En Una familia extraordinaria todo inicia cuando Bea Johnson (Kiernan Shipka) es ingresada en estado grave a la sala de urgencias de un hospital, y cae en coma. Mientras permanece inconsciente en el pabellón donde es internada, su aun confundida mente (manifestada por medio de una voz en off) intenta recordar los eventos que la llevaron hasta esa situación. De forma paralela Mary (Erika Alexander), una trabajadora social, comienza sus pesquisas entre la familia de la joven para develar lo ocurrido, y si alguno o algunos de ellos tuvo que ver en ello.
Al hacer este ejercicio de memoria, la protagonista comienza un viaje retrospectivo en el cual va revelando su pasado: sus padres Sharon (Samantha Hyde) y Derek (Dash Mihok), se enamoraron perdidamente y se casaron sin consentimiento de sus respectivas familias. Meses después la concibieron y al poco tiempo (y tras algunas diferencias con sus padres), ambos decidieron abandonar a sus familias, y arreglárselas ellos mismos, viviendo en una furgoneta, y eventualmente consiguen una casa propia.
Durante ese tiempo crían y cuidan solos a Bea, aunque en un par de ocasiones sus familiares cercanos trataron de intervenir en ello, al considerar que Sharon y Derek no serían lo suficientemente capaces para hacerse cargo de la menor, porque ambos padecen de discapacidad intelectual. Y sin embargo, la pareja consigue darle a su hija lo necesario, hacerle gozar de una infancia feliz, y ayudarle a llegar a la juventud sin ningún tipo de carencia.
Sin embargo, al llegar a esa edad y acercarse el momento de dar el salto a la universidad, la condición de sus padres comienza a pesar sobremanera en Bea, tanto porque algunos de sus compañeros se burlan de ello, como por el hecho de que los roles comienzan a invertirse, al ser ella quien comienza a procurar y proteger a sus padres a causa de su neurodivergencia. Lo cual comienza a consumir sus energías, y le hace percibirlo como algo que potencialmente puede incomodar o complicar su vida social y profesional, sumergiendola gradualmente en una encrucijada a la cual no le encuentra solución, y ello de alguna forma será el detonante de otras situaciones que terminarán por conducirle hasta esa sala de hospital.
Proyectada por primera vez en el Festival Internacional de Cine de Toronto en septiembre del año pasado, Una familia extraordinaria (Wildflower, Estados Unidos-Canadá, 2022) es el primer trabajo de ficción del cineasta Matt Smukler, basado en una historia cercana y personal (la de su sobrina), la cual primero fue presentada en forma de un documental homónimo realizado en 2020. Ahora Smukler, junto con la guionista Jana Savage, la aborda nuevamente, pero confeccionando con ella un particular coming-of-age en tono de comedia amable.
Mientras el espectador va conociendo a los distintos integrantes de la familia de la protagonista (y sus variadas opiniones de cómo deben ser y conducirse las cosas en la vida real), se hace patente la complejidad de la misma, pero también el amor filial existente entre ellos. Y de hecho, gradualmente se revela que la verdadera fortaleza y unión de esa familia radica precisamente en sus diferencias, aunque ellos no lo ven así, y parte de la película gira en torno al proceso por el cual deben de atravesar para llegar a la comprensión de ello.
Mención aparte merecen la relevancia de su novio Ethan (Charlie Plummer) y Nia, su mejor amiga (Kannon Omachi) dentro del relato; porque ambos funcionan como catalizadores de algunos de los cuestionamientos personales que conducirán a Bea a su crisis y posterior catarsis.
El argumento elaborado por Savage y Smukler es atravesado transversalmente por temas como la inclusión y los derechos de las personas neurodivergentes, la confianza y la solidaridad, el querer y el deber ser, el aceptar -y enorgullecerse- de las raíces familiares, y en general, trata sobre los continuos e imparables ciclos de la vida. Aunque no todos estos temas son desarrollados plenamente por el largometraje, e incluso algunos de ellos son sacrificados en pos de potenciar la trama central la cual gira en torno a la crisis personal y existencial de Bea.
Además de que por momentos, en ese afán de reducir a los personajes secundarios para darle más peso al estelar, se cae en algunos estereotipos. Pero todo ello logra ser subsanado tanto por el tono liviano y conmovedor de la narración -donde se tiene bien claro lo que se quiere contar-, como por las estupendas interpretaciones del también muy diverso cuadro de actores encabezados por Shipka.
En varias ocasiones, la cinta ha sido comparada con La familia Bélier (Lartigau, 2014) y con el remake estadounidense de esta última, CODA: Señales del corazón (Heder, 2021). Y con sobrada razón, ya que se centran en una protagonista femenina con un talento singular, la cual debe enfrentarse a decisiones nada fáciles que implican una inminente separación de su familia en pos de alcanzar un prometedor futuro. Y sobre todo, porque las tres se tratan de filmes divertidos y cándidos que en el fondo, resultan verdaderas odas a la familia y donde todos los conflictos se terminan por resolver de la mejor forma, como es de esperarse en cualquier feel-good movie.
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