El cine alemán incorporó el mito de Edipo a una Berlinale muy volcada en los dilemas familiares, a través de Music, una película con formato de tragedia griega dirigida por Angela Schanelec y que discurre entre el Mediterráneo y las calles berlinesas vecinas a la sede del festival.
La música que reproduce un magnetófono a cassette con piezas de Monteverdi, Bach y Pergolesi ocupa más espacio sonoro en el filme de Schanelec que los escasísimos diálogos entre sus personajes: el joven que mata al hombre que le acorralada en un acantilado griego; la carcelera que le cura sus malheridos pies o el matrimonio que crió al recién nacido abandonado entre las rocas.
La directora alemana, Oso de Plata en 2019 con Ich war zuhause, aber -I was at home, but-, regresó a la competición con una de esas películas que previsiblemente una parte de la crítica calificará de obra maestra y sus detractores considerarán soporífera.
Su nuevo Edipo es Jon -interpretado por Aliocha Schneider- y la carcelera que será su esposa se llama Iro -Agathe Bonitzer-. Son figuras hieráticas, herméticas, que se mueven en dirección a la tragedia ya escrita y conocida, entre pedregales griegos y una escapada al Berlín actual.
Compartía la jornada a competición con Le grand Chariot, dirigida por el francés Philippe Garrel y exponente de un cine en que lo familiar va más allá de lo argumental: el veterano realizador francés convierte en intérpretes de su filme a tres hijos suyos, Louis, Esther y Lena.
La película con la que aspira al Oro funciona como una especie de empresa familiar, alrededor de un teatro de marionetas dirigido por el patriarca de la casa que, exhausto, pasa las riendas a los sucesores poco antes de morir.
El amor al oficio no siempre es hereditario, es una de las conclusiones a que aboca Garrel. Tampoco lo son el éxito o el fracaso artístico, en una película emparentada con la vieja escuela francesa de las relaciones triangulares, donde los relevos de pareja se suceden sin mayores dramas.
El director artístico de la Berlinale, Carlo Chatrian, había advertido de que el anuncio del filme de Schanelec puede llamar a engaño. La imagen elegida es un viejo coche destartalado al sol con cuatro personas dentro-, que de alguna forma recuerda al de Alcarrás, el Oso de Oro de 2022 dirigido por Carla Simón.
Efectivamente, es un mero efecto óptico. Del dinamismo de la familia de melocotoneros de Lleida (España) que dio a la directora española el máximo premio se pasa a la tragedia griega sin palabras.
Es una de las múltiples versiones de dilemas o tramas familiares que domina en la selección de las películas a concurso de esta 73 edición de la Berlinale, de cuyo jurado internacional forma parte Simón, junto a su presidenta, la actriz estadounidense Kristen Stewart.
El cine mexicano está entre los favoritos. La película Totem, de Lila Avilés, conmovió al festival con la historia del hombre joven que agoniza y al que su familia prepara una fiesta de cumpleaños, con todos los seres queridos, hermanos, amigos, antiguos colegas, su pareja y la hija de ambos, Sol.
La mirada de esa niña emocionó, en un film sencillo y caracterizado por el dinamismo que la directora mexicana imprime a un guion complejo, donde cada uno de sus personajes se definirá en un par de trazos.
Mañana se presentará oficialmente 20.000 especies de abeja, asimismo aspirante al Oso de Oro de este festival y dirigido también por una mujer, la española Estíbaliz Urresola.
Naime Senties, la niña de Tótem, es de edad y mirada parecida a Sofia Otero, la de 20.000 especies de abeja. Ambas crecen bajo el amor y la protección de sus padres, en un entorno familiar bien estructurado y entre adultos concentrados en transmitirles lo mejor.
La Sol mexicana debe afrontar la despedida del padre amoroso, pero que apenas podrá sostenerse en pie. La Lucía de Urresola los problemas de haber crecido como Aitor, pero que lleva tiempo sintiendo que es y siente como una muchacha.
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