En medio de una dimensión entre los sueños y la realidad, Magenta recorre una feria a lado de tres misteriosos payasos que lo guían por sus memorias de la infancia. Al principio, se desenvuelve en la magia de la imaginación, la inocencia y asombro que tiene un niño, pero conforme avanza la puesta en escena, el lugar se vuelve tan oscuro que despierta aquellos recuerdos en los que las decisiones del protagonista llegaron a un trágico desenlace.
Algodón de azúcar es una historia original de Gabriela Ochoa quien ha desarrollado un estilo escénico que consiste en salirse de las normas con propuestas en las que el guión habla de temas poco convencionales desde la perspectiva del humor, la fantasía y la introspección. A su vez, usa el arte plástico como elemento dentro de la narrativa.
Desde el 2006, junto a su compañía Conejillos de indias ha presentado exitosamente títulos como Réplica con sombra y séquito, La forma más honesta y Toda la culpa es de ella. Para esta segunda temporada de Algodón de azúcar se presenta con Alejandro Morales, Romina Coccio, Carolina Garibay, Miguel Romero, Francisco Mena y Misha Marks como músico escénico y actor.
“Nunca había hecho un payaso. Nunca me había puesto una nariz y me parece la cosa más liberadora. Al ponerse en personaje sientes que tienes permiso de hacer lo que sea”, declaró Carolina Garibay quien interpreta hasta cuatro personajes en esta puesta en escena. “Es súper vertiginoso porque hay muchos cambios. Pero es muy divertido y retador también poder entrar y salir de uno a otro porque son muy distintos”, añadió Romina Coccio.
Todos los actores en escena interpretan a más de un personaje a excepción de Miguel Romero, quien se centra en Magenta. Para estos cambios que van de una niña, una joven, una mujer u hombre adulto durante los flashbacks de Magenta hasta los payasos que habitan en su pesadilla presente, usan máscaras y maquillaje que son claves para que el público se adentre a este universo de ensueño que hace énfasis en una infancia lastimada.
“De entrada, parte del ejercicio escénico de ponerte una máscara o una nariz te permite hacer un viaje personal y de ahí tratamos de ser lo más honestos que se pueda. Siento que es en donde se mueven las infancias, desde la inocencia y el entusiasmo por el aprendizaje. Conforme vamos creciendo, nos ocultamos para protegernos. Entonces, estos recursos para ponerse al servicio del personaje, hace que miremos al niño, niña o niñe que todos fuimos y una vez que conectas con esos momentos, es liberador y sanador”, explicó Francisco Mena que interpreta al monigote, una especie de conciencia del personaje principal.
“Lo interesante de esta historia es que la mente es muy compleja. Es en la infancia cuando se nos quedan tatuadas un montón de situaciones y cuando se destapa el recuerdo de un momento que se tenía bloqueado, puede convertirse en una pesadilla”, señaló Caro sobre la reflexión personal al que se enfrentan los espectadores al ver esta obra.
A través de toda la estética en la escenografía, la iluminación y el vestuario, el público logra meterse realmente en un universo muy fantástico y de alguna manera, ayuda a la narrativa de la historia que se está contando “que por momentos es ruda, mas no, confrontadora”. “Al principio, las expresiones son de una grata sorpresa, ¡ah, qué padre!, por esa magia de estar en una feria, pero luego los rostros se van poniendo meditativos”, comentó Romina.
Algodón de azúcar regresó al Centro Nacional de las Artes después de una exitosa primera temporada con localidades agotadas en todas las funciones y comentarios positivos por parte del público y los críticos. Además, también obtuvo 10 nominaciones y el galardón a Mejor Diseño de Iluminación para el maestro Ángel Ancona en los Premios de la ACPT (Agrupación de Críticos y Periodistas de Teatro). Las funciones concluyeron el 19 de noviembre.
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