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Durante una solitaria noche, y mientras llevaba a cabo las reparaciones de su recién adquirido hogar -al tiempo que realizaba un raro experimento con su cámara fotográfica-, Dani Odello-Timmis (Carolyn Bracken) es brutalmente asesinada.
Todo señala como perpetrador del crimen a Olin Boole (Tadhg Murphy), un tuerto y antiguo paciente del esposo de Dani; el psiquiatra Ted Timmis (Gwilym Lee). Poco después, el propio Olin es hallado muerto de forma espantosa en su habitación del nosocomio donde estaba recluido.
Un año más tarde, Ted visita una tienda de curiosidades propiedad de una mujer ciega, la cual es en realidad la hermana gemela de Dani, Darcy Odello (Carolyn Bracken). El motivo de su visita es para entregarle un objeto solicitado por ella: un ojo de vidrio perteneciente al supuesto homicida de su pariente consanguínea.
Darcy, quien presumiblemente posee dones de clarividencia y psicometría; precisa de ese objeto para, a través de él, poder conocer los detalles exactos de lo que le ocurrió a Dani esa terrible noche.
Unos días después de esto, Ted y su nueva pareja Yana (Caroline Mento), reciben la inesperada visita de Darcy, quien trae consigo un gran baúl, el cual contiene en su interior un maniquí de madera de tamaño natural y apariencia escalofriante.
Su presencia allí no obedece a razones sociales, sino porque ha descubierto que Olin fue en realidad un chivo expiatorio, y ella ha acudido a la escena del crimen para descubrir por sí misma (y castigar) a los verdaderos responsables del asesinato de su hermana. Y el espeluznante maniquí es el instrumento del cual se valdrá para obtener ambos.
El irlandés Damian McCarthy tuvo un debut afortunado con su primer largometraje titulado Caveat (2020), el cual recibió muchos elogios, principalmente por los seguidores del cine del horror. Ahora con Médium (Oddity, 2024) su segundo trabajo, intenta continuar con su buena racha. Y aunque esta última no es tan sorprendente como su predecesora, no por ello deja de ser menos interesante.
Lo primero que llama la atención es la composición de sus imágenes. Apoyándose en el cinefotógrafo Colm Hogan, el filme emplea encuadres poco usuales en el género, privilegiando la cámara fija, los planos abiertos y una composición de imágenes de perfección geométrica, a contraposición de la cámara frenética y los movimientos vertiginosos usados por otros autores del ramo.
Esto porque el realizador busca construir el horror a partir de atmósferas anómalas y tenebrosas pero presentadas con pulcritud y elegancia, creando escenas que van de lo onírico a lo pesadillesco con relativa facilidad, y en donde evita abusar del jump scare y efectismos similares.
Y en esa renuncia al horror más rutinario, incluso llega (por ejemplo) a emplear elipsis de tiempo porque no le interesa tanto el mostrar cómo ocurre una escena violenta y/o sangrienta, sino más bien el macabro resultado de la misma. Y en conjunto, su narración se cocina a fuego lento, haciendo que por momentos el ritmo se ralentice. Pero en su recta final la película toma impulso y logra un buen cierre, con un clímax poco predecible.
Por otra parte, la interpretación de sus actores concibe personajes estereotipados y a veces excedidos (algunos de ellos cayendo en lo risible), pero da la impresión de que justamente esa es la intención inicial, como pasa con su protagonista Carolyn Bracken (haciendo aquí un doble papel), quien por momentos se siente deliciosamente exagerada, pero en otros funciona eficazmente como catalizador de escenas incómodas e inquietantes.
Y es precisamente su personaje de Darcy Odello uno de los grandes aciertos de la película. De hecho Darcy, su tienda de curiosidades y algunos de los objetos que en ella se encuentran resultan no solo atractivos, sino incluso muestran potencial para hacer con ellos relatos derivados que den pie a secuelas, precuelas, o hasta una serie.
Y finalmente, está el núcleo de la trama, el cual en realidad versa sobre crímenes, injusticias y retribuciones, dejando de manifiesto que estos últimos son resultado de aspectos oscuros de la condición humana, como lo son la codicia y la mezquindad.
Y (evitando caer en discursos moralinos o aleccionadores) en su última escena subraya que, hagan lo que hagan, ninguno de los personajes implicados podrá escapar de las consecuencias de sus acciones. Aunque el castigo (despiadado y sin miramientos) tenga que venir desde los terrenos de lo sobrenatural.