Escenario

‘Dogman: Vida inquebrantable’: Una fantasía de venganza trágica que abraza el absurdo

CORTE Y QUEDA. El más reciente filme del veterano cineasta Luc Besson llegó este fin de semana a las salas de cine nacionales con una historia interesante

Perros en la oscuridad
Fotograma de ‘Dogman: Vida inquebrantable’. Fotograma de ‘Dogman: Vida inquebrantable’. (CORTESIA)

El escritor y político francés Alphonse de Lamartine alguna vez dijo una célebre frase: “cuando un hombre tiene problemas, Dios le envía un perro”. Esta lapidaria frase premonitoria sirve como perfecta introducción para una tragedia cargada de acción y humor negro acerca de un chico que busca sobreponerse de su terrible abuso infantil a través del lazo incondicional que establece con unos perros, siendo éstos su camino a la salvación personal y al sanamiento de sus dolorosas heridas.

Luc Besson, director y productor detrás de la distribuidora y productora EuropaCorp, está de vuelta en el mundo del séptimo arte después de Anna (2019) y de haber sido exonerado de una severa acusación de abuso en su contra. Ahora, con Dogman: Vida inquebrantable, se inspira en la noticia real de una familia francesa que encerró a su hijo en una jaula cuando tenía cinco años, dándole pie a la creación de Douglas (Caleb Landry Jones), una mente dolida que está en busca de una salvación involuntaria.

Landry Jones, que en el 2022 se alzó con el premio al Mejor Actor en el Festival de Cannes por el drama psicológico dirigido por Justin Kurzel, Nitram, muestra nuevamente su gran talento al encarnar a Douglas, un tipo vulnerable que, tras un inesperado incidente, es arrestado por la policía. Esto dará pie a conocer su historia a base de flashbacks donde conoceremos su desgraciado pasado que lo ha llevado hasta este punto en donde los únicos en los que confía son en su jauría de perros, únicos que se han mantenido inseparables a él.

Besson va llevándonos poco a poco a través de este personaje roto y su perspectiva, misma que no es como la del resto de los personajes en el relato. Ese dolor que lo ha llevado a una vida aislada del ser humano que, para él, es traicionero por naturaleza, es transmitido en sus diversas facetas por Landry Jones, desde aquel adolescente con corazón roto hasta un drag queen que encuentra en Shakespeare un refugio para ponerse una careta que lo lleva a hacer imitaciones de populares cantantes de música pop, muy al estilo de la protagonista transexual de Juego de lágrimas (1992) de Neil Jordan.

Si bien el centro de todo es el drama vivido por Douglas que deriva hasta el punto de inicio del filme, Besson también coquetea con otros temas interesantes alrededor del protagonista, siendo uno de ellos la cuestión de la fe. Basta ver el palíndromo que existe en las palabras en inglés dog (perro) y god (dios), dilema que se acentúa también con las creencias de la familia de Douglas, cuyo nombre en diminutivo es Doug como un claro guiño al vocablo inglés canino, y que se exacerba hacia la parte climática con una imagen que no deja duda acerca del sacrificio desinteresado del protagonista, similar al del hijo de Dios que, en este caso, resulta ser el hijo de perros.

Asimismo, el director y productor francés no duda en hacerse alusión a sí mismo con algunos atisbos a su propia filmografía como la puesta en escena de Juana de Arco, o algunos estilos que nos remiten al realizador de sus años noventa, especialmente en las escenas de acción que lo encumbraron con proyectos como El perfecto asesino (1994) o La Femme Nikita (1990), dándole un buen dinamismo al filme que acumula elementos que le dan coherencia a la visión de este relato, sobre todo en el aspecto visual para reforzar la subtrama de venganza que permea alrededor de este “hombre-perro”.

Otra de las virtudes de Dogman: Vida inquebrantable es la facilidad con la que trata el drama junto al thriller, ofreciendo momentos conmovedores como tensos a través de la vida de un ser que bien podría caer en el lado feral del comportamiento, pero que se comunica de mejor forma con el Mowgli de Rudyard Kipling llevado a la jungla de asfalto, donde la jauría se convierte en su familia y los animales peligrosos que marcan su eterna desconfianza o peligro son la misma especie humana en una tragedia inquietante. A diferencia del relato de Kipling, Besson no hace que Doug busque su hogar o sentido de pertenencia, sino una especie de redención a través del dolor, la tristeza y el escapismo de una persona completamente rota.

Esto hace que podamos ver, paso a paso, la construcción moral de un ser que, desde niño, crece en un ambiente de violencia, donde la fe en sí mismo y los canes es más fuerte de espíritu que la de su propio padre y hermano, hasta convertirse en el paria, ese personaje despreciado por la sociedad que tiene la capacidad de imitar a Edith Piaf y no arrepentirse de nada, incluso de actos de robo al más puro estilo de El Clan de los Dóberman (Chudnow, 1973), buscando generar poco a poco una empatía ante este justiciero urbano involuntario. Cabe mencionar el reto que enfrentó Besson para tener que controlar hasta 70 perros en el set con 25 entrenadores diferentes para algunas secuencias.

Asimismo, el apartado musical corre a través del viejo amigo de Besson, Eric Serra (El quinto elemento, Azul profundo), quien logra captar esa esencia triste y violenta de Doug en su partitura, además de ser reforzado por una elección de pistas musicales destacadas que van desde la misma Edith Piaf, pasando por ZZ Top, Eurythmics y hasta Miles Davis, aderezan de buena forma un relato que, más que para los amantes de perros, resulta una cuestión más psicológica acerca del comportamiento humano y cómo, en ciertos casos, un perro puede ser el salvador de un alma perdida por la naturaleza violenta de nuestra propia especie.

Si bien puede ser tachada de derivativa o simplista, Dogman: Vida inquebrantable destaca por un gran papel protagónico por parte de Landry Jones en una fantasía de venganza trágica que abraza el absurdo de su historia para crear un personaje emotivo que raya en el concepto del anti héroe, mezclando la clásica acción a lo Besson con una deconstrucción psicológica de un individuo que no ladra, solo muerde cuando es necesario en un interesante regreso por parte del realizador francés.

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