Escenario

‘Eami’: Una experiencia sensorial sobre la resistencia del pueblo ayoreo

CORTE Y QUEDA. A través de los clásicos planos extendidos que Paz Encina utiliza en su cine, evita los datos duros o la recreación de los actos cometidos contra ellos para enfocarse en el viaje de la niña y su misión, que es el invitarnos a abrir los ojos>

Indígena brasileño con pintura facial
Fotograma del filme. Fotograma del filme. (Cortesía)

El cine latinoamericano ha abordado los fantasmas de su pasado, especialmente dando voz a situaciones como el colonialismo, la pelea por las tierras e incluso los regímenes dictatoriales a los que se han enfrentado en diversos países. Sin embargo, la cineasta oriunda de Asunción, Paz Encina regresa de manera impresionante con un relato acerca del pueblo ayoreo en Eami, mismo que busca plasmar a través de una experiencia cinematográfica la cosmovisión de una cultura que, lamentablemente, ha padecido de la expulsión sistemática y de forma violenta de sus tierras.

La realizadora no es ajena a tocar estos temas de suma importancia social en su filmografía. Desde aquella ficción donde resonaban de manera indirecta las consecuencias de la Guerra del Chaco en Hamaca Paraguaya (2006) a través de la vida de dos ancianos en víspera de mejores tiempos en 1935, hasta Ejercicios de Memoria (2016) en la que, a través del documental narra la historia de Agustin Goiburú, opositor de la dictadura de Alfredo Stroessner, mostrando una historia de 35 años sumergidos en ese contexto político a través de los recuerdos de los tres hijos de este querido personaje.

Esa vena continúa en la paraguaya, llevándolo a un plano que coquetea con ambas formas narrativas, creando una atmósfera perfecta para meternos desde su primera toma a lo que será un cúmulo de testimonios en audio que se complementan con el poder visual de la tierra natal de Eami, invadida por los colonos de formas violentas. De alguna forma, la película se convierte en esa última memoria de la niña, quien se está despidiendo de su bosque, de las colinas, de esa tierra que es (o era) suya. Es así que la cinta toma una forma particular, como una especie de testimonio antropológico que sirve como recordatorio de la constante amenaza que el progreso de los cañone (blancos en ayoreo) ocasiona, amenazando el legado cultural y patrimonial de los primeros habitantes, aquellos que formaron la base de una sociedad hace mucho tiempo.

Si bien ese tema social existe en Eami, es la cuestión visual y sonora la que destaca aún más en esta producción. Usando el recurso de las leyendas y creencias del pueblo nativo, la cámara sirve meramente como un pretexto para mostrar esos recovecos de la naturaleza muchas veces violentada. Es aquí donde el sonido juega una parte vital de esta experiencia, pues a través de los testimonios y las reflexiones obtenemos el panorama crítico social, pero es con el aire, el fuego, e incluso los sonidos de una batalla que nunca vemos, pero seguimos en nuestra mente mientras somos testigos del paso del tiempo y vamos formando parte, como espectadores, de la visión mágica, casi fantasmagórica, de los ayoreos.

Esa es la mayor virtud de Encina, pues a través de solamente esos factores, se nos revela la cosmogonía alrededor de ese pueblo y sus tierras, esto mientras en la actualidad quedan unos cuantos resistentes que no han adaptado las costumbres de los cañone sino que prefiere estar en un auto exilio, quedándose en las pocas tierras que les han dejado y en las cuales viven solos, defendiendo sus raíces ancestrales. Asimismo, la cinta está hablada en la lengua de los ayoreos además de unas cuantas frases en guaraní, atreviéndose a mostrar su visión de nuestro mundo de manera respetuosa, recordándonos la importancia de la historia de los pueblos originarios para todas las comunidades existentes, pues son la raíz de lo que somos.

El título del filme juega con un par de simbolismos interesantes. Eami significa bosque, pero a su vez mundo, una dualidad que Encina capta de maravilla a través de su lente sin necesidad de un guion realmente estructurado. Al inicio, muy al estilo del comienzo de Pájaros de verano (2018), la voz de esta niña relata el origen de su pueblo de una manera poética que va caminando hacia la invasión de los blancos, de la industrialización y las máquinas que acabaron con su armonía, desarmando el equilibrio natural de su universo. Ese dolor y tristeza se reflejan en un relato de desarraigo a través de una fotografía de gran fuerza, así como de algunos montajes creados en la post producción que van alimentando un relato lleno de mitología y espíritus desconocidos al hombre blanco.

Ciertamente, este largometraje de Paz Encina es una experiencia sensorial que lleva a la audiencia a sumergirse al mundo del pueblo ayoreo-totobiegosode, tratando de ofrecer un pequeño vistazo a todo lo que hay detrás de su bella cultura, de su resistente lucha por existir y la necesidad de escapar de un genocidio cultural en medio de un mundo que se está cayendo a pedazos.

La magia de Eami radica en un aspecto fundamental. A través de los clásicos planos extendidos que Paz Encina utiliza en su cine, evita los datos duros o la recreación de los actos cometidos contra ellos para enfocarse en el viaje de la niña y su misión, que es el invitarnos a abrir los ojos y observar ese universo en extinción a su lado, en ser acompañantes de esta cosmovisión hermosa captada en imágenes como un acto de sobrevivencia de la memoria a través de un filme abstracto que toca las fibras más sensibles de quien se atreve a vivir este viaje en el bosque con ella.

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