitable choque que puede provocar un desenlace anticlimático para aquellos que esperan la resolución típica de los relatos de venganza.

Sin embargo, es en ello dónde Acaba con ellos gana puntos extra al dejar de lado la violencia y lo esperado por un lado mucho más humano que pone en perspectiva nuevamente el problema de un país dividido.

Si bien no lo logra con la sutileza y maestría de ciertas obras de McDonagh, este filme otorga la humilde reflexión de detener la violencia interna y ser capaz de expiar los pecados del pasado para detener un conflicto insulso que, más que nada, reside dentro de las convicciones e ideologías de cada uno y se marca por los fantasmas de los pasados o la nula capacidad de futuro, encontrando un balance en el perdón y el soltar hacia adentro para crear un puente tolerante hacia la sociedad exterior.

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