La secuencia con la cual da inicio Babylon, alberga en ella buena parte del sentido y tono general de su trama: varios hombres intentan subir a un elefante por una pronunciada pendiente, y sus esfuerzos no están resultando e incluso parecen a punto de fracasar. Desesperado, uno de ellos alimenta al animal, obligándolo a defecar (cosa que hace sobre el individuo en cuestión, mientras este continúa empujándolo), y solo así consiguen moverlo. Aquí la moraleja es: para poder realizar un gran logro, a veces uno debe batirse en la inmundicia para conseguirlo.
Y eso es lo que, en mayor o menor medida, les acontece a los cuatro protagonistas principales del más reciente filme del estadounidense Damien Chazelle (Whiplash, La La Land: Una historia de amor, El primer hombre en la Luna), los cuales buscan brillar (y permanecer) en el Hollywood de la segunda mitad de los años veinte, y algunos de ellos harán su mayor esfuerzo (e incluso cosas humillantes) para lograrlo.
Por un lado, está Manny Torres (Diego Calva), inmigrante mexicano quien sueña con algún día pisar un set cinematográfico. Por el otro se encuentra Nellie LaRoy (Margot Robbie), aspirante a actriz la cual desea brillar con luz propia. Y el cuarteto es complementado por el trompetista Sidney Palmer (Jovan Adepo) el cual como él mismo expresa en una escena, desea es que la cámara y los reflectores apunten en la dirección correcta (o sea, hacia él y su instrumento), y Jack Conrad (Brad Pitt) una estrella hollywoodense ya consagrada, aficionada del alcohol y de organizar fastuosas fiestas que derivan en verdaderas bacanales.
Los sueños de cada uno de ellos darán un giro dramático (tornándose incluso pesadillescos) a raíz de uno de los grandes cambios suscitados en la industria y el lenguaje cinematográfico: la llegada del cine sonoro. El costo individual y la forma en que reaccionan al alto precio a pagar es el meollo de la trama.
El escenario donde se desenvuelve el relato es el de un Hollywood el cual, como el título del largometraje señala, es retratado aquí como una especie de Babilonia moderna: caótica, enloquecida, sórdida, orgiástica y decadente, pero que al mismo tiempo hechiza, seduce, e irradia algo especial.
El argumento escrito por el propio Chazelle, sin duda está fuertemente inspirado en el libro Hollywood Babilonia de Kenneth Anger, combinado con una grandilocuencia visual la cual permite reforzar dicha idea, y mostrarnos así una de las varias épocas doradas de esa industria, en un trabajo que trasciende un poco la mera carta de amor romántica e idealizada hacia Hollywood, tornándose más bien en la descripción de una realidad esquizofrénica en la cual el glamour y las luminosas marquesinas van de la mano de lo grotesco, lo escatológico y lo lúgubre, mostrando así las luces y sombras que forjaron esa industria y fábrica de sueños, las cuales parecen persistir y aquí son criticadas, a veces mordazmente. Ello queda ejemplificado en otra escena: cuando el cuerpo de una joven es sacado furtivamente de un concurrido festejo, y para distraer a los asistentes del mismo, se echa mano del elefante visto en la secuencia inicial.
Para recrear la parte deslumbrante de ese Hollywood, (sobre todo en lo tocante a las escenas de las pantagruélicas fiestas y los delirantes rodajes simultáneos), el cineasta juega a evocar visualmente (auxiliado por la dirección de arte de Eric Sundahl) a D. W. Griffith, uno de los primeros grandes cineastas de esa industria. E indirectamente, referencia también al cineasta europeo quien inspiró a este último su más grande obra: Giovanni Pastrone. Así, algunas de dichas escenas bien podrían formar parte de Cabiria (Pastrone, 1914) e Intolerancia (Griffith 1916), donde ahora, el dios pagano que exige sacrificios, es el cine mismo. Y los sumos sacerdotes encargados de ello son sus productores y ejecutivos.
Del mismo modo, los protagonistas en esta cinta funcionan como una especie de avatares de personajes reales de la historia hollywoodense: Nellie LaRoy puede ser Clara Bow (la primera It-girl de la historia) o Joan Crawford, o ambas. Lo mismo pasa con Jack Conrad, basado en John Gilbert y Rudolph Valentino (ambos muertos antes de cumplir los cuarenta años). E incluso aparece un excéntrico e hiperquinético director al que solo llaman Otto (encarnado por el actor y realizador Spike Jonze) inspirado seguramente en Erich von Stroheim. Y así ocurre sucesivamente con muchos otros personajes.
Tales detalles referenciales incluso están presentes en ciertas situaciones y diálogos que también son extraídos de otras películas, principalmente de Cantando bajo la lluvia (también homenajeada aquí), los cuales a su vez replican situaciones verídicas acaecidas en Hollywood tras la llegada de las talkies y el cine sonoro en general, pasando de la referencia a la meta-referencia y la hipertextualidad.
En Babylon, también podemos encontrar las figuras retóricas y obsesiones autorales de Damien Chazelle. Allí están los personajes obsesionados -de modos que rayan en lo patológico- con obtener el éxito a cualquier costo, símiles del baterista Andrew Neiman protagonista de Whiplash (2014); o el romance intenso entre sus personajes estelares el cual está condenado al fracaso, y ellos terminarán trágica e irremediablemente separados, como le pasa a los protagonistas de La La Land (2016); y sobre todo, por la inclusión de un jazzero dentro de la historia (como pasa en las producciones antes mencionadas) así como la presencia obsesiva de dicha música, la cual toma parte activa en la narración. El primer aspecto está cubierto aquí con el personaje de Sidney Palmer, mientras que el otro corre a cargo de las piezas musicales compuestas por Justin Hurwitz, las cuales marcan su ritmo y el mood de sus escenas todo el tiempo.
Pero sobre todo, Baylon sostiene vasos comunicantes con otras películas que han tenido a Hollywood mismo (y sus entretelones) como eje de sus historias. Desde El ocaso de una vida (Sunset Blvd., Wilder, 1950), pasando por la ya mencionada Cantando bajo la lluvia (Singin' in the Rain, Donen/Kelly, 1952); El último magnate (The Last Tycoon, Kazan, 1976); Buenos días, Babilonia (Good morning, Babylon, hermanos Taviani, 1987); hasta trabajos más recientes como ¡Salve, César! (Hail, Caesar!, hermanos Coen, 2016) y Había una vez en Hollywood (Once upon a time in Hollywood, Tarantino, 2019, con la cual incluso comparte algunos de sus actores estelares). Y todos ellos -en mayor o menor medida- tienen en común una mirada retrospectiva, con una nota de nostalgia y melancolía; de una etapa en la historia de cine (y de una forma particular de hacerlo) que se ha ido. En ese tenor, en una de las escenas más inspiradas del largometraje, Chazelle sugiere que en el momento en el cual el cine ganó su sonoridad, paradójicamente perdió su bullicio.
En una de esas ironías del destino, pareciese que Babylon está siendo condenada a seguir los mismos pasos de Intolerancia, porque en Estados Unidos fue un rotundo fracaso económico. Veremos si en su lanzamiento en el mercado internacional logra revertir dicha situación.
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