Hae-jun (Park Hae-il) es un hombre callado, serio, pulcro, quien tiene problemas para conciliar el sueño y debe ponerse gotas en los ojos porque no soporta las luces fuertes. Aunque está casado vive solo, ya que su esposa Jung-an (Lee Jung-hyun) ocupa un puesto importante en una planta nuclear ubicada en el poblado de Ipo, mientras él se desempeña como detective en la ciudad de Busan, y únicamente pueden verse y pasar tiempo juntos una vez a la semana.
Mientras desempeña su labor de forma diligente, aunque un tanto obsesiva, al oficial se le asigna investigar la muerte de un hombre cuyo cadáver fue hallado al pie de un risco. El fallecido en cuestión resulta ser Ki Do-soo (Yoo Seung-mok) un oficial migratorio retirado y aficionado al montañismo. Todo parece indicar que su deceso fue resultado de un lamentable accidente.
Mientras conduce las pesquisas en dicho caso, Hae-jun conoce a Seo-rae (Tang Wei), la esposa del finado emigrada desde China, y por la cual él se siente atraído desde el primer momento que la ve. Al comenzar el interrogatorio de rutina, entre ambos germina una confianza y afinidad especiales, y ello comienza a nublar notoriamente el juicio del investigador, quien empieza a conducirse de modo errático, y a pasar por alto evidencias e información significativos, indicadores de que tras la muerte del ex funcionario hay algo más. Y la ahora viuda es la principal sospechosa.
Este será apenas el inicio de un juego donde las verdades y las mentiras se entrelazan con la seducción, y el cual forma parte sustancial de La decisión de partir (Heojil kyolshim / Decision to leave, 2022), el más reciente trabajo del coreano Park Chan-wook (Cinco días para vengarse, Stoker, The Handmaiden), quien desarrolla aquí un filme análogo a las características de su protagonista central: correcto y elegante en su ejecución, pulcro (y de mucha belleza plástica) en las imágenes mostradas a cuadro, y muy eficaz en su manera de conducir la trama aunque esta puede tornarse intrincada por su narrativa llena de saltos adelante y atrás en el tiempo, y obsesionada (con justa razón) en los detalles, creando así un thriller con gran carga dramática, donde los crímenes allí presentes son en realidad la fachada tras la que se oculta un crimen mayor: el del amor loco y trágico sostenido entre sus dos protagonistas.
Las fuentes de las cuales abreva este largometraje son principalmente dos: por un lado, se halla el thriller a la más pura tradición de Alfred Hitchcock, quien no solo es fuente de inspiración del cineasta (y de su guionista Jeong Seo-kyeong), sino que aquí directamente retoma elementos (argumentales, estéticos e incluso anecdóticos) que hacen referencia a varias de las obras del amo del suspenso, particularmente a una donde también existe un romance obsesivo entre un detective y la sospechosa de un crimen: Vértigo (Estados Unidos, 1958).
De hecho, la cinta de Park Chan-wook pareciera una especie de remake no oficial del clásico hitchcockiano mencionado, reconstituyéndolo no solo para funcionar en el contexto social de la Corea actual, sino también dentro de las dinámicas sociales del mundo contemporáneo, donde los celulares provistos de cámaras (las cuales captan todo, incluso detalles imperceptibles a primera vista), de WhatsApp (transformado aquí en herramienta esencial para las complicidades surgidas entre los personajes) y otras aplicaciones, juegan un papel importante en la narración.
La decisión de partir incluso se permite replicar algunas secuencias emblemáticas de Vértigo, como la persecución por las azoteas de un edificio que termina muy mal. O el uso del color verde para enfatizar ciertos momentos, e incluso un leitmotiv en forma de un vestido de dicho color usado por Seo-rae en cierta escena importante de la historia (análogo al portado por el personaje interpretado por Kim Novak en la versión del británico). O decide invertir algunos otros elementos, como ocurre con la acrofobia que sufre el personaje en la película de Hitchcock, “transferida” acá a su protagonista femenina. Pero sobre todo, el filme del realizador coreano evoca fuertemente a la obra citada de Alfred en su premisa central: la obsesión de un hombre por una mujer la cual tiene repercusiones en su vida personal, haciéndole perder la proporción de las cosas y de la realidad misma.
Y allí es donde reside la segunda fuente de inspiración para el tono de la trama, proveniente de los K-dramas televisivos muy arraigados en su cultura pop. No es gratuito que, durante varios momentos de la cinta, distintos personajes estén viendo y/o comentando programas y novelas de ese país.
A ese respecto, Park Chan-wook hace también una descomposición y reacomodo de las partes vitales de dicho subgénero, recombinándolas con los resortes propios del thriller, creando así un drama lleno de emociones, para escenificar una relación la cual, a diferencia de los dramas televisivos citados, expresa el creciente torrente de deseo existente entre ambos a través de gestos sutiles y contactos fugaces a lo largo de la historia, todos ellos cargados de sublime sensualidad. Y cuando dicha torrente brota a la superficie de forma incontenible, ambos personajes terminarán (literal y metafóricamente) ahogados por culpa de su romance imposible, en un desenlace de proporciones shakespearianas.
La decisión de partir es sin duda, una de las mejores producciones cinematográficas que se podrán ver en cartelera en este recién iniciado 2023, y también a lo largo del mismo.
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