La década de los 80 en los Estados Unidos vio a un actor ser presidente de la (discutible) nación más poderosa del mundo. En época de crisis económica, Ronald Reagan se aferró al poder con un lema en mente: “Hacer a América Grande de Nuevo” (MAGA en sus siglas en inglés). Sin saberlo, tal vez está nación estaba viviendo el preludio a un armagedón social que, aparentemente, nadie vio venir, o solamente escogieron no verlo.
Parte de este mundo no muy prometedor es mostrado por James Gray a través de la mirada de un joven llamado Paul Graff (Banks Repeta), que en plena etapa de crecimiento tiene un viaje personal hacia una madurez impuesta a través de la búsqueda de su propio sueño americano, uno que pareciera desintegrarse poco a poco ante la discriminación, el clasismo y las amistades imposibles en El tiempo del Armagedón (Armageddon time).
En el sentido bíblico, se denomina al Armagedón como ese lugar en el que se librará la última batalla entre el bien y el mal, justo al borde de la extinción del mundo. Aunque el libro del Apocalipsis se lea muy fatídico, la realidad es que la palabra es asociada con una catástrofe, un conflicto que puede terminar en la salvación o regeneración así como en el final de los tiempos y estructuras sociales conocidas.
Tomando esto en cuenta, Gray decide dividir su relato en dos partes. Primero, muestra al joven Paul, con cierto espíritu rebelde y aires de desobediencia social, dentro de su escuela así como en su familia. Esto lo lleva a entablar una amistad con Johnny (Jaylin Webb), un chico afroamericano de otro estatus social que, por su color de piel y su diferente estrato, es sometido o discriminado. Posterior a ello, Gray da pauta a ese enfoque en las altas esferas de los 80 con chicos que van a escuelas donde se prepara a los futuros líderes de los EU de formas cuestionables.
Aunque Gray se suma a esta tendencia de hacer un cine mucho más personal tal como lo han hecho Iñárritu con Bardo, Cuarón con Roma, Brannagh con Belfast o Spielberg con Los Fabelman, este director parece no encontrar el balance correcto entre sus memorias y el verdadero mensaje que quiere transmitir, aquel que indica que para entender nuestro presente siempre tenemos que mirar al pasado. Esto, sumado a que nuestro protagonista, Paul, llega a ser un tanto antipático o hasta cobarde.
No todo está perdido en este drama íntimo pues la relación que este joven lleva con su amado abuelo (interpretado con maestría por Sir Anthony Hopkins) así como las escenas que comparte con Johnny le dan una lectura interesante a la propuesta de Gray. Incluso, existen un par de escenas donde el joven Paul, con sus extrañas añoranzas, incomprensión o simplemente caprichosa actitud, recibe unas cuantas lecciones de ambos personajes que provocan que cuestionemos un poco el pasado y ahora presente de una nación tan polarizada en la actualidad.
Anne Hathaway y Jeremy Strong tampoco lucen mal como madre y padre de este joven que enfrenta su proceso de crecimiento, sin embargo pareciera que no consiguen obtener una mayor profundidad debido a la falta de sensibilidad y sensatez en sus actitudes o diálogos, quedándose meramente en las buenas intenciones de mostrar una radiografía de aquellos problemas que aquejaban una nación que buscaba ser grande de nuevo pero sin conseguirlo realmente.
Ese es uno de los principales problemas del guión de Gray, pues en su afán de hablar de tantas problemáticas sistémicas como el racismo, las injusticias sociales o las marcadas diferencias entre clases, no ahonda en ninguna de ellas al quedarse simplemente en una muestra superficial en la cual el niño en vías de ser adolescente se ve sumergido pero tampoco actúa o cuestiona nasa al respecto, solamente lo acepta sin ofrecerle un verdadero aprendizaje o alguna redención perceptible.
También está ese factor del sueño americano claramente en decadencia, donde el título de la cinta juega con un par de referencias como una canción de The Clash (“Armageddon Time”), pero sobre todo a aquellos discursos de Ronald Reagan, que se esforzaba por mantener la grandeza de un país a través del miedo y trauma cultural pues constantemente incluía la palabra Armagedón asociándola a problemas como la homosexualidad a la vez de querer acabar con la desigualdad económica sin sustento. Este problema se ve en los sueños frustrados del protagonista, quien quiere ser artista pero es denigrado a ser una actitud por mero hobby que no deja nada.
Aunque James Gray exitosamente evita caer en la sobreexplotada nostalgia de la época ochentera, no logra conjuntar las buenas intenciones de su relato, ofreciendo solamente chispazos interesantes gracias a algunos cameos o sendos diálogos reflexivos. Finalmente, con todo y esa catástrofe social inevitable a la que se refiere el título, El tiempo del Armagedón se queda en un reproche a su nación sin llegar a ser lo suficientemente evocador o emotivo donde la única transformación parece ser la pérdida de la inocencia mediante una indiferencia preocupante.
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