Escenario

‘Frankenstein’: El individuo versus la intolerancia

CORTE Y QUEDA CLASSICS. La película clásica de James Whale de 1931 pudo verse en México el 27 de julio un año después. sin duda uno de los grandes filmes de la historia

Frankenstein
Fotograma de 'Frankenstein'. Fotograma de 'Frankenstein'. (ESPECIAL)

Un 27 de julio, pero de 1932, se estrenó en México (en el mítico cine Regis), una de las películas clave de la historia de la cinematografía mundial que ha transcendido generaciones no solo por ser de las pioneras del género de terror sino porque es, además, una de las más bellas a la par de crueles metáforas acerca de la intolerancia y discriminación del ser humano hacia lo que desconoce.

Me refiero a la impecable Frankenstein (1931) del igualmente impecable director James Whale.

Tomando como base no sólo la indispensable obra de la decimonónica Mary Shelley sino también la obra teatral escrita por Peggy Webling; el director toma la historia de horror y la transforma en una tenue pero inteligente denuncia hacia la intolerancia de las minorías no solo de raza o clase social sino también de preferencia sexual.

Y para ser sutil con el mensaje, Whale decide darle un giro extra a Frankenstein al presentar un prólogo en el que el actor Edward Van Sloan, rompiendo la “cuarta pared”, advierte al espectador acerca de lo aterradora que puede ser la experiencia para algunas personas susceptibles con estas palabras iniciales: “El Sr. Carl Laemmle considera que sería un poco cruel presentar esta película sin una simple advertencia amistosa”.

Una vez establecida la narrativa, el director da rienda suelta a toda la suculenta metáfora tomando como pretexto los textos de Shelley/Webling y alejándose de la primera versión muda de la criatura filmada en 1910 del mismo nombre que fue dirigida por J. Searle Dawley y producida por los Edison Studios en conjunto con Edison Manufacturing Company.

Por cierto; esta secuencia fue homenajeada en el Especial de Noche de Brujas de los Simpsons 1 y 2 en la que Marge, con diálogos muy parecidos a los de Van Sloan, advierte a los padres de familia acerca de estos dos primeros y maravillosos episodios.

Universal Pictures comenzó su relación con las historias de terror desde los inicios tanto del Siglo XX como de su formación como empresa cinematográfica al producir la primera película con la temática de los licántropos en el filme mudo The Werewolf de 1913.

Pero no sería sino hasta diez años después que se identificara a Universal Pictures como la Casa de los Monstruos; no solo por la incipiente variedad de criaturas que surgían de la oscuridad sino por las temáticas aterradoras (para la época) que no muchos otros se atrevían a contar.

Temas donde seres que solo vivían en el folklore y algunos cuentos y novelas que causaban pesadillas en los lectores, de pronto aparecían en la enorme pantalla para presentarse como algo que probablemente si podía existir envueltos en ambientes tenebrosos y situaciones sobrenaturales.

Y en las postrimerías de la década de los años 20 del siglo pasado, con el cine sonoro diciendo sus primeras palabras, llega Carl Laemmle Jr a afianzar el mote de la Casa de los Monstruos con dos obras trascendentales: Drácula (1931) de Todd Browning y la que celebramos hoy, Frankenstein de James Whale y volverse legendaria con la impecable producción que iría llegando a los cines de todo el mundo en las décadas posteriores.

James Whale supo manejar no solo la ya encaminada narrativa del incipiente cine sonoro de terror sino también las atmósferas - al igual que el otro genio de la dirección, Browning, con su Drácula - y dirigir a sus actores para que giraran alrededor del intenso pero elegante Boris Karloff quién se adentró en la personalidad de la criatura para darle al mismo tiempo la imagen aterradora de un muerto-vivo, pero también de un ser de inmensa inocencia y ganas de vivir en paz.

Y por el otro lado…

James Whale, abiertamente homosexual, estuvo siempre en contra de la doble moral de Hollywood y de la discriminación rampante de los estudios hacia las entonces minorías por lo que, haciendo a un lado su faceta briosa y combativa, decide ser sutil y elegante al darle a la criatura el aura del anti-héroe que nació sin él haberlo pedido con una condición muy particular; ser resucitado de entre los muertos y formado con partes de cadáveres ajenos a su cuerpo.

Por supuesto que la reacción de la sociedad, representada en el pequeño pueblo donde Henry, el hijo del Barón Frankenstein y “padre” de la criatura, tiene su castillo y laboratorio, es identificarlo de inmediato y sin ningún tipo de explicación como una abominación; un “monstruo” que debe ser rechazado y por lo mismo, agredido sin ningún motivo más allá de existir fuera de los cánones “normales” del entorno social.

Tanto Shelley como creadora del mito y Whale como el vehículo popular en el entonces joven arte de contar historias en movimiento, dieron voz e imagen a todos aquellos rechazados por sus iguales y que supieron mantenerse firmes en su estado natural para intentar hasta donde les era posible, transformar a la sociedad intolerante que, irónicamente, era el verdadero monstruo a la que había que tener siempre contenida y en paz.

Y lo mejor de todo es que Whale fue aún más osado en su denuncia contra la intolerancia con la continuación de esta historia llamada La novia de Frankenstein (1935).

Pero ese será tema para un texto a futuro. 

Cómo dije al principio, Frankenstein es una película que trasciende generaciones y que marcó el camino - junto con los pioneros del terror de Universal Pictures - para un nuevo género que transformaría la vida de los espectadores al llevarles a la pantalla sus más aterradoras pesadillas hechas una realidad visual.

Y a 92 años de su estreno en México, vuelvo a ver la película como si fuera la primera vez y sigo pensando lo mismo:

¡Grande James Whale y legendaria la criatura de FRANKENSTEIN!

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