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El cineasta mexicano Ernesto Martínez Bucio aspira en la Berlinale a la mejor ópera prima en la nueva sección a competición Perspectivas, con una historia coral que explora el miedo, el amor y las relaciones que marcan desde la infancia y en la que subraya la importancia de la familia frente al abandono del sistema y de la sociedad con su filme El diablo fuma (y guarda las cabezas de los cerillos quemados en la misma caja).
“Queríamos contar una historia donde se explorara la hermandad de los niños, donde se fueran construyendo esas relaciones que nos marcan durante toda nuestra vida”, y “explorar el miedo y el amor en esa época de la infancia que nos marca mucho”, explica el cineasta en entrevista con EFE.
Dos hermanos pueden no hablarse durante diez años cuando ya son mayores, pero luego se ven en el funeral de su padre y “tienen esas mismas cicatrices, esas mismas marcas emocionales de la infancia, buenas y malas”, y se reconocen muy fácilmente en ese otro, añade.
El filme El diablo fuma (y guarda las cabezas de los cerillos quemados en la misma caja) cuenta la historia de cinco niños, abandonados por su madre y su padre cuando sale a buscarla y que los deja bajo la tutela de su abuela, que oye voces y está convencida de que el peligro que acecha en el exterior busca meterse en su casa.
Para ello, la abuela bloquea las puertas con muebles, cubre las ventanas con periódicos y cartones; salir al exterior queda prohibido. La policía y los servicios sociales acuden a la casa y les dicen a los niños que tendrán un nuevo hogar.
Para despedirse, cada uno se desprende de su objeto más preciado y lo quema para pedir un deseo.
La película está inspirada en las experiencias personales de Karen Plata, coguionista y pareja del cineasta, dice Martínez, y agrega que juntos decidieron, entre otros aspectos, renunciar a un protagonista único y contar la historia de manera coral, lo cual también equilibró el filme y los puntos de vista, afirma.
Plata explica que en su familia durante generaciones ha habido un miedo y un terror al exterior, por lo que era difícil que los dejara salir.
Abandono de la sociedad y del sistema
En México, el sistema de salud de repente no funciona, la economía es difícil, los servicios sociales no responden y hay un abandono también de la sociedad, por lo que la gente tiene que mirar por sí misma y por sus familias, añade.
“De pronto en México estás rodeado de gente, pero estás solo y abandonado también por un sistema y pues sólo puedes confiar en tu familia”, corrobora el director.
Explica que en los noventa socialmente se había construido una sensación de peligro en la calle, de que se robaban niños, de que no se podía jugar en la calle, que también vivió él, que no tenía permitido jugar fuera.
En el filme, este miedo “se va haciendo más grande y en vez de expandirse hacia afuera, se va haciendo más grande hacia adentro”, señala Plata, un “‘in crescendo’ del miedo que se vuelve un tanto hasta ridículo y que te lleva a creer y a hacer ciertas acciones que ya no van hacia ningún sitio” y que genera discursos: el terror al otro, el no hablar con el otro, el no resolver, añade.
“Es una manera de buscar seguridad. Me encierro y me creo un búnker. Y en ese imaginario de la abuela, que también tiene una percepción diferente de la realidad, pues es su forma de reaccionar ante esa realidad que siente hostil”, señala por su parte el realizador.
Martínez y Plata están trabajando en un proyecto para filmar en el País Vasco español, donde residen, porque consideran que pueden abrirse un poco el camino para filmar historias que están cerca del lugar donde viven, indica el realizador.
No obstante, tampoco quieren despegarse de México, porque ahí están sus historias con las que crecieron y saben cómo funciona el país, sus reglas culturales y demás, por lo que ya están desarrollando otro guión para filmar también allí, avanza.