Escenario

CORTE Y QUEDA. El más reciente filme de Alejandro Gerber Bicecci se estrenó en salas nacionales con Adriana Paz como protagonista

‘Arillo de hombre muerto’: Un melodrama sobre la indiferencia de las autoridades a los desaparecidos que replica lo que critica

Fotograma de 'Arillo de un hombre muerto' (CORTESÍA )

Estrenada en la edición 39 del Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG) y unos meses después premiada a mejor largometraje mexicano en el FIC TLAX, Arillo de hombre muerto de Alejandro Gerber Bicecci llegó recientemente a salas de cine confrontando una vez más el tema de las desapariciones en el cine mexicano pero que sin tener más que decir, la urgente problemática queda reducida a un melodrama con una trabajada fotografía en blanco y negro y una esmerada filmación en el metro de la CDMX.

EL AÑO DE ADRIANA PAZ

El 2024 fue el año de Adriana Paz, para bien y para mal. Apenas en el cuarto mes la actriz presentó en Cannes, Emilia Pérez, del director Jacques Audiard con la que se convertiría en la primera mexicana en ganar el premio a mejor actriz en la historia del festival mientras que su película se llevaba premios para todas sus actrices y el premio del jurado, un mes después se presentaba Arillo de hombre muerto en el FICG y en julio el Festival de Cine de Guanajuato presentaba un homenaje a su trayectoria a la vez que en Tlaxcala el FIC TLAX premiaba la película de Alejandro Gerber que ella protagonizaba.

No sería hasta octubre que tras ser seleccionada Emilia Pérez como cinta inaugural del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) la conversación daría un giro y la horrible representación del país, de problemáticas como las desapariciones forzadas, el crimen organizado y los feminicidios, el tratamiento de las personas trans y la polémica en que se vería envuelta Karla Sofía Gascón se volverían el blanco de críticas de las que ni con sus 13 nominaciones a los Premios Oscar logró sacudirse.

Adriana Paz pese a estar incluida en el ensamble femenino que triunfó en Cannes, su participación en la película al ser apenas de 11 minutos estuvo lejos de despertar la furia mediática que las otras tres protagonistas con justa razón sí sufrieron. Sin embargo, Paz ahora retoma el tema de las desapariciones forzadas sin la misma irresponsabilidad pero con un resultado igual de pobre.

UN FILME CON GRAN COMPLEJIDAD

Dalia es una conductora del metro y madre de dos adolescentes a los que un día, volviendo del trabajo, su esposo deja de responderle mensajes y llamadas. Preocupada por su repentina ausencia acude a la fiscalía a presentar un reporte por su desaparición ante autoridades indolentes que al más mínimo doblez de documentos son capaces de no levantar la denuncia.

Durante los siguientes días Dalia es sofocada por el aparato burocrático que sin justificante medico no valida las faltas laborales pero también por las autoridades que a cada descubrimiento nuevo le solicitan volver a levantar la denuncia pero en la alcaldía que corresponde. Mientras tanto, la relación con su amante del trabajo, Carlos, se complica y las peleas se vuelven una constante.

La película inicia con un estilo que asemeja a un drama social de los hermanos Dardenne o incluso de un Ken Loach; hay ahí una conversación entre compañeros de trabajo del esposo desaparecido en la que se le culpa a Dalia pues si no fuera porque se organizó para apoyar la planilla que perdió en las elecciones del sindicato no hubiera habido represalias en su contra para cambiarla al turno nocturno y hubiera estado al pendiente de su esposo.

Lo mismo cuando la fiscalía se ríe en su cara cuando intenta hacer la denuncia por su desaparición pues le dicen “los hombres siempre tienen un lugar a donde llegar”, insinuando ser una infidelidad y desacreditando su preocupación.

INSPIRADO EN CASOS DE LA COTIDIANIDAD

Como muchas de las cintas sobre desapariciones forzadas que se han hecho en México en los últimos años, Arillo de hombre muerto se inspira en casos de la lamentable cotidianidad.

En Sin señas particulares de Fernanda Valadez y Astrid Rondero se hablaba de las desapariciones en el norte del país como parte del reclutamiento forzado del narcotráfico, específicamente en las ciudades fronterizas como Tijuana o Ciudad Juárez, en ese entonces tema que había resonado por escándalos entre la colusión del crimen organizado y la empresa de autobuses ETN.

Hoy en día podría casi verse como una película premonitoria pues los casos de la Central de Autobuses de Guadalajara, las ofertas de empleo falsas y en general todo ese modus operandi para el reclutamiento forzado ya se veía hace cinco años ahí.

En Perdidos en la noche de Amat Escalante se inspiraba en casos como el de Antonio Díaz Valencia y Ricardo Lagunes, activistas desaparecidos por su resistencia a la actividad minera de la empresa Ternium en San Miguel de Aquila, Michoacán.

Aquí son las desapariciones en el interior del metro. Historias como la de Francisco Alvabera Trejo, un estudiante del IPN, quien desapareció el 26 de marzo del 2012 en la estación Pantitlán de la línea 1; de César Soto Trejo, un conductor de metro, desaparecido en 2016 en la estación Tláhuac de la línea 12 o cualquiera de los otros 138 casos que desde 2015 a la fecha tienen una carpeta de investigación abierta.

Aún con una problemática alarmante y tan particular como las desapariciones al interior del metro, la película opta por el melodrama.

UNA CRÍTICA AL OPORTUNISMO ARTÍSTICO

Dalia renuncia a su trabajo y para poder mantener a sus hijos abre un puesto de quesadillas en las inmediaciones de la zona habitacional en la que vive y donde pronto despierta molestias por el olor y la presencia de ratas llevándola a ser presionada por sus vecinos para cerrarlo.

También es contactada para convertirse en la cara de un documental que presumen, sus realizadores, buscará crear conciencia en torno a las desapariciones forzadas pero que solo genera incomodidad por los enormes posters de mal gusto con su rostro que comienzan a adornar el transporte público de la ciudad.

La película claramente intenta criticar una gran variedad de temas como el oportunismo artístico que ha visto en las desapariciones no la crisis nacional que es sino una oportunidad de marketing, el infierno burocrático que entorpece las investigaciones y la indiferencia del sector político a la problemática.

Esos enormes posters con la cara de Adriana Paz recuerdan a los que hace 5 años despertaron indignación cuando, haciéndose pasar por uno más de las muchos que las madres buscadoras cuelgan por la ciudad en busca de respuestas de sus familiares, invadieron las calles con el rostro de Paulina Dávila como parte de la estrategia de Netflix para promocionar Perdida de Jorge Michel Grau.

En el documental al que Dalia es invitada como ornamento hay ecos de aquellas ficciones que colgándose de los colectivos de búsqueda han querido ganar protagonismo como Ruido de Natalia Beristaín que pone a su madre, la actriz Julieta Egurrola, a convivir con colectivos de madres buscadoras como salidas al parque o ida al pilates.

O La civil de Teodora Mihai que ficcionaliza alrededor de la verdadera historia de la activista asesinada Miriam Rodríguez para convertirla en una superheroína que esquiva balas y enfrenta al narco y que presentaba en Cannes con sus protagonistas con uniforme policial pintado con flores tan deplorable como ese póster de corazón en neón con pistolas y balas de Emilia Pérez.

LA MIRA EN LAS AUTORIDADES

Y en lo político, el director filma una escena en la que el procurador no se detiene ante un grupo que lo espera para hacer cumplir su palabra de esclarecer el avance para un Registro Nacional de Personas Desaparecidas.

Hecho que fuera de la pantalla existe y lleva la Comisión Nacional de Búsqueda pero que se mantiene desactualizado y de la cual hay estados como Jalisco que desde hace tres años se deslindó de este registro y dejó de compartir datos.

Es evidente que se conoce los sucedido en el país y se decide ignorar pues Arillo de hombre muerto carga con los vicios de nuestro cine que convierte tragedias en melodramas. Como las películas alrededor del 68 dígase Tlatelolco, verano del 68 de Carlos Bolado u Olimpia de José Manuel Craviotto que tienen que colocar un romance de por medio, como si fuera la única manera de empatizar con una masacre.

Aquí si no es Dalia siendo juzgada por su relación con Carlos por sus superiores o autoridades, presionada para quitar su puesto de quesadillas o utilizada por un séquito de artistas para ganar atención pública, es la relación que rápidamente se vuelve violenta entre Carlos y Dalia.

Una tragedia como la de nuestra crisis nacional ya no basta, sólo es un medio para visibilizar ya que la prioridad de la cinta es ese clímax de todas estas calamidades que se encuentra justamente en un coito en lágrimas que deriva en una ruptura sentimental.

En una escena Dalia tras una entrevista para el documental posa para un afamado fotógrafo que presume cobró mucho menos por solidaridad.

Al ver el pulido trabajo de Hatuey Viveros, la participación de una recién premiada en Cannes como Adriana Paz, un talento nacional como Noé Hernández y un trabajo tan extenuante para filmar al interior del metro de la CDMX lo único que queda pensar es en cómo involuntariamente la película termina replicando lo que busca criticar porque habrá quien teniendo tantos recursos y esta urgencia por contar no se desviaría tratando de dramatizar y entretener…

Entonces es cuando resuena lo que otro personaje dice cuando Dalia le increpa por no saber de esas cosas por no ver televisión con un “¿Acaso no sales a la calle?” y que solo recibe un “Claro que salgo a la calle, no creo que sea la misma calle a la que sales tú”.

Porque es obvio que no caminan nuestras calles tapizadas de nombres y fotos de nuestros ausentes pues sabrían que queremos oír esas historias y escuchar esos nombres, no sus rostros posando en el FICG o Cannes.

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