Continuamos donde nos quedamos ayer con este texto dedicado a uno de los directores, que para mí es, pilar de la industria cinematográfica mexicana cuya obra ha trascendido no solo el tiempo sino las fronteras mismas del cine a nivel mundial a 38 años de su partida.
La capacidad creativa de ‘El Indio’ y su equipo más cercano de actores, guionistas y su fotógrafo de cabecera dio muchos de los títulos imprescindibles del cine mexicano de todos los tiempos.
Películas como La Perla (1945), Maclovia (1948), Pueblerina (1948), Salón México (1948), La malquerida (1949) y Víctimas del pecado (1950) no son sino ejemplos de un México que desde siempre imaginó ‘El Indio’ Fernández; un México muchas veces despreciado por la crítica y el intelectualismo de la época que veía en las imágenes de Figueroa una plasticidad grandilocuente que se alejaba por mucho de lo que la realidad era.
Pero a todo esto, ‘El Indio’ marcó el alto con una frase contundente y nada modesta: “Ni los mexicanos sabían que así era México, hasta que yo se los mostré en películas”.
Pero la carrera de ‘El Indio’ también lo llevó a crear películas de calidad menor; en efecto, comenzó una etapa en la que sus filmes parecían estar hechos sólo para dar continuidad al trabajo y no para buscar el estilo de temas que otrora lo habían encumbrado.
Salvo excepciones – Cuando levanta la niebla (1952) y La rebelión de los colgados (1954) – el cine de ‘El Indio’ iba en notorio descenso, mismo que se reflejó en una falta de trabajo que lo mantuvo dentro de las murallas de La Fortaleza de Coyoacán, rodeado de sus jardines, animales y, sobre todo, del ejército de mujeres que, como un gran tlatoani, había que respetar, servir, adorar y, ¿por qué no?, darse a los placeres carnales cuando éste los solicitaba.
En medio de esa racha de falta de trabajo, llegó la oportunidad de participar como actor en La Cucaracha (1958), una película que se pensaba imposible de realizar porque reunía en pantalla a Dolores del Río con María Félix.
Y, por si fuera poco, ‘El Indio’ tendría como coprotagonista a su hermano Pedro Armendáriz; todos bajo la dirección de Ismael Rodríguez, la lente de Gabriel Figueroa y el doblaje de su voz por Narciso Busquets.
A la película le fue muy bien y permitió a ‘El Indio’ saldar las deudas que tenía para poder mantener La Fortaleza como en sus mejores tiempos, ya que en innumerables ocasiones en el pasado, su casa había tenido que ser ampliada para dar cabida a todas las visitas que recibía para fiestas y convites, o simplemente para entrar en ese mundo en el que ‘El Indio’ se reinventaba para seguir creando y convertirse así en una especie de faro para todos aquellos que buscaban engrandecer el orgullo por México.
De hecho, fue tal el ímpetu de crear un mundo para sí mismo, que la casa crecía al capricho de su dueño, como en la época en que se enamoró de la actriz Olivia de Havilland y le pidió a Miguel Alemán Valdés, entonces presidente de México, que autorizara la prolongación de la calle Dulce Olivia, en Coyoacán, hasta la Fortaleza sólo para que el balcón de su recámara diera a ella, pues el nombre de la calle le estremecía al evocar el recuerdo de la joven estrella.
Más adelante, ‘El Indio’ compró el terreno adjunto, con lo que La Fortaleza simplemente creció y su amor por la Havilland disminuyó, dejando a la calle Dulce Olivia tal como la conocemos ahora.
La década de los sesenta no fue muy benevolente con ‘El Indio’: había terminado la única relación estable que tuvo con una mujer: Columba Domínguez.
Además, su hermano del alma, Pedro Armendáriz, se había quitado la vida. Uruchurtu, quien en ese momento era regente de la Ciudad de México, quiso comprarle la casa de Coyoacán, pero como ‘El Indio’ se negó, el regente inventó cualquier pretexto para ampliar la calle Dulce Olivia y partió en dos La Fortaleza; y para rematar, los homenajes comenzaban a tocar su puerta, más no el trabajo.
La década de los setenta comenzó con La Choca (1973), una película que regresó a ‘El Indio’ al gusto popular y que en 1975 le hizo ganar seis Arieles incluidos el de Mejor Película y Mejor Director.
Con nuevos bríos, ‘El Indio’ filmó lo que sería su última película, Erótica (1978), que no fue sino una nueva versión de La Red (1953), pero salió contraproducente haber realizado esta nueva y en versión a color; la gente no la recibió bien y muchos colegas del medio cinematográfico nacional se apartaron de él.
Los puristas lo etiquetaron de “decadente”, “caduco” y perteneciente a un México que, por idealizado, jamás fue real. El último canto del gallo fue un proyecto que jamás se realizó: Toña Machetes, en 1982.
Mientras estaba preso en Torreón por haber causado accidentalmente la muerte de un extra durante una filmación, ‘El Indio’ adaptó por encargo la novela de Margarita López Portillo porque la protagonista iba a ser María Félix; al salir de la cárcel, se habló incluso de que él la dirigiría, pero el proyecto pronto se cayó por circunstancias que involucraron no sólo a ‘El Indio’ sino a la misma María, y desde luego, a Margarita López Portillo.
En la primera mitad de los ochenta, La Fortaleza de Coyoacán resultaba ser un sitio casi imperceptible en las calles del barrio por permanecer oculto de la vida común de la gigantesca Ciudad de México; un lugar en el que permanecía encerrado el que fue el más apasionado promotor del respeto y admiración a México allende sus fronteras.
Logró lo que muchos otros directores contemporáneos a él no pudieron: tener una estética personal y reconocible donde se proyectaran sus películas. Dueño de una mística que se forjó a través de los años y que en nuestros tiempos se ha transformado en una leyenda, Emilio ‘El Indio’ Fernández echó raíces en el colectivo popular como un ejemplo de lo que debía ser el ambiente rural dignificado por su propia gente.
Así, el 6 de agosto de 1986, rodeado de sus mujeres, sus recuerdos y sus historias por contar, Emilio ‘El Indio’ Fernández murió víctima de un infarto en su recámara de La Fortaleza de Coyoacán.
Y no son pocos los que dicen que ‘El Indio’ sigue allí, caminando por su paraíso en la tierra, su jardín, oliendo las magnolias que le recordaban a Dolores del Río, su amor eterno.
Apareciéndose en las noches de luna llena o cuando los cántaros se llenan de agua de lluvia, sonriendo de satisfacción cuando llega el olor de la hojarasca quemada, o dibujando su perfil en las gruesas paredes de La Fortaleza entre las que aún resuenan las palabras que marcaron su obra: “Yo, en lugar de corazón, tengo un águila devorando una serpiente”.
Fuentes Bibliográficas:
- El Indio Fernández: Vida y mito
Adela Fernández
Panorama Editorial
Cuarta edición en español 1988
- Pedro Armendariz: El mejor actor del mundo Vol. II
Gustavo García
Editorial Clío, Libros y Videos
Primera edición 1997
- Época de Oro del cine mexicano
Gustavo García/Rafael Aviña
Editorial Clío, Libros y Video
Primera edición 1997
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