Escenario

“Hay que atrevernos a cuestionar lo establecido como una desobediencia encausada”: Bruno Santamaría

ENTREVISTA. El cineasta mexicano sigue cosechando éxitos con su filme Cosas que no hacemos, el cual formó parte del ciclo Tonalidades que promueve el festival Ambulante

cine

Bruno Santamaría celebra el recibimiento de su filme desde la crítica hasta el público.

Bruno Santamaría celebra el recibimiento de su filme desde la crítica hasta el público.

ESPECIAL

Dayanara Cisneros es una chica trans que durante gran parte de su vida ha tenido que guardar silencio. Hasta ahora. Esta historia la vemos reflejada en el documental de Bruno Santamaría, Cosas que no hacemos, mismo que formó parte de este ciclo promovido por Ambulante llamado Tonalidades.

En Crónica Escenario pudimos charlar con el realizador mexicano, mismo que ha recibido aplausos en su paso por diversos festivales gracias al relato que presenta a través de su lente. “Lo primero que ocurrió fue la voluntad de vivir un proceso que me ayudara a romper con ciertas disciplinas personales. Empezamos leyendo e investigando acerca de represiones y el tema de la identidad sexual. Ahí, apareció un común denominador que es el título de la cinta, Cosas que no hacemos, pensando en que al terminar de hacer este proyecto ya haya podido realizar las mismas”, comenzó diciendo Santamaría.

La historia del documental se fue gestando y cambiando conforme la experiencia de Bruno dentro de un pequeño poblado de Sinaloa donde se encontró con una particular anécdota que lo cautivó y, sin saberlo, lo llevó a conocer a su protagonista.

“Estábamos con un niño en una lancha que nos platicó la anécdota de este Santa que vuela sobre las islas y pueblitos aventando dulces a todos los niños con paracaídas color arcoíris. La imagen me fascinó pero no sabía si era cierto. Entonces me quedé hasta Navidad dando clases de video en la comunidad de El Roblito, enseñándoles a varias personas cómo grabar con celular y hacer videos por muchos meses, relacionándonos con todos los que vivían ahí”, expresó el cineasta.

“Entonces sucedió lo que esperaba y sentí esa conexión con el lugar, algo mágico que me provocó una fascinación por querer estar ahí. Eso causó un vínculo mucho más sólido de mi parte y ahí nacieron muchas historias, en especial la de alguien que nos acompañaba mucho que se convirtió en una persona muy amiga al grado de compartir risas, llantos, miedos, sueños, silencios y secretos. Entre ellos había algo que tenía que ver con la identidad sexual. Es ahí que Dayanara, la protagonista, me confesó por primera vez la intención de vestirse como mujer. A partir de ahí, después de tres años y medio de estar en este poblado, la cinta toma rumbo y adquiere su corazón”, afirmó. 

Dayanara Cisneros, protagonista del filme.

Dayanara Cisneros, protagonista del filme.

CORTESIA

El documental tiene un comienzo casi surreal, un acto que involucra el vuelo de una especie de Santa dejando regalos a los niños desde el aire, lo cual a Santamaría le parecía fantástico. “Era una invitación para la audiencia, llegar volando con este Santa y de repente caer en este lugar donde los niños juegan, corren y crecen. Ese es otro aspecto interesante porque en El Roblito la niñez tiene un espacio fabuloso para desarrollarse porque crecen rodeados de la naturaleza y tiene contacto con ella. El asunto es que se acaba muy pronto porque tienen que ir a trabajar y de alguna manera, la película comienza de ese modo, introduciéndonos en ese mundo que poco a poco nos guía hasta Dayanara, que nos cautivó desde que la vimos hasta que terminamos de editar la cinta”, declaró el director.

Si bien la historia de esta joven trans que busca dar ese paso hacia su verdadera identidad, también hay otros factores interesantes, como el de la inocencia y la violencia que existe de repente en El Roblito. “Era importante comentar que ellos están acostumbrados, como quizá todos los que vivimos en Latinoamérica, a escuchar que algún día puede haber balazos afuera de sus casas o incluso algún muerto. Es algo que se vive en todos lugares y que nosotros estuvimos presentes por una cuestión accidentada en ese proceso, lo pudimos filmar y hacer parte de la cinta”, dijo.

“Esto nos habla de una realidad que no solo se vive en esta localidad, sino en todo nuestro país y cómo es que la mirada de estos infantes ve este charco de sangre con miedo pero curiosidad y juego a la vez, con su mirada inocente acerca de lo que estaba ahí, dando la impresión de asombro. Si bien se cree que existe esa normalización de la violencia, en este caso me parecía distinto, porque es ver algo que has escuchado, que sabes existe y que de repente se vuelve en una imagen más de muchas que hemos visto en México”, aseveró Santamaría.

Pero es una escena en particular la que resulta determinante: la confesión de Dayanara ante sus padres, un momento dolorosamente íntimo y poderoso que marca al espectador. “Ese momento es el corazón del documental. Fue algo que ocurrió por miles de conversaciones que tuvimos, entre ellas me comentó que quería hacer esto con sus padres. Le pedí permiso para poder filmarlo, pero entrar a esa cocina fue intenso porque estábamos con la expectativa de si sucedería o no”, mencionó.

“Siempre cenábamos en su casa, con las cámaras en mano y de repente, esta noche dijo ‘quizá se los cuente hoy’, se levantó y nos pusimos muy tensos. No sabía cómo se lo tomarían sus padres. Sin embargo, hay una anécdota que creo ayudó a que todo fluyera, sobre todo por el lado de la madre. Días antes, ella me empezó a cuestionar a mí sobre mi identidad sexual, quien era yo y mis intenciones”, continuó. 

El cineasta habló de la manera en que está impregnada la violencia en la sociedad.

El cineasta habló de la manera en que está impregnada la violencia en la sociedad.

ESPECIAL

“Conversando con ella, preguntó qué me habían dicho mis padres acerca de mi orientación sexual y le dije que no les había contado por miedo. Ella sabiamente contestó que nada era peor que los secretos y que si no les tenía confianza los iba a destruir. Esa charla la escuchó Dayanara y días después se dio la confesión, no quería callar más. Creo que eso causó que entendiera su mamá lo importante que era grabar este momento, vivirlo y verlo en la película”, confesó Bruno.

El final del filme resulta también en un punto de reflexión interesante, pues a partir de ese momento, todo cambia, demostrando que a veces ese primer paso solo conlleva a más enfrentamientos con la realidad de un sistema que no ve bien los dilemas de la identidad y el género: “Sentimos que marca lo que es el principio de su transformación, su decisión y cómo ello ya le trae consecuencias”, comentó.

“Evidentemente es un acto valiente y fuerte lo que Dayanara hizo. Ver lo que pasa al día siguiente, la constante pregunta de si habrá hecho bien o mal mientras sale a la calle vestida de mujer y escucha lo que le están diciendo muestra que la decisión de hablarlo solo es un paso que siempre trae más actos derivados de ello. Era importante para nosotros mostrar esos gritos, esas reacciones desafortunadas como que le griten ‘puto’, esa actitudes de alguna manera violentas que son las que debemos de cambiar”, explicó el realizador y fotógrafo.

De alguna manera, este relato fue algo que tocó a Bruno de una manera muy personal. “Conocer a Dayanara en el transcurso de la realización y decidir que fuera el eje central de mi narrativa me obligó a reflexionar sobre los procesos que yo también estaba viviendo en torno a mis padres, a crecer en el silencio que se transforma en soledad pues no puedes compartir de quien estás enamorado a tus amigos o familia misma”, dijo.

“Evidentemente, ese es el estado natural de todos los que nacen y no encajan en los sistemas heteronormados. Ella entonces, para mí, fue una especie de revelación, de eje, alguien que me dejó una enseñanza brutal para atreverme y abrirme finalmente. Aunque la cinta habla de las cuestiones de género, si nos hace preguntar qué es lo que no hemos hecho en nuestra vida, lo que aplica a cuestiones de cualquier tipo. Nuestra protagonista puso un ejemplo de cómo enfrentarlo”, aseveró emotivamente.

Imagen de Bruno Santamaría junto a Dayanara y algunos niños del pueblo.

Imagen de Bruno Santamaría junto a Dayanara y algunos niños del pueblo.

CORTESIA

El documental ya ha tenido una gran corrida en festivales, pero el momento más especial fue el proyectarla frente al pueblo de El Roblito, resultando en algo muy bello y memorable para el director. “Dayanara organizó junto con sus hermanos un baile para presentarla y la proyectamos en una pantalla gigante de Ecocinema y Pimienta Films, que nos ayudaron con ello”, contó.

“Fue en el centro del pueblo, en la cancha que se ve en el filme. Llegaron cerca de 200 personas de diferentes comunidades porque se corrió la voz. Había mucha expectativa por verla y la proyección comenzó con un baile montado por ella, con la canción que baila en el documental mientras la gente en sus caballos, montados, con aspecto rudo, miraban con admiración y respeto este espectáculo. Hubo risas que no sabíamos si venían de la película o de los niños presentes, mostrando una identificación con lo que pasaba en la pantalla”, recordó.

Incluso se dio un encuentro bastante curioso ese día del cual nos habló Santamaría. “Con el padre de Dayanara nunca tuve una comunicación sólida. Me intimidaba su masculinidad fuerte, silenciosa. Al final de la cinta, él estaba riendo, contento y me acerqué a preguntarle algo que no me había atrevido a formularle hasta ese punto. Sentía que cuando le decía a ella que si era su sueño, que lo realizara, sus ojos decían otra cosa. Y él confesó entre risas que lo dijo porque estaba la cámara ahí pues no era un tonto. Que me pudiera decir eso después del largo proceso de sensibilización de ella con ellos significó una solidificación de todo ese proceso y un primer paso a la apertura dentro de su comunidad”, destacó.

Concluyendo la charla, Santamaría respondió a la interrogante de cuál sería una de las cosas que no ha hecho y que le gustaría que hiciera el público que la ve. “Siento que cada quien debe encontrar la respuesta a esa interrogante por su cuenta al ver la cinta. Las cosas que no hacemos son varias y no tenemos que ponerles un nombre porque limita la posibilidad de aprender o reflexionar. En lo personal, me gustaría atreverme, romper más con la normalidad de las cosas enseñadas. Hay que atrevernos a cuestionar lo establecido, como una especie de desobediencia encausada y positiva. Esa enseñanza es la que me deja a mí esta película pero cada quien deberá hacerse esa pregunta”, cerró.

Bruno Santamaría actualmente está trabajando en dos proyectos como director: un documental y una cinta de ficción que espera poder retomar pronto. Además continúa con su labor como fotógrafo con otro de los directores que formaron parte del ciclo de Tonalidades.