Escenario

‘Elvis’. La rebeldía reducida a mero espectáculo

CORTE Y QUEDA. El filme no aporta mucho valor más allá del que se desprende de la nostalgia. Un filme hiperquinético y deslumbrante, pero vacuo y artificioso

Elvis Presley cantando en el escenario
Elvis tuvo su premier mundial el 25 de mayo del 2022 en el Festival de Cannes. Elvis tuvo su premier mundial el 25 de mayo del 2022 en el Festival de Cannes. (CORTESIA WARNER BROS.)

Un año después de haber sido estrenado su filme El gran Gatsby (2013), al director australiano Baz Luhrmann le ofrecen nada menos que hacer un biopic sobre Elvis Presley. Pero no sería hasta 2019 que el proyecto comenzaría a cobrar forma, aunque también sufriría retrasos, principalmente a causa de inconvenientes derivados por la pandemia de COVID-19. Finalmente, el rodaje fue concluido en 2021, y Elvis tuvo su premier mundial el 25 de mayo del 2022 en el Festival de Cannes.

En la película, la narración principal corre a cargo del Coronel Tom Parker (interpretado por Tom Hanks), una figura controversial, a la cual muchos biógrafos del artista y expertos en la historia de la música, señalan como el principal responsable de la debacle que la carrera de Presley sufriría. Y Luhrmann no tiene empacho en retomarlo y plasmarlo de ese modo, representándolo aquí como un ludópata empedernido quien, enfermo y en sus últimos momentos de vida, comienza a evocar (y relatarle al espectador) sus experiencias y vivencias al lado de una de las máximas estrellas musicales de todos los tiempos (interpretado aquí por el novel actor Austin Butler).

De la mano del Coronel Parker (y complementado con diversas secuencias que aluden a la infancia y los años formativos del cantante) se efectúa un tour por la historia del que fuese denominado el Rey del Rock & Roll, donde entre otras cosas, se puede ver la primer tragedia que padeció cuando su hermano gemelo Jesse muere al nacer, dejando una profunda marca en él y en su familia; una experiencia iniciática experimentada en su infancia la cual (al más puro estilo de lo que pasaba con el Jim Morrison en la película The Doors (1991) de Oliver Stone) definiría el curso de su carrera y su vida; sus inicios como telonero del cantante Hank Snow a mediados de los cincuenta, donde es descubierto por el Coronel Parker quien, al percatarse de su potencial, lo convence de que lo nombre su representante y lo hace firmar el primero de muchos contratos leoninos, con los cuales el empresario siempre sacaría ventaja de él.

Y de ahí, el filme continúa- por espacio de dos horas y media- dando cuenta del meteórico despegue de su carrera que pronto lo llevaría a erigirse en un ídolo para los jóvenes, el cual también sería mal visto por diversos sectores de la sociedad, escandalizados por un lado de sus sensuales bailes y contoneos que el intérprete efectuaba en el escenario, y por otro prejuiciados por su ecléctica música, resultado de mezclar elementos country con ritmos provenientes del rhythm and blues y el góspel, estilos creados por los afroamericanos los cuales, en esos tiempos de segregación y discriminación racial, no eran muy apreciados por la gente de raza blanca.

La cinta va tocando casi todos los momentos clave en la carrera de Presley, tanto los más gloriosos como los más polémicos y más tristes, hasta –como era de esperarse- llegar al inicio del declive de su carrera (y de su salud física y mental) propiciados por demandantes shows en Las Vegas, por el consumo de diversas pastillas y drogas, por sus miedos y fobias, y por las maquinaciones y manipulaciones del Coronel Parker.

De forma paralela, por la pantalla –a la par de diversos números musicales- se van insertando otros sucesos políticos, sociales y culturales contemporáneos al artista, colocados de forma transversal y estratégica para brindar más contexto a la trama: la presencia de otros artistas como Little Richard, Chuck Berry o B.B. King, los asesinatos políticos de Martin Luther King o Robert Kennedy, el fatídico concierto de Altamont y el asesinato de Sharon Tate por parte de miembros del clan de Charles Manson, entre otros.

El director de filmes como Romeo + Julieta (1996) y Moulin Rouge (2001) no duda en echar toda la carne al asador, empleando aquí su estética extraída del videoclip y recursos como veloces transiciones, pantalla dividida, fotografía caleidoscópica o en blanco y negro, collage y otros similares; para crear un deslumbrante y glamoroso espectáculo visual en torno de quien se convertiría no solo en una celebridad, sino en un símbolo de toda una generación, en una presencia influyente para las generaciones sucesivas, y en un inconfundible ícono de la cultura pop.

Sin embargo, como también pasa frecuentemente con el cine de Baz Luhrmann, la forma se impone sobre el fondo, y tras unos primeros minutos atrayentes, fantásticos y divertidos, el filme poco a poco comienza a desinflarse, dejando paso a un drama chantajista y maniqueo al cual, dicho sea de paso, el realizador siempre ha sido proclive.

Esto ocurre porque el relato de Luhrmann se esmera en mostrar a Elvis como un artista que adoraba ser el centro de atención, que amaba a su público, pero sobre todo, como un ser humano ávido de ser y expresarse libremente. En contraste, el Coronel Parker es retratado aquí como alguien vil y torvo quien, consciente de lo que Elvis sentía, hizo todo lo posible por restringirlo y evitar que se le fuese de las manos –alegando que lo hacía por su propio bien-, a través de todo tipo de estratagemas que minarían sus ímpetus, y terminaría limitándose a hacer shows nocturnos para entretener a acaudalados apostadores en Las Vegas. Es decir, reducir la rebeldía a un mero objeto de consumo, sin mucho valor más allá del que se desprende de la nostalgia.

Tal afán de sostener ese discurso hace que el realizador incurra tanto en grandes omisiones y concesiones en relación con los hechos reales, como en un trazo grueso y unidimensional de los personajes, donde todo está dictado en términos absolutos. Los buenos son infinitamente buenos, casi mártires. Y los villanos históricos son malévolos hasta la médula. No hay matices, no hay contrastes y desde luego, hay muy poca profundidad en lo que cuenta. Todo para reforzar la imagen del artista inocente, ingenuo y puro de corazón, quien termina encerrado en una jaula de oro, victimizado y atormentado a causa principalmente, de un inescrupuloso empresario quien le corta las alas.

Elvis aporta poca novedad en lo referente al artista en cuestión, en relación a lo que sobre de él ya se ha dicho antes, y de algún modo termina por convertirse en justo lo que critica: un mero espectáculo audiovisual efectivo y entretenido, en el cual su personaje es reducido a mera atracción glamorosa y circense. Un filme hiperquinético y deslumbrante, pero algo vacuo y artificioso.

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