Muchas han sido las historias desprendidas de aquellos tiempos donde la monarquía era el pilar de los sistemas de mandato en las grandes naciones europeas, entregándonos – casi en su totalidad – un retrato más humano sobre dichas figuras cuasi divinas e intocables. La audiencia se ha acostumbrado a un consumo asiduo de relatos que dibujan distintos casos de ascenso y descenso del poder; sin embargo, Corsage, la nueva cinta de Marie Kreutzer se posiciona en un límite donde su protagonista deambula entre lo más alto de su influencia mediática y lo más profundo de sus deseos humanos.
El tiempo se acerca más para devorar los estereotipos autoimpuestos de Elizabeth de Austria, y es cercano a su cumpleaños 40 donde su imperiosa necesidad por aprovechar cada momento de su vida propiciará que sus acciones comiencen a salirse de los parámetros establecidos por un estatus monárquico que le señala constantemente.
Isabel de Baviera o Elizabeth de Austria posee un pasado que ya ha sido retratado en múltiples ocasiones, siempre mostrando aquel lado excéntrico que, hasta la fecha, aún es observado como manifestaciones de una inestabilidad emocional derivada de las exigencias que una posición de dicha índole conllevaba. Y es a partir de aquí donde Kreutzer coloca en el centro de su propuesta la poderosa actuación de Vicky Krieps para envolverla con distintas necesidades básicas del ser humano que son extrapoladas por un entorno privilegiado que reprime hasta la última gota de sus deseos más internalizados.
El disruptivo comportamiento de Sissi, la gran emperatriz, es sosegado en el filme a través de encuadres que la encierran con enormes habitaciones y paisajes que ahogan sus gritos emocionales que no terminan por ser escuchados a pesar de la inmensa fuerza y relevancia de su posición.
La edad ha abrumado a la emperatriz, el tiempo parece transitar cada vez más rápido para ella, mientras que las personas que le rodean parecen estacionarse en sus propios ideales, deteniendo el tiempo, mientras ella avanza cronológicamente a convertirse en un simple recuerdo para el mundo; se aferra a la juventud de sus hijos, intenta absorber cada pedazo de energía y tiempo que pueda robar, sin darse cuenta que su obsesión de validación genera que los placeres más sencillos se transformen en maquinas de tortura que la acercarán a perder su esencia.
La figura de la mujer va liberándose cada vez más, la fuerza que el corsage impone sobre su prisionera va aumentando mientras el significado de la muerte va construyéndose como una meta constante a perseguir. Para Elizabeth, las palabras van perdiendo su peso, los rumores – que afectan en su totalidad a las altas esferas – solo sirven como un catalizador de su humanidad, bajando de un olimpo al que quizás nunca perteneció, y cavando aquel hoyo que le dará la libertad que siempre ha buscado.
La madre, la esposa, la amante, la emperatriz, la mujer que recorre distintos caminos que parecen dividirla en una entidad social multifacética va encontrando su caudal, aquel punto en común donde las fronteras entre estas personalidades se diluyen, y los “actos de rebeldía” que parecen originarse desde una aparente inestabilidad son simples cortes de caja para probarse así misma hasta donde ha llegado su participación en ciertos aspectos de su vida.
El espectador se observa ensimismado en el ritmo engatusador de la cinta, parece que chocarán contra una historia de drama propio de la realeza, pero es a través de las miradas de los personajes es donde se nos revela la evolución de un alma enjaulada entre banales comodidades de un entorno que no hacen más que desilusionar la búsqueda de una voz propia.
Si bien la cineasta se toma diversas libertades para proyectar su enfoque particular de esta histórica figura, la propuesta no se regodea en su autocomplacencia, creando una interesante conexión entre los discursos contemporáneos sobre el alcance de una equidad de ideas, pensamientos y derechos de género, sin caer en obviedades e infiriendo sus conclusiones al señalar la verdadera naturaleza excéntrica que se encontraban en las costumbres de la corona, es decir, las apariencias guardadas con vestimentas y accesorios que ocultaban al humano para anteponer a la realeza, o aquellas conversaciones políticas en sobremesa interrumpidas inexplicablemente por el humo de un cigarro en manos femeninas.
El quinto filme de Marie Kreutzer, el cual intentó colarse a la contienda final por el Oscar a Mejor Película Extranjera ya se encuentra en la cartelera de las salas mexicanas, entrando en el grupo de producciones que comenzarán a estrenarse en las próximas semanas y que tendrán participación en los Premios de La Academia.
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