La naturaleza nos ha enseñado que a pesar del salvaje ciclo de supervivencia y evolución del que se encuentra rodeado, la apreciación de su belleza siempre será determinada por la perspectiva que sea impuesta en ella; ante esta imponderable – además de otros factores y razones – el ser humano ha usado el arte como un método infalible para, ocasionalmente, negar sus propias deficiencias sociales e internas, logrando crear un proceso único donde la mentira es una herramienta única para edulcorar verdades viciadas por nuestras violentas ideologías.
Lo anterior podría parecer algo ajeno al cine de Steven Spielberg, sin embargo, su filmografía se ha convertido en una guía para el uso de la mentira cinematográfica, con el propósito de diseccionar un caótico entorno aleatorio y maquillarlo con una estética audiovisual que nos brindará un periodo de fantasía fílmica – sin importar el género en el que se adentre – para olvidarnos de aquellas realidades intoxicadas por nuestros propios vacíos emocionales, sociales y culturales.
Es en este sitio donde una cinta como Los Fabelman (The Fabelmans, 2022) navega a partir de una historia personal de su director, escarbando en los cimientos de su pasado y mostrándonos que sin importar los alcances que tiene el cine para ocultar ciertas carencias intrapersonales e interpersonales, al final es el espectador el que decide hasta dónde impactará el arte en nuestras vidas.
Es el final de la década de los 50 e inicios de los 60 el escenario donde el joven Sammy Fabelman (Gabriel LaBelle) encontrará un respiro de su aparente “familia perfecta”. Influido por su excéntrica madre, artista (Michelle Williams), y su pragmático padre, ingeniero informático (Paul Dano), descubre un secreto familiar devastador y explora cómo el poder de las películas puede ayudarlo a contar historias y a forjar su propia identidad. El cine será el vehículo que el protagonista utilizará para observar las deficiencias de todas las personas que le rodean, entendiendo que la ficción cinematográfica es su único escape de una vida plagada de apariencias y frustraciones.
¿Qué tanto puede llegar a modificarse nuestra propia imagen a través de los ojos e ideas de nuestro contexto? Este es un ejercicio que Spielberg utiliza por medio de una historia semibiográfica, donde su desbordada pasión por el cine funge como un conducto para que su protagonista llegue a establecer cuestionamientos sobre su familia, amigos y el amor propio; al recurrir al modelo estadounidense de la familia nuclear perfecta que se construyó durante los años 60, el cineasta se permite evidenciar los parches que realizaba la magia del cine y televisión para ocultar flaquezas de esas figuras plastificadas con las que directamente existía una convivencia diaria, sin conocer realmente las sombras y matices a las que estas estaban encadenadas.
Por otro lado, tenemos una ambivalencia importante donde se juega con los alcances y límites tanto de la creatividad como del pragmatismo, hablando específicamente de los personajes de Michelle Williams y Paul Dano, que representan a dos padres equidistantes desde un plano ideológico, el cual mantendrán a Sammy en una constante disyuntiva sobre cuáles son los procesos correctos para desenvolverse en una familia que parece ser separada – gradualmente – por la propia necesidad del amor y el arte de sobresalir por cualquier medio.
¿Por qué las expresiones creativas y la practicidad no pueden llegar a congeniar? Este es uno de los cuestionamientos que el director realiza incluso con su propio lenguaje en la cinta, coloca su mirada fusionada con la de su personaje principal, creando paralelismos sobre resoluciones técnicas que su ficción plantea y que utiliza directamente en su propio proceso fílmico, generando distintas capas por las cuales puede transitar la audiencia.
En los últimos años se ha cuestionado al director de Tiburón (1975) de un supuesto declive en sus historias, donde no se puede llegar a percibir una comunión entre el cineasta con sus producciones, estableciendo una aparente zona de confort que la crítica ha planteado. Esto quizás no se encuentra tan distante de ser una realidad, pero no tiene porque convertirse en un punto en contra, ya que si ponemos la vista en los trabajos de realizadores contemporáneos a el propio Steven, todos han sido presas de su propia evolución personal y creativa, llegando a distintas necesidades que requieren plantear en la pantalla grande, quizás hablándole a un público más cercano a ellos y sin una presión de masificar su discurso, ya que este no requiere de una voz que retumbe por el mundo, siendo algo que ya sucedió en el pasado.
Este 26 de enero llegó a los cines de México la nueva producción de este multipremiado cineasta, una película que ha logrado un total de 7 nominaciones a los Premios Oscar y que buscará hacerse de la estatuilla y galardón más mediático de la industria. En la temporada de premios el filme ya conquistó los Globos de Oro a la Mejor Película de Drama y su triunfo viene precedido de haber ganado el Premio del Público del Festival Internacional de Cine de Toronto, el más prestigiado del evento fílmico canadiense.
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