Una de las narrativas recurrentes en el cine suele ser aquella enfocada a los juicios, un subgénero dramático que nos ha entregado cintas memorables como Matar a un Ruiseñor (Mulligan, 1962) done el racismo y la culpabilidad marcada por el color de piel son el centro de atención del relato, 12 Hombres en Pugna (Lumet, 1957) donde la discusión se centra en la determinación de un jurado que trata de convencer a todos de la inocencia de un acusado, o Anatomía de un Asesinato (Preminger, 1959) donde la defensa de un militar enteramente culpable de matar a otra persona se convierte en un análisis de la voracidad y manejo de las verdades que un hecho puede tener y los recovecos que pueden poner en duda la culpabilidad de ese hecho.
Justine Triet, al lado de su pareja, Arthur Harari, crean un relato tentador en el que una mujer es la principal sospechosa del asesinato de su esposo en Anatomía de una Caída, cinta que se llevó la Palma de Oro en la pasada edición del Festival de Cannes así como el reconocimiento al Mejor Guion del certamen, donde a través del juicio realizado en su contra, la realizadora genera un mosaico interesante alrededor del aparente matrimonio perfecto de Sandra (Sandra Hüller), una exitosa escritora, y su pareja, Samuel (Samuel Theis), creando un rompecabezas lleno de suspenso y drama en la que el juicio desvelará varias situaciones que, poco a poco, convierten a la audiencia en juez y parte de este caso.
No es la primera vez que Triet se mete en el ámbito de los juicios, pues anteriormente lo abordó de forma cómica en Victoria y el Sexo (2016), donde una mujer también tiene que lidiar con diversas cuestiones con tal de no caer en el descontrol total. Asimismo, la también actriz y guionista francesa es experta en crear papeles para mujeres profesionales y exitosas que tratan de conciliar su vida personal con el ajetreo de sus labores cotidianas (La Batalla de Solferino, 2013), e incluso a enfrentar esas diferencias que normalmente se contraponen a las de ciertos hombres, dejando de lado la batalla de los sexos para crear una autoría que refuerza el género y que, en este filme, logra algo mucho más especial.
Anatomía de una Caída depende enteramente de la capacidad de su protagonista, Sandra Hüller, como la vía para entender la dinámica de un matrimonio en el cual, poco a poco, metemos una lupa para examinar los recovecos más oscuros del mismo, mostrando la vulnerabilidad y las grietas existentes entre ellos que, para el mundo exterior e incluso para su propio hijo, Daniel (Milo Machado Graner), eran imperceptibles y que son explotadas por un feroz abogado que representa a la Fiscalía (Antoine Reinartz), empeñado en hacer caer como culpable a la escritora. Esta es una de las principales capas intrigantes del filme, ya que en la más pura esencia del Rashomon (1950) de Akira Kurosawa, la cuestión de la verdad y la culpa es puesta en duda constantemente.
Hüller, nominada al Globo de Oro y el Oscar por su papel, destaca al mostrar, gracias a un gran desarrollo de personaje, su vulnerabilidad sin perder la fuerza que caracteriza su rol. La cámara siempre la enfoca como una sólida mujer que no es inferior a nadie, sino lo contrario. Jamás agacha la cabeza y en todo momento parece estar a la par o un poco arriba de aquellos que la acusan. De la misma forma, es capaz de captar el dolor que oculta, especialmente ante la mirada de su hijo, dejando de lado el escrutinio público pero siempre preocupándose por lo que refleja hacia el jurado y todos aquellos que la ven como una asesina.
Si esto no fuera suficiente, el guion también ahonda en otros temas donde la protagonista funciona como el detonante para ciertas reflexiones relativas al rol de las mujeres en la sociedad, donde se refleja cierto desdén por Sandra, lo que ha conseguido y ese desdén que ella tiene ante aquellos que buscan que pida perdón por lograr su éxito devenido ahora en una tragedia digno de una de sus novelas. Y es que, a final de cuentas, es una mujer que ha puesto como prioridad su carrera profesional sobre la maternidad y quien no se avergüenza de su orientación sexual. Sin embargo, bajo el escrutinio de la mirada social, esto la hace alguien carente de moral. Pero, ¿eso la convierte en una asesina?
Esas examinaciones y la intención de romper el típico rol de la victimización con Sandra provocan una mirada diferente a este drama judicial, donde gracias a las revelaciones y los vistazos de la vida de esta pareja, nos ofrecen una mirada fría sobre ciertos puntos que sugieren la culpabilidad de la protagonista debido a los pequeños actos que conocemos durante el juicio, provocando que la pregunta de su culpabilidad resuene en el aire sin ofrecer una respuesta concreta. Esa duda razonable es el motor en el que Anatomía de una Caída se apoya para enfrentarnos a nuestros complejos y creencias mientras Harari y Triet disectan los secretos de un matrimonio mientras la directora pone el dedo en la llaga para criticar la misoginia y la disparidad de género.
Desde el comienzo, está Anatomía de una Caída muestra sus cartas al plantear la disyuntiva entre lo que es la realidad y la ficción, desde que los libros escritos por la pareja suelen ser una mezcla de sus biografías y datos de ficción, jugando con lo que es verdad y lo que no. Esa curiosidad humana de saber qué es real o la intrínseca búsqueda de una certeza permea este relato que se adereza con la profundidad en temas antes mencionados pero que, finalmente, nos revela un doloroso principio que parecemos olvidar constantemente: la veracidad de algo depende de las diferentes interpretaciones que se le den. Esa metáfora dura acerca de la realidad y la verdad es la que acecha en cada recoveco de este drama judicial efectivo que usa las fórmulas habituales para replantear y cuestionar las heridas ocultas detrás de una muerte.
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