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El cineasta peruano Juan Daniel Fernández Molero presentó este sábado en la Berlinale Punku, un filme que le ha permitido explorar y adaptar su mirada a sus orígenes en una historia metafísica que sitúa al espectador en el portal entre la realidad y el sueño, según explica en entrevista con EFE.
En la Amazonia peruana, Meshia, una joven machiguenga, encuentra inconsciente y herido en un ojo a orillas de un río a Iván, desaparecido hace dos años, y lo lleva a un hospital de la ciudad de Quillabamba.
Iván, que no habla, confronta su trauma y las inquietantes imágenes que se le aparecen en sueños, mientras Meshia persigue sus ambiciones y se aferra a sus ilusiones.
La película ha sido un trabajo de ocho años, cuatro de ellos de filmación en Quillabamba, el pueblo del que viene la familia tanto paterna como materna del cineasta y con el que tiene una conexión muy fuerte, cuenta.
Regresar a Quillabamba fue para el realizador, nacido en Lima, una forma de explorar todo lo que le atraviesa al sentirse perteneciente a un lugar que adora.
Vivir en un lugar cambia la propia mirada, la observación, los ritmos y eso es algo que puede verse en el filme, afirma, del que dice que es “una mirada desde adentro y hacia adentro”.
Punku, el estado intermedio
La película no habla solo de “punku” como portal, sino también como el paso de una realidad a otra, de un estado de consciencia a otro. En quechua, explica, una palabra tiene hasta cuatro o más dimensiones de su significado.
Ese estado intermedio, transitorio, de no estar despierto ni dormido, de no poder moverte, pero estar consciente, de ver cosas que podrían o no ser un sueño, es el “punku” que más terror le daba de niño, confiesa el realizador.
Los sueños, dice, provienen de todo lo que no se habla, pero se conoce o intuye, de todo lo que no se muestra o no se puede ver.
Así, la historia en torno a la desaparición y la aparición de Iván y a lo que puede haberle ocurrido es un misterio que el realizador puede saber o no saber o simplemente no haber querido verbalizar, como tampoco lo hace el protagonista.
Eso, agrega, es un reflejó también de su cultura en la que a veces no se hablan de esas cosas que todos saben que pasan, porque si un niño desaparece durante dos años, nada bueno le puede haber pasado, afirma.
El realizador explica que fue criado con anécdotas que incluían sirenas, duendes, espectros, fantasmas y que, en esos casos, suspende su juicio racionalista.
A veces, cuando ven películas que tratan de seres, espíritus y otros mundos, lo hacen desde el reconocimiento de que es falso, “no desde la posibilidad de que en un plano de la realidad sea real”, indica.
Parece que todos los que hacen películas de fantasía nunca han visto nada raro en la vida real o nunca han tenido una experiencia extraña, dice, asombrado, y agrega: “A mí también me han pasado cosas inexplicables, y trato de encontrar una forma de explicarlo”.
El “punku” cinematográfico
A nivel cinematográfico, el concepto de “punku” en la película es “ese punto en el medio”, entre un salto y otro, entre lo que une un plano y otro plano, un formato y otro formato, un personaje con otro personaje, una historia con otra historia, un tiempo con otro tiempo, lo analógico con lo digital, el blanco y negro con el color, dice.
De esta manera, el filme, dividido en veinte actos y originariamente pensado en blanco y negro, va cubriéndose de capas, no sólo de color y formatos, sino también en materia de géneros, agrega.
La idea original de la película, rodada en español, quechua y machiguenga, nace, al querer entender el origen de la palabra “punku”, de la visión de que el lenguaje construye la forma que tiene una persona de mirar el mundo y que en el caso del bilingüismo es doble, porque según uno u otro idioma, la forma de ver el mundo se transforma, explica.
En su familia, sus abuelos hablaban tanto el quechua como el español, y sus personalidades cambiaban según un idioma y otro, afirma. Su madre todavía entiende el quechua y él, un poco, agrega.