No hay historia romántica que exista que no tenga su propio dolor. La obra máxima del amor, Romeo y Julieta de William Shakespeare, tiene a sus dos enamorados eternos enfrentando la muerte juntos. Ni qué decir de la lapidaria frase que pacta una unión matrimonial ante el poder eclesiástico: hasta que la muerte nos separe.
Ese sentido trágico se percibe de otras formas en Every you every me de Michael Fetter Nathansky, realizador que vuelve al 23 Festival de Cine Alemán después de sorprender a propios y extraños el año pasado con el guión del propositivo filme, Los ordinarios (Linnenbaum, 2023).
La cinta se enfoca en Nadine (Aenne Schwarz), una madre soltera que abandona su hogar en Brandenburgo para aceptar un trabajo como obrera en la industria del carbón cerca de Colonia. Allí conoce a Paul (Carlo Ljubek), un compañero impulsivo que tiene una personalidad bastante multifacética.
Tan es así que ella lo ve de diferentes maneras, según su estado y humor, ya sea como un pequeño niño, una ancianita consumida, un adolescente impulsivo o incluso un enorme toro. A su lado, ella se siente cómoda gracias al lazo profundo que los une. Sin embargo, al paso de los años, esta percepción es diferente y mientras los dilemas de la vida real entre ellos crecen, parece que su amor se desvanece.
Fetter Nathansky plantea lo que, en apariencia, es un drama romántico sencillo pero lo alimenta de capas interesantes que van explotando el conflicto entre Nadine y Paul. Uno de ellos es el social, donde el cambio estructural enfrentado por la gentrificación y los cambios dentro de las políticas mineras impactan en este mundo gris que los rodea.
El cineasta alemán no tiene empacho en mostrar la falta de empatía o de unión, no con desesperanza pero con un crudo realismo donde este territorio de suma importancia para Europa va cambiando la perspectiva no sólo de la vida de ambos, sino de quienes los rodean.
A pesar de ello, la capacidad que tiene el realizador alemán de mezclar la realidad con tintes fantásticos, algo que ya habíamos visto previamente en sus trabajos anteriores, refuerza la mirada sobre esta relación hermosa pero dolorosa a la vez. Y es que la visión que ambos tienen de sí mismos rompe con el idilio amoroso previo.
Mientras Nadine ahora comienza a ver la verdadera esencia de Paul y su forma exterior, él también adquiere una nueva capa al ser un padre devoto lleno de complejas ansiedades para cuidar a su familia. Es este proceso de amor y desamor el verdadero corazón de un relato ingenioso.
Una de las cosas más indispensables de este relato es la química entre los amantes. En el caso de Carlo Ljubek y Aenne Schwarz, ejecutan muy bien ambas caras de una relación amorosa que se va desgastando hasta llegar a la cruda realidad de lo que queda.
Lo que empieza como un idilio soñado se va convirtiendo en un viaje complicado entre ambos donde lo fantástico pasa de ser la comprensión del otro en los ojos de Nadine, hasta la verdadera forma de inmadurez e inseguridad que atosiga a su marido, Paul, desde que lo conoce.
Entre ambos se siente no sólo el apasionado romance sino la terrible tensión que un amor de pareja siempre tiene. Aunque la percepción social de una relación es que todo es miel sobre hojuelas, la verdad es que nunca se sabe, más que en los involucrados en ella, de todos los problemas que se viven.
Aenne pasa de la comprensión y esa mirada fantástica de las facetas de su esposo hacia la verdadera identidad de él, simbolizando esa ilusión que uno tiene de vez en cuando al momento de enamorarse.
Lo genial del concepto de Fetter Nathansky es que rompe esas convenciones de la vida en rosa para mostrarlo como un animal, un niño, una señora madura y un adolescente, cada uno siendo una cara misma de aquel Paul que ama pero que le cuesta ver tal cual es.
Esa idealización poco común es parte clave de la química entre ambos. Si bien Aenne muestra ese paso de la compasión hacia el dolor, Carlo y su Paul adquieren una dimensión personal mucho más intensa al ir dejando de lado las caras con las que su esposa lo ve y abrazando todo lo que es en uno solo, ya sea su lado animal como el temeroso infantil o el inmaduro adolescente, enfrentando además el peor temor de todos: perder a su amada, más allá del trabajo o lo demás, eso es a lo que él se aferra, esa mirada siempre amorosa y compasiva que es capaz de calmar sus peores demonios.
Por ello, Every you every me trasciende entre las historias de amor que nos suelen llegar en cines, donde todo es idealizado, la comedia predomina o el drama nos lleva a una tragedia shakesperiana. Sin embargo, aquí la principal cuestión es la pregunta de qué pasaría si la persona a la que amas se convierte, súbitamente, en un extraño, en alguien a quien ya no puedes reconocer.
Esa visión metafórica de Michael Fetter Nathansky es el alegato principal para abrir los ojos ante la verdadera tragedia del amor, que es que nunca es lo que imaginamos y, más duro aún, si somos capaces de seguir abrazándolo a pesar de ello.
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