
Con cariño para Martín Villegas
Si bien es cierto que Quentin Tarantino presentó credenciales en México gracias a su película Perros de reserva (Reservoir Dogs), el 4 de junio de 1994, durante el XIV Foro de la Cineteca, la realidad es que el público al que llegó era, precisamente, el habitual de los circuitos culturales y cinetecas del país, y no el de las amplias salas comerciales.
Esa misma sólida base de entusiastas cinéfilos mexicanos —que incluso sabían que la película Asesinos por naturaleza (Natural born killers, 1994), dirigida por Oliver Stone, estaba basada en una historia del propio Tarantino— fue la que asistió a las funciones del ciclo “Rumbo al Oscar” los días 2 de marzo (Cine Perisur) y 5 de marzo (Cine Paseo) de 1995.
Entonces el recomendar de “boca a boca” comenzó a crecer, llegando finalmente al espectador promedio, quien empezó a escuchar de manera regular el nombre de este director nacido en Knoxville, Tennessee: Quentin Tarantino.
Por eso, cuando llegó el 10 de marzo de 1995, muchos cinéfilos hicieron fila en sus cines favoritos para descubrir, en la mayoría de los casos, a ese director del que solo sabían que era extremadamente violento, sumamente divertido y con un profundo conocimiento de la cultura popular, algo que se reflejaba, entre otras cosas, en una extraordinaria selección de canciones para acompañar sus películas.
EVERYBODY BE COOL, THIS IS A ROBBERY!!
(Entra tema: “Misirlou” de Dick Dale & His Del-Tones)
Pulp fiction (o Tiempos violentos, como absurdamente se le conoció en México) se estrenó en 45 salas del otrora Distrito Federal y Estado de México en su corrida comercial, para después, tras cinco semanas, iniciar su recorrido por el resto del país.
Durante todo ese tiempo en pantalla, el espectador se adentró en una manufactura casi artesanal, donde Tarantino hizo todo lo que quiso gracias a la libertad que recibió por parte de Miramax (¡Ajá, esa Miramax! Propiedad del depredador sexual Harvey Weinstein, quien está próximo a morir en la cárcel).
Esta libertad se debió, entre otros detalles narrativos, a que las historias escritas por Roger Avary y el propio Tarantino fueron concebidas de forma precisa en un impecable arco argumental de 360 grados.
Es decir, la película termina justo donde inicia, dándose además el lujo creativo de permitir que sus personajes entren y salgan de la trama, para que el espectador vaya hilando el porqué de su presencia en cada una de las diferentes secuencias, llevando el estilo de Robert Altman al extremo.
Y aunque la película está claramente dividida en tres grandes episodios —I. Honey Bunny & Pumpkin, II. The Gold Watch y III. The Bonnie Situation—, la realidad es que podemos reconocer al menos dos actos más que se desarrollan entre esos tres, donde el guión no deja una sola historia sin un vínculo que permita fluir la trama.
Pero no solo el guion lo permite, sino también la iconografía y la narrativa visual, que, entre historias, actúa como una continuidad rota solo por las disolvencias a negros, las cuales bajan el ritmo y permiten al espectador identificar que una nueva historia se suma a la anterior.

LET’S SEE WHAT YOU CAN DO, TAKE IT AWAY!!
(Entra tema: “You never can tell” de Chuck Berry)
Tomando en cuenta la segunda definición al inicio de la película respecto al significado de Pulp — que dice: “Novela que se acostumbraba publicar por partes en un periódico, con sucesos y coincidencias muy dramáticas, sorprendentes e inverosímiles”— es que entendemos la compleja puesta en escena empleada por Tarantino, así como la de sus personajes, rebosantes de violencia y un involuntario sentido del humor.
Es por eso que el espectador puede sentir una empatía natural por Vincent Vega (un renovado John Travolta) y Jules Winnfield (Samuel L. Jackson en uno de los mejores papeles de su vida), pese a ser unos despiadados matones; reírse de buena gana con la trágica situación de sobredosis alrededor de la traviesa Mia Wallace (una igualmente pícara Uma Thurman); disfrutar lo que le ocurrirá a Zed y al Gimp luego de lo que hicieron con el sensible boxeador Butch (Bruce Willis en su plenitud) y con el sanguinario y medieval Marsellus Wallace (Ving Rhames); o tratar de adivinar qué demonios contiene el portafolio (un impecable MacGuffin en el sentido más hitchcockiano de la trama) cada vez que deja embelesados a quienes lo abren y son bañados en esa luminosidad dorada.
Todo esto se muestra con un estilo visual y una paleta de color propios, que después de Pulp fiction se repetirían hasta el cansancio en gran parte del cine de los noventa y principios de los dos mil, en secuencias similares.
Otro sello del director es la comida. Tarantino dota a los alimentos mostrados en pantalla de una exquisita imagen, por muy sencilla que esta sea en apariencia. La Big Kahuna y la forma en que Jules le da un mordisco a esa, en apariencia simple, hamburguesa, hace babear como perro de Pavlov a todo aquel que la mira hipnotizado, disfrutándola incluso cuando no se tiene hambre.
¿O qué tal la malteada de vainilla Martin & Lewis, con el asombroso precio de 5 dólares, que pide Mia en el Jack Rabbit Slim’s? Y ni hablar del café que prepara Jimmie (el mismo Quentin Tarantino) para Wolf (Harvey Keitel) cuando este va a solucionar el desastre antes de que regrese Bonnie a casa. Este estilo de presentar de forma apetitosa la comida y el gusto de comerla se repetirá continuamente en el resto de sus películas.
Y, por último, pero no por eso menos importante, está la música.

ZED’S DEAD BABY… ZED´S DEAD
(Entra tema: “Bullwinkle part 2” de The Centurions)
Desde Reservoir dogs, ya se dejaba ver una particular tendencia a rescatar temas de las décadas de los cincuenta a los setenta, que fueron indispensables para las juventudes de esos años, aunque no necesariamente fueron grandes éxitos en las listas; simplemente eran la compañía musical de la radio en los autos rumbo a la fuente de sodas o en las habitaciones durante las pijamadas de un par de generaciones.
Y en Pulp fiction, el director se dio el lujo de, además, utilizar las canciones y melodías como un intérprete más, dándoles un peso y valor narrativo a las secuencias donde fueron utilizadas, creando todo el contexto junto a las actuaciones, el manejo del lenguaje y la constante referencia a la cultura popular que, en el caso de Tarantino, incluye también la televisión y los productos de consumo masivo.
Lo curioso fue que, al menos fuera de su país de origen, las melodías que acompañan la película remiten a la película per se, y no a nada que tenga que ver con la nostalgia de los años sesenta, como ocurre, por ejemplo, con la canción que abre la película, “Misirlou”, de Dick Dale.
Nadie en México (y supongo que en otros países) piensa en las playas californianas de la era Kennedy, sino que pensamos más bien en Pumpkin y Honey Bunny asaltando la cafetería. ¿O me equivoco? ¿Y qué tal cuando escuchamos a Chuck Berry cantando “You never can tell” en cualquier otro lugar que no sea la película? Es imposible no recordar a Thurman y Travolta bailando un grandioso twist. Otro punto más para Tarantino y su apropiación de la cultura musical.
BIG KAHUNA OR ROYALE WITH CHEESE?
(Entra tema: “Jungle boogie” de Kool & The Gang)
Alrededor de Quentin Tarantino se formaron dos grandes grupos que, con el tiempo, se fueron diluyendo: los que creen que el de Knoxville inventó el cine, y los que desprecian su cine precisamente por el culto que le guardan los primeros. Y no me refiero únicamente al espectador, sino también a renombrados críticos de cine que se elevan dogmáticos en ambos lados del espectro antes mencionado.
Por fortuna, el cinéfilo del justo medio reconoce en Tarantino a un tipo que supo utilizar todos sus conocimientos de cine y cultura popular para llenar los vacíos que la cinematografía estadounidense no cubría, permitiéndole contar todo tipo de historias con su personal y muy reconocible estilo. Un cinéma d’auteur en toda la extensión de la palabra.
Y, en el caso específico de Pulp fiction, la película estableció una narrativa que abrió espacios para otros directores que, sin imitarlo, pudieron ser aceptados por estudios y productores. Estos perdieron el miedo a la violencia explícita pero inteligentemente contada, transformándola en una mina de oro. Tanto así que el término “tarantinesco” es de uso común al referirse a una película con características de violencia cruda pero increíblemente divertida y bien narrada.
Una película que tiene la grata cualidad de no envejecer con el paso del tiempo, además de atrapar a cualquier generación que no la haya visto, gracias a la creatividad con la que Tarantino cuenta esta historia. Los personajes fluyen de manera natural en un círculo que permite que todos coincidan en algún momento para luego seguir adelante, cerrando la película justo donde empieza, sin que esto afecte la continuidad de los tres arcos narrativos principales.

I THINK WE SHOULD BE LEAVING NOW
(Entra tema: “Surf rider” de The Lively Ones)
Es por esto que Pulp fiction se eleva como una propuesta irrepetible que llegó en el momento justo para establecerse como una de las cintas inherentes no sólo de la década de los noventa, sino de la historia del cine mundial de todos los tiempos. Sobrepasa, cada vez que un cinéfilo la ve por primera vez, su bien forjada reputación en estas tres décadas que lleva entre nosotros y las que faltan por venir.
Y esto, no cualquier director lo logra.
Así pues, recitemos una vez más antes de irnos: “… Y destruiré con gran venganza y furiosa ira a aquellos que intenten envenenar y destruir a mis hermanos; y entonces sabrán que mi nombre es ¡El Señor! Cuando deje caer mi venganza sobre ustedes”.