Escenario

CORTE Y QUEDA. Lo nuevo de Pablo Larraín no solo es el mejor episodio de sus filmes sobre mujeres icónicas, sino que provee un cierre sublime, bello y triste

María Callas: El canto de cisne de una diva (y de una trilogía)

Fotograma de María Callas (CORTESÍA)

En 2016, se estrena mundialmente Jackie, película protagonizada por Natalie Portman y centrada en la figura de Jacqueline Kennedy, con la cual el chileno Pablo Larraín no solo encabeza por vez primera una producción internacional y en lengua anglosajona como director, sino además marca el inicio de su trilogía consagrada a mujeres icónicas del siglo XX.

Debieron pasar algunos años; el cumplimiento de varios compromisos en su faceta de productor; el lanzamiento de Ema (2019, otro trabajo dirigido por él); e incluso una pandemia; para que el director pudiera continuar dicha trilogía con Spencer (2021), filme acerca de la Princesa Diana estelarizado por Kristen Stewart.

Casi una década después de iniciada, la trilogía es por fin completada con María Callas (2024) la cual, cuyo nombre indica, está dedicada a la figura de la famosa cantante de ópera de origen griego.

Más específicamente, transcurre en sus últimos días de vida cuando, ya consolidada como toda una celebridad, es martirizada no sólo por el hecho de estar perdiendo sus cualidades vocales, sino también por algunos fantasmas que le rondan, y por ya no sentirse a la altura de su propia leyenda.

ANGELINA JOLIE EN PLAN GRANDE

La actriz encargada de darle vida a la prestigiosa soprano es nada menos que otra superestrella, pero esta del mundo cinematográfico: Angelina Jolie.

Tratando de apartarse un poco de las cintas de acción y suspenso que venía realizando en los últimos años, Jolie vuelve a transitar por el género del drama con un personaje el cual, a pesar de su fama y empoderamiento, es muy frágil; se ha vuelto adicta tanto del Mandrax (un sedante fuerte) como de la adulación porque diariamente necesita de ambos para poder levantarse y soportar cada día; y quien aunque aparentemente no se resigna al hecho de estar perdiendo su voz -y ensaya continuamente con algunas de sus más famosas interpretaciones- en el fondo siente (y sabe) que sus días de gloria se han ido.

Sin duda el punto más polémico (y el cual puede significar un obstáculo a superar para algunos espectadores) es la caracterización que Angelina hace de quién fuese conocida como La Divina, porque físicamente son muy diferentes.

Sin embargo, no es un obstáculo infranqueable. Y de hecho es interesante ver cómo poco a poco, Jolie se va metiendo en la piel de la diva, apropiándose no sólo del personaje, sino también de su soledad, su hastío y su sufrimiento.

ATMÓSFERA MELANCÓLICA

Si bien es cierto que a lo largo de la trilogía era palpable cierta atmósfera de melancolía alrededor de sus protagonistas (así como el empleo del color rojo para resaltarlo), en esta entrega es más notoria aún, al mostrarnos a una María Callas vulnerada, herida por sus recuerdos (buenos y malos) los cuales le asaltan constantemente, especialmente aquellos vinculados a quien fuese el amor de su vida:

Aristóteles Onassis - interpretado aquí por el actor turco Haluk Bilginer-, que irónicamente terminó casándose con Jacqueline Kennedy (otra mujer empoderada); y en el cual la artista vive una existencia donde el encanto (y las ganas) de vivir comienzan a menguar y la posibilidad de regresar a los escenarios es cada vez más remota, y su trágico desenlace -mostrado desde la primera escena del largometraje- llegará inevitablemente a pesar de los esfuerzos de su mayordomo Ferruccio (Pierfrancesco Favino); su empleada doméstica Bruna (Alba Rohrwacher); y del doctor Fontainebleau (Vincent Macaigne) para mantenerla a flote.

EL MEJOR EPISODIO DE LA TRILOGÍA

Dicho tono melancólico es amplificado por la propia estructura de la película, al dividirla en actos (a modo justamente de una obra operística), en donde además Larraín y su argumentista Steven Knight dan rienda suelta a la imaginación ya sea en la forma de deslumbrantes recreaciones de algunas de las históricas presentaciones de la cantante, de números musicales que tienen lugar en momentos inesperados (y van de la mano con algunas de sus remembranzas), e incluso la aparición de un reportero-cineasta (Kodi Smit-McPhee) quien le hace preguntas y continuamente la confronta consigo misma y su realidad, volviéndose a un tiempo su confidente e inquisidor.

Y al conocer el nombre del personaje (y por otros sutiles detalles) es evidente que este solo existe en su atribulada mente.

Esos momentos fantásticos, su tono nostálgico y desencantado, y un clímax digno de cualquier ópera, hacen de María Callas no solo el mejor episodio de la trilogía, sino que provee a la misma de un cierre sublime, bello y triste, cual si fuese el mítico canto final de un cisne, al tiempo de redondear la premisa de sus predecesoras, donde ya se esbozan retratos de mujeres sensibles, quienes solo anhelan ser libres y disfrutar a plenitud de la vida y el amor, y cuyo vínculo con el poder muchas veces les restringe (o de plano les imposibilita) dichos anhelos.

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