No hay monstruo más popular en el folclor del horror que el vampiro. Desde sus primeras apariciones oficiales en la literatura como El Vampiro de John William Polidori; La familia del Vurdalak de Alekséi Konstantínovich Tolstói, hasta las más modernas representaciones de Stephen King en Salem’s Lot o los vampiros brillantes de Crepúsculo de Stephanie Meyer, siempre hay un pilar que funciona como el gran referente de los chupasangre: el conde Vlad Tepes, mejor conocido como Drácula, cuya leyenda fue inmortalizada por el autor irlandés Bram Stoker.
Captado en el séptimo arte por diferentes visiones que van desde la clásica mirada de F.W. Murnau, Nosferatu (1922), pasando por Bela Lugosi y los monstruos de la Universal, la seductora pero sangrienta versión de Christopher Lee en las producciones de Hammer Films, hasta la romántica oda de Francis Ford Coppola a la obra de Stoker, el conde colmilludo no siempre muestra su lado animal, aquel que busca solamente la sangre de otros para sobrevivir y mata sin temor a las represalias. Es ahí donde Drácula: Mar de sangre tiene uno de sus mayores méritos.
El noruego André Øvredal, que no es ajeno al terror (The autopsy of Jane Doe, Historias de miedo para contar en la oscuridad), llega con una libre adaptación de uno de los capítulos clave de la novela de Stoker, The Captain´s Log, para sumergirnos en el último viaje del navío Demeter, aquel que fue usado por el infame vampiro para viajar desde su natal Rumania hasta Londres, en el que el mar de sangre es desatado por el hambre de esta criatura y sus ganas de llegar a buen puerto para reclamar el alma de su amada, Mina, sin dejar testigo alguno.
El guion de Bragi F. Schut, Zak Olkewicz y Stefan Ruzowitzky toma algunas partes destacadas de esta bitácora para darle vida a un viaje en altamar que busca crear una atmósfera de suspenso alrededor del barco del Capitán Eliot (Liam Cunningham) y su segundo al mando, Wojchek (David Dastmalchian). La tripulación se encargará de llevar unos cuantos cajones de tierra a su destino sin saber la maldición que ellos ocultan. Ante los sucesos extraños de cada noche, el Doctor Clemens (Corey Hawkins) comienza a develar los secretos detrás de su misión.
Si bien la historia es prácticamente una calca de lo literario, hay algunos cambios en su desarrollo como la inclusión de dos personajes inexistentes en la novela para añadir una cuota que no afecta en la mayoría del relato salvo en su polémico desenlace que pondrá a maldecir a algunos puristas del relato, siendo éste uno de los puntos más flojos de la cinta. A pesar de ello, Øvredal demuestra su habilidad para crear atmósferas a base de efectos prácticos, actuaciones cumplidoras y algunos otros elementos en la producción que hacen que el viaje cumpla su cometido.
Entre esos factores está la fotografía de Roman Osin y Tom Stern, quienes capturan la angustia de la noche en el mar, donde no hay escape alguno para los tripulantes de la nave. Combinando los azules intensos con las sombras, la niebla y una aparente luz natural, sientan la base para que el lado bestial del vampiro se desate en esta ambientación gótica. Aunado a ello, la cinta cuenta con una gran partitura de época por parte de Bear McCreary, que le añade un factor terrorífico de tensión a la situación de las víctimas del Demeter.
Otra virtud es el desarrollo que el guion le da a Drácula, mostrándolo como pocas veces lo hemos visto: en su forma monstruosa. Si bien Netflix en su serie lanzada en el 2020 había mostrado un poco de este viaje, no se atrevía a mostrar al vampiro en su forma bestial, haciéndolo más cercano al Nosferatu de Murnau que al galante y seductor conde al que estamos habituados. Aquí, Javier Botet se mete en la piel del rey de los vampiros para darle esa forma amenazante que igual vuela, corre o desgarra, pero muestra un salvajismo adecuado para el triste destino de los viajantes del Demeter, logrando otra memorable interpretación que se suma a la Niña Medeiros de la saga REC o la Mamá de Andy Muschietti.
Pero la herida mortal de esta visión de Drácula radica en la predictibilidad del relato así como el ritmo del mismo. Durante la sangrienta aventura de dos horas, Øvredal batalla para clavar bien el colmillo en la audiencia, ofreciendo una navegación irregular entre los mares del suspenso que a veces cae en el tedio. De igual manera, para los ávidos fanáticos de la novela, la historia no ofrecerá momentos claros de emoción o miedo intenso pero si algunas secuencias bastante interesantes con todo y el destino final que sabemos la tripulación encarará.
Con unos efectos prácticos que nos recuerdan la importancia de los mismos sobre el extremo uso del CGI, Drácula: Mar de sangre es un viaje con una marea brava que ofrece momentos irregulares y un desenlace que no clava sus colmillos como debería. Sin embargo, le basta para alimentar a los fans de los vampiros de un capítulo que muchos ignoran o desconocen, mostrando que a veces, el peligro con estos seres puede ser más brutal de lo que esperamos.
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