Escenario

‘Eric’: Descenso al averno de la locura

CORTE Y QUEDA SERIES. El icónico Benedict Cumberbatch protagoniza la miniserie de Netflix escrita y producida por Abi Morgan

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Fotograma de la serie.

Fotograma de la serie.

Cortesía

“Todos piensan en cambiar el mundo, pero no en cambiar ellos mismos”, decía León Tolstoi en una reflexión que resuena en la nueva miniserie escrita y producida por Abi Morgan, Eric, de Netflix, donde Benedict Cumberbatch interpreta a un titiritero que enfrenta la súbita desaparición de su hijo de una forma inusual: dando rienda suelta al monstruo creado por su desaparecida cría en medio de un Nueva York de mediados de los 80, una urbe en busca de un cambio drástico en medio de una época de cambios bruscos.

Vincent (Cumberbatch) es el nombre del aparente protagonista del relato, una de las piezas creativas clave del programa infantil Good Day Sunshine. A pesar del adorable show del que forma parte, el tipo tiene una personalidad atroz, siendo siempre cruel y, si, monstruoso, con sus compañeros de trabajo. Ni siquiera es tan bueno con su hijo, Edgar (Ivan Morris Howe). La vida con su esposa Cassie (Gaby Hoffman) es igual de dolorosa, pues constantemente pelean y tienen severos desacuerdos. Este es el ambiente en que el niño de nueve años existe hasta su súbita desaparición.

Es ahí que Vincent tiene que encarar la realidad de la situación, tratando desesperadamente de encontrar a su hijo, recurriendo a darle vida al títere que Edgar creó para el show de su padre, una criatura azul, gruñona y bastante agresiva de nombre Eric, quien acompañará en la búsqueda al titiritero mientras lo hace enfrentar sus miedos, esperanzas y culpas, mostrando su inestable salud mental que se cierne como una bestia amenazante no sólo para su trabajo y relación, sino con su vida misma.

Pero Eric es mucho más que eso. Durante sus seis episodios va mostrando no sólo este relato principal, sino que teje alrededor un universo extenso que ahonda en ambiciosas dimensiones lo que Kore-eda exploró en Monstruo (2023): las diferentes iteraciones de lo que un monstruo puede ser. Y es que, a la par de este drama intenso, tenemos la historia del Detective Michael Ledroit (McKinley Belcher III), encargado del caso de Edgar, que tiene que lidiar con la discriminación y la homofobia desatada en plena pandemia del SIDA en los 80. 

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Ledroit se convierte en el testigo de una ciudad visiblemente decadente, metiéndonos en lo más retorcido de los prejuicios vigentes en ese entonces por la lucha de los homosexuales a no ser vistos como bestias depravadas, especialmente en su círculo, la policía, donde la doble moral circunda fuertemente.

Y así, ambos relatos a su vez muestran otras criaturas monstruosas que se ciernen en los recovecos y sombras, como la drogadicción y el abandono de la salud pública por parte de los aparatos de gobierno, la marcada gentrificación de clases, así como la corrupción y la pedofilia, todo en un crisol tan amplio que es duro de digerir.

La interpretación de Cumberbatch como el desagradable Vincent es magnífica. El británico toma el excesivo lado narcisista de su personaje para poco a poco deconstruirlo, mostrando su inestabilidad mental, la complicada relación con sus padres y la repetición de esos patrones con su propio hijo.

Ni qué decir de las interacciones con la criatura azul que siempre lo acompaña, Eric, a quien da voz el mismo histrión. Esa dualidad permite a Benedict explorar diferentes matices de su propia monstruosidad, aquella que le aqueja y a la que no ha podido enfrentar de forma sana.

El alcoholismo extremo y las drogas son, también, una presencia interesante en el relato, cerniéndose también como otro monstruo que buscaba ser erradicado en ese entonces. Pero el dolor y locura de Vincent se contrapone con la extrema sensibilidad e impotencia de la madre, Cassie, interpretada por Hoffman.

Ella comparte la frustración, pero enfrenta el miedo de la desaparición y la bestial amenaza de una ciudad decadente de diferente forma, mediante la empatía y la plática con otra madre que también batalla por encontrar a su hijo perdido pero que, debido a una cuestión aparentemente racial, se deja olvidado.

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Los personajes de este relato están completamente fracturados, como el gran monstruo protagonista de la serie. No, no es Eric, sino la voraz Nueva York de los ochenta, misma que se convierte como un gran manto oscuro que envuelve a todos, especialmente a los más desprotegidos y minorías como la comunidad gay que vive con el azote de la trágica alza del SIDA y el VIH además de la homofobia latente, el racismo y clasismo que orilla a la gente sin hogar al vicio, convirtiéndose en esa infame criatura que encierra estos relatos.

La fotografía de la serie resulta brillante, mostrando de repente los momentos coloridos, pero atreviéndose mucho más a retratar aquellos oficios y lugares más desolados como los basureros, los bares de mala muerte con una vida nocturna sospechosa, los pequeños barrios improvisados por los desamparados y drogadictos, incluso los túneles abandonados del metro y el sistema de drenaje que, cual ratas, sirve como su refugio ante la intolerancia de lo que cada personaje vive a su manera.

El soundtrack de Eric también es destacado. Desde voces como The Velvet Underground con su éxito “Heroin”, pasando por “Gloria” de Laura Branigan; “A forest” de The Cure y “I’m not in love” de 10cc, que le añaden esa sensación de la década en que los eventos se desarrollan, hasta temas de Billie Holiday o Nick Cave que añaden a la oscura atmósfera de esta serie que no duda en poner el dedo en la llaga sobre muchos temas que, curiosamente, siguen resonando hasta tiempos recientes.

He ahí que Eric encuentra en medio de un relato ficticio una conexión con la dura realidad no sólo de los Estados Unidos de esos tiempos, sino con el presente en que esos mismos monstruos siguen carcomiendo el alma de ciudades y personas enteras. La gentrificación, el clasismo, el racismo y la homofobia siguen vigentes y se ciernen como horribles sombras que siguen afectando el tejido social en un drama efectivo que captura esa atmósfera rancia, muy al estilo de la dualidad vista en el clásico de culto Cruising (Friedkin,1980).

Es así que la serie no sólo se gana el aplauso por ese descenso al averno de la locura que Vincent enfrenta, sino el infierno que lo rodea a él y a los demás en un relato donde las palabras de Tolstoi hacen eso ante la necesidad que tenemos de querer cambiar lo que nos pasa sin querer enfrentarnos a nosotros mismos, ni qué decir de aquello oscuro que reside en todos, esos monstruos que nadie quiere encontrar pero que nos acompañan paso a paso en un relato ambicioso, oscuro que exigirá mucha paciencia para el público pero le otorgará un final que vale la pena.