¿Cómo podríamos definir el cine de los hermanos Coen? Un par de cineastas que, si bien nos han presentado trabajos de palpable pulcritud cinematográfica, se han mantenido bajo un sello autoral que no rebasa aquella línea comercial a la que podrían acceder sin ninguna dificultad. Sus historias parecen estar impregnadas de una natural picardía que suele ser etiquetada como “comedia negra” pero que va más allá de una segmentación fílmica, entregándonos excéntricos discursos que evidencian de manera fársica a la sociedad contemporánea, sin caer en las convenciones que el cine actual posee.
El absurdo cotidiano y la ironía construida en cada uno de sus personajes pueden ser fácilmente reconocidos en cada una de sus cintas, logrando un estilo que ha marcado toda su filmografía. Sus influencias del cine negro, western y comedias screwball se han vertido en cintas como Fargo (1996), Barton Fink (1991), No country for old men (2007) o True Grit (2010), transitando por un abanico interesante de géneros que han generado productos de culto como The big Lebowski (1998).
Después de la aclamada Burn after reading (2008), por parte de la crítica especializada, el dúo de cineastas bajaría las revoluciones narrativas para centrarse en una trama más íntima, más cercana a sus contextos personales e ideológicos, creando una sencilla cinta que se enfocaría en una sociedad cuya percepción de la moralidad está siendo sesgada por el egoísmo intrínseco del ser humano.
A serious man (2009) se encuentra ambientada en la parte final de la década de los 60, narrando la vida de Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg), un apacible profesor de física que observa cómo su vida comienza a derrumbarse por crisis matrimoniales, familiares, profesionales e internas. El mundo a su alrededor le hará cuestionarse sobre aquella personalidad que había construido donde la rectitud, fidelidad y bondad formaban parte de la columna vertebral de su esquema de vida.
Con dos nominaciones a los Premios Oscar (película y guión original), así como una serie de reconocimientos, la prensa internacional y estadounidense llenaron de alabanzas a un largometraje que parece haberse quedado en una caja de seguridad dentro de la filmografía de Ethan y Joel Coen, pero que sin lugar a dudas es uno de las producciones más sinceras de los directores oriundos de Minnesota.
Con una inherente esencia alrededor de la cultura y creencias judías, la frescura de Un tipo serio – como se le conoció en Latinoamérica – gozaba de naturalidad en sus personajes, iniciando por su protagonista Michael Stuhlbarg, quien a través de su formación en Broadway nos obligó a adentrarnos en la mente de un padre de familia que buscaba una línea de rectitud dentro de una sociedad que se mostraba indiferente ante sus esfuerzos.
Los Coen nos lanzan al abordaje con una secuencia inicial que parece ser ajena a la historia base, pero que funciona como un prólogo metafórico sobre el absurdo que puede identificarse en ciertos planteamientos que la película recorrerá alrededor del concepto de sabiduría, así como del accionar humano dentro de aquello que es permitido y lo que no. Las constantes parábolas que solemos identificar en el trabajo de Ethan y Joel son utilizadas en al por mayor en esta cinta, y es que es a través del divorcio que Larry tiene que enfrentar donde su mente inicia un enfrentamiento entre su sentido común y su cimiento espiritual, cuestionando su fe, las normas sociales y su papel dentro de un núcleo familiar que parece haberle alejado como cualquier pieza que puede ser reemplazada.
¿Cómo encontrar las respuestas adecuadas a situaciones sin sentido que nos pisan como si fuéramos hormigas? Los imponderables de la vida están a la orden del día, y un tipo que parecía navegar en las aguas tranquilas de la zona de comodidad, se ha impactado contra las olas de lo inesperado, la tormenta de una sociedad que lo ve hacia abajo, que intentará pisotearlo hasta que pierda su rumbo, y aún si lograse levantarse, eso no importaría ante los ojos de los demás, así de invisible es el protagonista para el universo construido por los cineastas judíos.
Las necesidades básicas tienen que ser cubiertas, dinero, trabajo, status, intimidad física, diversión ociosa, olvidándose de la cordura, o al menos dentro de esa idea están inmersos los personajes alrededor de Larry; a pesar de encontrarnos en una época distinta, el filme se siente actual en sustancia, es como viajar al pasado y observar cómo el cinismo social no se ha modificado bajo ningún esquema, solo la ropa o la música se ha modificado, pero el entramado colectivo mantiene su nula aceptación por la individualidad.
La canción “Somebody to love”, de Jefferson Airlplane, al inicio y final de la película no hace más que mostrarnos que no importa la ira, las mentiras, la indiferencia o incluso la muerte, lo único que se necesita para funcionar es el amor, en este caso, el amor propio, el cual juega un papel fundamental en la trama.
A casi 15 años de su estreno, Un hombre serio nos recuerda que la sociedad no tiene porque dictaminar nuestro camino y propósito, sino que somos nosotros los que formamos nuestras normas morales, familiares y espirituales, ya que siempre existirá el sin sentido.
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